«En la escuela de mi hijo hay niños de 40 nacionalidades diferentes»
Cristina Aguinagalde | Abogada en DextraLaw en Costa Rica ·
Hace cuatro años, esta vitoriana especializada en Derecho Medioambiental abrió su firma de abogadosmarisol mattos
Lunes, 14 de octubre 2019, 00:08
Cuando la crisis azotó España decenas de ciudadanos cogieron las maletas y, pasaporte en mano, cambiaron el rumbo de sus vidas. Entre ese nutrido grupo ... se encontraba Cristina Aguinagalde, una gasteiztarra que, con 29 años por aquel entonces, decidió probar suerte como abogada al otro lado del charco. «Me quedé sin trabajo, y no me apetecía trabajar en un despacho 14 horas al día», cuenta. Sin dudarlo, compró un billete de ida con destino a Costa Rica, a donde voló junto a su novio de esa misma nacionalidad.
Ya en la ciudad de San José empezó a llamar a las empresas y, a pesar de su especialización en Derecho Medioambiental, tuvo que reciclarse. «Trabajé para una firma de abogados muy grande e importante en Madrid con un puesto en el departamento de medio ambiente y energías renovables. Pero ya al otro lado del Atlántico tuve que formarme como auditora de las normas ISO de gestión ambiental y otras en seguridad y salud en el trabajo», detalla Cristina.
Tras esa nueva formación encontró un empleo en un despacho de abogados donde permaneció seis largos años. «Me costó mucho adaptarme a la capital de este país. No hay espacios públicos, parques o lugares de reunión. Es una ciudad muy de puertas adentro. Todas las casas tienen rejas», describe en referencia a sus primeros años.
Nuevo comienzo
Con la llegada de su segunda hija, Cristina y su ya esposo, Sergio, replantearon nuevamente su lugar de residencia. Hicieron las maletas con la vista puesta en una de las «mejores playas» costarricenses, Santa Teresa, en la provincia de Puntarenas. «Desde el primer día me sentí como en casa. Somos 3.000 habitantes fijos, y en verano llegamos hasta 20.000. La mayoría son familias con hijos menores de 18 años. ¡En la escuela de mi hijo hay niños de 40 nacionalidades diferentes!».
En 2016, la pareja imprimió un golpe de timón a su futuro: abrieron su propia firma de abogados (Dextralaw). Una empresa de asesoramiento legal en Derecho Corporativo, seguros, Medio Ambiente, Bienes Raíces, etc. «Trabajo hasta las 14.00 horas, que es cuando Itziar, mi hija pequeña, termina la guardería». Y al finalizar la jornada, la familia se dirige a la playa a pasar la tarde y disfrutar del atardecer, «siempre hay una excusa para una fiesta» y encontrarse con amigos.
Con la sonrisa puesta
Sobre la convivencia con los 'ticos' la alavesa señala que siempre muestran una sonrisa y preocupación por la otra persona. Esta y otras costumbres le han metido en más de un aprieto. Como cuando llamó a la casa de su amigo en España y contestó la madre de él. «Le dije: 'hola señora, ¿cómo está?'. Y se hizo un silencio al otro lado de la línea. Mi amigo me contó que le decía 'te llama alguien que habla raro'», relata. O cuando estuvo de visita en Vitoria y le indicó al camarero «hola, ¿me 'regala' un café? en lugar de 'me pone'». El dependiente, además de mirarle con cara de «pocos amigos», le respondió enfadado: 'aquí no regalamos nada'.
La melancolía se asoma a sus anécdotas cuando evoca a su familia, especialmente, a sus sobrinos. «Es muy duro verlos crecer a través de una pantalla, no celebrar los cumpleaños o ver la Cabalgata de Reyes con ellos», lamenta. A eso se suma la comodidad de tener todo cerca, salir de pintxos con la cuadrilla o «tener cuatro estaciones».
Eso sí, a pesar de la distancia Cristina se declara una embajadora de las fiestas de la Virgen de La Blanca. «Promociono mucho mi ciudad. Mis compañeros de trabajo han visto mil veces la bajada de Celedón y están deseando ir». De momento, entre sus planes no está volver, pero propone a «los vascos tomarse la vida con más calma y más sentido del humor» y a los costarricenses, una «sobredosis de seriedad».
«No tenemos ropa de invierno, por eso vamos a Euskadi en verano»
Las visitas a su familia en Vitoria se han aplazado a verano. «No estamos aclimatados ni tenemos ropa de invierno». Recuerda aquel 24 de diciembre que llegaron de sorpresa a la casa de sus padres con su hijo en chanclas y sin calcetines. «¡Lo primero que hizo mi madre fue ir a comprarle calcetines! Así que ahora solo vamos en verano».
Aunque con esos condicionantes, asistir a las celebraciones familiares resulta cada vez más y más difícil. Ahora, con las nuevas responsabilidades -«y el pasaje, que no para de encarecerse»-, dilatan los desplazamientos «cada vez más».
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