¿Es de los que entra a orinar a los bares bilbaínos sin hacer gasto?
Hay una costumbre muy arraigada en los bares bilbaínos, más en hombres que en mujeres. Es mucha la gente que entra directa y sin disimulo a los baños y luego sale a la calle, casi de estampida, sin decir ni mu a los propietarios de los establecimientos. Por supuesto, muchas de estas personas abandonan los locales sin consumir nada y, por tanto, sin hacer gasto. ¿Algo que objetar? ¿Nada que agradecer? Los hosteleros solo piden que, al menos, les den las gracias por el servicio prestado.
Nerea Campillo, empleada del Coffela de la Gran Vía, lleva bastantes años trabajando detrás de la barra. Sin embargo, cuenta que de todos los bares por los que ha pasado, que han sido unos cuantos, este es en el que más pasa. «Entra mucha gente que no dice nada, va al baño y, luego, tal y como ha entrado, se va». A la chita callando. El pasado viernes un joven con el baile de San Vito entró también a la Roca, un bar restaurante de Ercilla gritando '¿Puedo entrar al baño?' «Pase, pase», le respondieron los camareros.
Nerea lamenta la falta de educación de muchos usuarios. «Ni saludan ni se despiden. No dicen nada, ni hola, ni adiós. Claro que hay muchos que sí lo hacen, pero otros, cuando entran, no preguntan antes si pueden pasar o no. Nada de 'oye, perdona, ¿puedo ir al servicio?'». Si lo hiciesen, los clientes recibirían un sí por respuesta seguro, pero el descaro de algunos clientes «es tremendo», recrimina Campillo.
¿Se puede prohibir el acceso a estos clientes?
Hay bares que tienen reservado exclusivamente el uso de los baños solo a los clientes y llevan a rajatabla este mandamiento. La cuestión plantea dudas. ¿Se puede prohibir el paso a los usuarios que hacen uso de los baños sin rascarse el bolsillo? «Con la ley en la mano, sinceramente no sé si es legal o no –insiste Campillo–. Sí sé, en cambio, la obligación de servir un vaso de agua. No se lo puedo negar a nadie. De todas formas, a ningún cliente le voy a prohibir el paso al servicio ni dejar de servirle agua del grifo. '¡Pues claro que puedes ir al baño!', les digo a todos», detalla la camarera.
Sin embargo, a Campillo, que antes del Coffela trabajó en el Sabin Etxea Berria de Alameda Recalde, le molesta especialmente la falta de tacto de esos clientes a los que se les adivinan las intenciones al primer golpe de vista. «Solo pedimos un poquito de educación y que nos lo pidan por favor. Nada más. Tú puedes tener el derecho de ir al baño, pero qué menos que pedirlo por favor. No cuesta nada».
Muchos hosteleros no pasan por alto que el mantenimiento de los baños supone un gasto. Lo vivieron de cerca en plena pandemia, cuando los bilbaínos descubrieron la falta de urinarios públicos, sobre todo en el centro de la ciudad. El cierre de bares y restaurantes dejó durante el coronavirus a la villa sin 3.500 aseos. Fue fácil sacar las cuentas. De los casi 4.000 locales de hostelería censados en la capital vizcaína, apenas estaban abiertos un centenar.
Pasó la pandemia, pero las costumbres se mantienen. En el turno de Nerea, trabaja de siete de la mañana a dos y media de la tarde, le «caen de media diaria» dos clientes de este tipo. «Tenemos la parada del aeropuerto al lado, entonces tienes muchos turistas, yo lo entiendo. Llegan con la maleta y usan el baño, no pasa nada. La gran mayoría son educados, lo piden y tal. Pero esta costumbre se está extendiendo de una manera tremenda. El tráfico en dirección al baño es brutal. Es lo que tiene estar en la Gran Vía. Un señor salió y no nos dijo hola ni nada. Y eso queda feo, muy feo», remata Nerea.