En lo que respecta a la pandemia que nos asola desde hace más de un año queda claro que conviene evitar los anuncios categóricos porque ... el covid, sus olas, sus mutaciones y sus cepas se encargan de desmentirlos. «Hemos derrotado al virus», presumía Pedro Sánchez en un mitin de la campaña vasca el 5 de julio en Bilbao. Las instituciones, casi todas, se habían apresurado a dar por sometido al enemigo y animaban a viajar en verano para reactivar la economía. La realidad, ya lo sabemos, arruinó de la manera más cruel aquel castillo de naipes.
Hoy la situación es diferente porque las vacunas, al margen de los ritmos de producción y administración, permiten ver sin ningún género de duda la luz al final del túnel y soñar con despertar, más pronto que tarde, de la pesadilla. No obstante, parece arriesgado aventurar el fin del estado de alarma para dentro de un mes, como hizo ayer Sánchez, porque el proceso de inmunización de la población, pese al notable impulso de los últimos días, ha demostrado ser un camino sinuoso y porque es imposible descartar nuevas variantes del virus que nos compliquen la vida.
Curiosamente, el voluntarioso anuncio, que cae como maná en una sociedad extenuada y sedienta de noticias esperanzadoras, ha llegado en otra campaña, aunque esta de consecuencias mucho más determinantes para el futuro del presidente y de la legislatura, la de las autonómicas madrileñas del 4 de mayo. No parece en absoluto casual que Sánchez haya mutado de un perfil bajo en protagonismo pandémico, una vez delegado el resbaladizo asunto de las restricciones en las comunidades autónomas, a solemnizar otro de sus soliloquios a la nación, de los que llevaba privada desde hace meses, esta vez con luminosas promesas bajo el brazo. La primera, la de tener a media España fuera de peligro en julio; la segunda, la de renunciar al estado de alarma en mayo, lo que, en la práctica, impediría seguir aplicando limitaciones a los derechos fundamentales porque, sin ese paraguas constitucional, a los tribunales no les tiembla el pulso para tumbar las medidas restrictivas, como sucedió con los confinamientos perimetrales en Madrid o con el cierre de la hostelería en Euskadi.
No es descartable, por lo tanto, que, si las cosas siguen feas, el estado de alarma se prorrogue pese a lo dicho ayer. Sobre todo porque Moncloa no se arriesgará a cargar sobre sus hombros con la responsabilidad de una mortífera cuarta ola. Eso sí, encontrar aliados en el Congreso para ello no será tarea fácil e implicará, y así lo avanzan ya desde los gobiernos autonómicos, más manga ancha para que sus presidentes puedan hacer y deshacer y, por supuesto, un período de duración mucho más corto que los actuales seis meses. Una prórroga tan irregularmente larga como escasamente operativa que el PNV, entre otros, contribuyó a aprobar pese a lo lesiva que resultaba para un sistema en el que los políticos están descubriendo el irresistible atractivo de gobernar sin parlamentos.
La excepcionalidad vigente expira el 9 de mayo. Para entonces ya se habrán cerrado las urnas en Madrid. ¿Recuerdan cuándo se impuso a los vascos la obligatoriedad de la mascarilla? Después del 12-J. Es decir, Sánchez ya sabrá a qué atenerse y si puede considerar a Isabel Díaz Ayuso como una rival de peso, incluso en unas eventuales elecciones generales cuyo posible adelanto sigue flotando como una nebulosa. Pero, por ahora, lo que necesita el reaparecido presidente, que se juega mucho el 4-M, es que la izquierda sume en Madrid un escaño más que la derecha. Lo contrario, sin socios a la vista en Cataluña, con Cs implosionado y con Iglesias desgastándole desde fuera, removería el suelo bajo sus pies. Y todo por un error de cálculo al echar a volar la dichosa mariposa en Murcia.
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