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Ángel Nieto en el Campeonato del Mundo de 1976. Arriba, Francisco Javier Bultó.

Motor de dos tiempos

Bultaco, que ahora inicia una nueva etapa, nació del empeño de su fundador por hacer de las competiciones deportivas su mejor escaparate

i. bernal

Domingo, 3 de abril 2016, 02:33

En junio de 1978, Ángel Nieto anunció que cambiaba su Bultaco por una Minarelli. Con aquel gesto, el piloto, que ya era ocho veces campeón del mundo, no rompía ningún contrato pero quebraba la confianza en un todo un orgullo patrio; las Bultaco ya no eran competitivas y él, que está ligado a la Federación y no a una marca, prefería pelear a lomos de una moto italiana pese a que en un principio su nueva escudería le exigía que dejara ganar a Bianchi. El fabricante español todavía tenía en sus filas a Ricardo Tormo, que ese año logró el Campeonato del Mundo en 50 cc, pero la decisión de Nieto iniciaba el rápido declive de la compañía que en sólo 27 años había revolucionado la fabricación de motocicletas deportivas.

Sobrepasada por la crisis del petróleo y un cambio monetario que encarecía sus ventas en Estados Unidos -su principal mercado, el que absorbía la mitad de las 24.000 unidades que producía-, en 1980 Bultaco declaró la suspensión de pagos para acabar, seis años después, integrada en Montesa, su gran rival, su hermana mayor. Eran los designios del plan de reestructuración con que el Ministerio de Industria intentaba reflotar el subsector de la motocicleta y el final del más personal de los proyectos de Francisco Javier Bultó, visionario fundador de ambas firmas.

Bultó, padre de Ignacio y Álvaro y abuelo de Sete Gibernau, era un ingeniero industrial procedente de una familia enriquecida por el sector textil catalán y con intereses en la industria farmacéutica, que había aparcado los negocios del clan para fabricar piezas de motor en unos terrenos que su padre le cedió convencido de que el chaval iba a confeccionar camisas. Al poco, conoció a Pedro Permanyer, un industrial dedicado a la fabricación de gasógenos que, como él, era un enamorado de las motos. Juntos, aunque con mayor peso societario de Permanyer, deciden en 1945 seguir los pasos de Bicicletas Rabasa, que un año antes había lanzado la marca Derbi, y crear sus propias motos, las Montesa. Aunque la empresa tuvo éxito inmediato, las discrepancias entre ellos fueron creciendo hasta que el Plan de Estabilización Nacional de 1959 subió los impuestos y liberalizó el comercio. Para vadear una situación complicada, Permanyer optó por la supresión, al menos temporal, del departamento dedicado a mejoras para la competición deportiva. Y ese era según Bultó el gran escaparate de la firma, lo que se debía potenciar. Semejante desacuerdo sólo podía saldarse con la salida de uno de los socios.

Sin embargo, Bultó no estaba solo. Ese mismo año, un grupo de trabajadores de Montesa le anima a poner en marcha su propia compañía. Él recogió el guante y hasta levantó el pulgar. Enseguida instaló en la massia familiar de San Adrian del Besós a un equipo de ingenieros que abandona a Permanyer y que en sólo cuatro meses ya tenía el primer prototipo de la Compañía Española de Motores (Cemoto), el modelo que estrenaría la marca comercial Bultaco; la Tralla 101, la 125 centímetros cúbicos más cara de la época. Costaba 28.400 pesetas -171 euros-, pero aún así es un éxito tras el que su exsocio quiso ver competencia desleal aunque nunca lo denunció. Quizá porque no intuyó la fortaleza del recién nacido.

Segunda vida

A mediados de los sesenta ya ha batido a Montesa, pero el desarrollismo sube el nivel de las economías domésticas y los españoles empiezan a pasarse al utilitario. Bultó busca entonces nicho en un deporte que empezaba a tener seguidores; el trial. Su propuesta frente a los modelos ingleses que dominan la competición -y el mercado- es aligerar las motos sustituyendo los motores de cuatro tiempos por los de dos. La innovación convence a Sammy Miller, el mejor piloto del momento, a colaborar en el diseño de la Bultaco Sherpa.

Pese a prolongar sus triunfos deportivos con Nieto, Tormo, Miller, Lampkin, Rathmell, Vesterinen o Schreiber a lo largo de toda la década de los setenta, éstos fueron insuficientes para sostener a una compañía que, como el resto del subsector español, perdió competitividad frente a los pujantes modelos japoneses de Suzuki, Honda o Yamaha. Con 7,2 millones de euros de facturación y 500 trabajadores, Bultó tuvo que tragar quina y aceptar que la que había posicionado como tercera productora española de motocicletas -por detrás de Vespa y Derbi- pasara a manos de la saneada Montesa, que ya pertenecía a Honda. Sólo pudo salvar la marca y el logo. En él, el pulgar enfundado en un guante de motorista se ha mantenido optimista hasta hoy, cuando Daniel Oliver, uno de los nietos del fundador, ha decidido dar una segunda vida a la leyenda familiar. Los motores Bultaco ahora son eléctricos y viven su segundo tiempo.

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