El Sinatra del fado
Sólo un puñadito de entradas se quedaron sin vender para la jornada inaugural del sexto ciclo 'Noites de Fado', abierto el miércoles por el distinguido Carlos de Carmo y que se prolongará hasta su quinta y última cita, la de Ana Moura el 21 de junio, ¡ésta ya con entradas agotadas!
Óscar Cubillo
Jueves, 27 de abril 2017, 16:38
La gente estaba sonriente de satisfacción el miércoles en la Sala BBK. Había mayoría de damas y la edad media era avanzada, pero también se veían a muchos jóvenes de ambos sexos moteando el patio de butacas. Además había varios portugueses, pues como informó el oficiante, Carlos do Carmo, nunca ha dado un concierto en el que no hubiera al menos un espectador portugués: ni en Australia, ni en Senegal
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Carlos Do Carmo vino a Bilbao por primera vez en su carrera profesional de más de medio siglo («ya he estado en Galicia, Cataluña y tal, pero no aquí; me habían dicho que en Bilbao no gustan los viejos, pero veo que no es verdad», ironizó en su perfecto castellano), y llegó con tres músicos («son los mejores, es una maravilla cantar con esta gente, he cantado con sus padres, con sus abuelos»), dos técnicos (uno a las luces y otro, hijo suyo, al sonido) más su esposa, que debía de estar entre bambalinas (durante el concierto el maestro hizo un gesto a la oscuridad y explicó: «fuera está mi mujer, que parece una niña nos hemos casado hace poco hace 53 años no más»).
Lo bueno, lo mejor de Carlos de Carmo es que su estilo se proyecta más allá de un fado que entona con hondura («pasión», la definió él), con profundidad y seguridad, sin abusar de los gorgoritos (un par de ellos graves y breves recordamos solamente), y llegando más allá con los standards fadistas, sin sonar manido, ni purista ni turístico. Al principio de su soberbia actuación, su magnética figura nos evocó a Julio Iglesias: el traje, las manos en los bolsillos y al final él mismo se refirió a Julio de broma y se apoyó la mano en el pecho.
No obstante, no tardó en emerger la verdadera figura del caballero Carlos do Carmo: ¡es un crooner! Por su mirar y dominar al respetable, por su elegancia en el vestir (traje, corbata, pañuelo asomando por el bolsillo), por el ambiente de club nocturno de las luces tenues, por la entonación, la prestancia y la postura (a veces a lo Sinatra: Do Carmo lo adora y afirma que es el mejor fadista), por hablar según suena de fondo la música, y hasta por los comentarios («hubo un tiempo en que no bebía agua, bebía whisky scotch, qué bueno. Ya no me dejan. Como se dice en portugués: ay qué saudade») y por el humor (se secó la cara con una toalla y exclamó: «¡el sudor de mi trabajo!»).
El entrañable y memorable concierto de Carlos Alberto do Carmo Almeida (Lisboa, 21 de diciembre de 1939) contuvo 17 piezas (la primera, instrumental, con volumen saturado, quizá de modo premeditado por el hijo de la estrella, a cargo de la mesa de sonido, para que al entrar el padre todo mejorara el instante) en 81 minutos (sin contar la introducción del periodista radiofónico Joseba Martín). Mientras aparecía distinguido (a lo Vargas Llosa, a juicio de Topo), el fadista recibió la merecida ovación y puso la primera pica con una poderosa Duas lágrimas de orvalho (aquí va un directo para que se hagan a la idea). «Está en forma», concluyó una dama anónima y encantada a nuestra vera, conocedora del fado.
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Do Carmo siguió melodioso a lo Iglesias con verosimilitud fadista en 'Por morrer uma andorinha', donde coló algún rodriginho, adaptó a Saramago, adquirió cosmopolitismo chansonnier en un sentido Pontas soltas (donde canta sobre «fados de rara belleza») y se instauró como crooner en Un homem na cidade (así la canta en la película Fados, de Saura).
El fado favorito de su madre
Las señoras de nuestra vera seguían con sus exclamaciones aprobatorias («toma», «buf, buf»), Do Carmo con elegancia asumía las obligadas ovaciones («gracias, son muy generosos»), viajó a las Azores ('O Sol perguntou à Lua'), como decisión excepcional según él nos cantó el fado favorito de su madre Lucília do Carmo ('Os olhos garotos'), justo después se refirió a su esposa y cantó 'Fado das horas' (cuya letra se refiere a «mi amante, mi amiga»), y pidió permiso para leer la letra y ponerse las gafas en una sentimental 'Gracias a la vida' de Violeta Parra
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Invitó a cantar al respetable su canción 'Os putos' («quiere decir los niños», tradujo y tranquilizó), alcanzó otra cota personal en 'Bairro alto, melódico como Dyango resonó en Canoa do Tejo, otro hito cantarín logró en Lisboa menina e moça («bordado, extendido y amado, como Julio Iglesias», lo soltó aquí, aclarando el coro), y el bis lo dio sin amplificar ni las guitarra ni su voz, a pelo, como un cantor de casa de fados (Fui de viela en viela).
¿Saben qué? Un concierto de lo mejor del año. Contó que su próximo concierto lo da en mayo en Boston. Y que solo da uno al mes (será otra broma). Estaría genial que en agosto viniera a fiestas de Bilbao. Pero es hablar por hablar. Soñar en voz alta.
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