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Esta desgracia está normalmente oculta pero de vez en cuando se asoma. Se asoma, por ejemplo, cuando por lo que sea salen a la luz ... los campamentos de personas sin hogar en Getxo y en Berango; o los que van creciendo ocultos en las faldas de Artxanda y el Pagasarri; o cuando se sabe de los desalojos en una fábrica en Barakaldo y en el viejo parque de bomberos en Trapagaran, ambos okupados desde hacía tiempo. Hace dos semanas un incendio en el edificio Consoni, en Zorrozaurre, dejó constancia de que en esa ruina vivían 80 personas, casi tantas como las que se creía que había en todos los edificios abandonados de la isla. El mismo día un joven asesinó a un hombre en Lutxana, en un lugar de paso hacia los asentamientos de inmigrantes de la vieja Sefanitro. Ni el detenido ni la víctima tenían nada que ver con quienes malviven allí, pero los ánimos vecinales se inflamaron y quedó constancia de que llevan meses denunciando la situación de esa gente y la inseguridad que les rodea.
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Sí, se está disparando la cantidad de personas sin hogar que se buscan la vida en Bizkaia con más pena que gloria okupando lonjas y pabellones, o montándose campamentos en lugares pretendidamente discretos. Nadie sabe cuántos son. A veces se habla de 2.000, pero la cifra, una estimación de 2022, se ha quedado vieja. Los colectivos que trabajan con estas personas asumen que es un misterio. Lo que no es un misterio es que cada vez son más. Y eso ocurre por tres razones: porque sigue llegando mucha gente de otros países; porque los servicios sociales no dan para atender tanta necesidad; y porque el precio desorbitado de los pisos hace imposible que quienes han empezado a salir del pozo puedan aspirar a una vida independiente, con lo que son arrastrados, de nuevo, a la calle.
El primer factor es la crisis migratoria, que sigue atrayendo a mucha gente a Bizkaia. «No percibimos una moderación, no se reduce la llegada de personas», constata Juan Ibarretxe, concejal de Acción Social del Ayuntamiento Bilbao, la administración pública que más esfuerzos dedica a la lucha contra el sinhogarismo. «Cada mes abrimos entre 150 y 200 expedientes» de nuevos demandantes de lo más básico: de techo, de comida y de ropa. Hace más de un año el propio Ibarretxe lamentaba que el resto de administraciones no hiciese algo más, no arrimase el hombro, y asumía que el Servicio Municipal de Urgencias Sociales (SMUS) estaba desbordado. A quien pedía cita previa para ser atendido, trámite obligatorio antes de recibir ayuda, se le daba a un mes vista.
Pues eso ha ido a peor y ahora se da cita a tres meses vista. Y esta es la segunda razón por la que el problema de las personas sin hogar crece: porque como consecuencia de la llegada de más gente, los recursos cada vez están más colapsados. Los albergues y pisos tutelados están a tope y «cuando al fin les atienden en el SMUS, igual tienen que esperar otros ocho meses para un alojamiento temporal», se duele Alberto Estefanía, director de Lagun Artean, asociación que es referencia en la atención a personas sin hogar. Esa espera tan extensa lo cambia todo. Porque «cuando la gente que está en la calle piensa que la solución le va a llegar más o menos pronto, aguanta donde sea: en un cajero, en un parque...». Pero si sabe que no va a haber salida alguna en tantos meses «busca recursos más seguros y a más largo plazo: una chabola, una tienda de campaña alejada del centro de la ciudad o un pabellón abandonado». Es lo que ahora está aumentando tanto. «Hace cinco años había gente en la calle, pero no asentamientos como los de Getxo, Berango o, en Bilbao, en Miraflores y en los montes circundantes».
¿Y qué tiene que ver la crisis de la vivienda con todo esto? Mucho. Y esta es la tercera razón por la que se está disparando el chabolismo. Cuando una persona entra en la órbita de los servicios sociales puede ir, en primer lugar, a un albergue. «Bilbao cuenta con 594 plazas en alojamientos colectivos», dice Ibarretxe. Pero el Ayuntamiento también tiene casi un centenar de pisos tutelados para que personas sin hogar que están en procesos de inserción social (con cursos para el empleo, para el idioma, para todo) tengan una vida más independiente. Cáritas tiene quince pisos más y Lagun Artean, 18. Hay muchas organizaciones más con alojamientos de este tipo, pero no existe un censo detallado.
La cuestión es que cuando una persona, tras transitar con éxito todo ese itinerario, tiene ingresos y habilidades para iniciar una vida independiente, se da de bruces con un mercado inmobiliario desbocado. «Se encuentran con que los alquileres están imposibles y con que, incluso si están dispuestos a pagar cantidades altísimas, tienen muchas dificultades porque los propietarios no les quieren, ya sea por razón de raza, aspecto físico, nacionalidad...», lamenta Gema Orbe, responsable del área de Personas Sin Hogar de Cáritas Bizkaia. Así que no pueden dar el siguiente paso. Y si no lo dan, no abandonan el piso tutelado en el que están. Y eso supone que no pueden entrar nuevos usuarios en el sistema de integración.
Así que la crisis de la vivienda opera como «un tapón tremendo» por arriba, en el último paso de los procesos de inserción. De manera que arrastra el resto e incide de manera muy directa en el aumento del chabolismo, análisis este en el que coinciden con Cáritas tanto el Ayuntamiento como Lagun Artean. «El problema de la vivienda es importantísimo para el sinhogarismo. Hay personas con trabajo, con capacidad para vivir de manera independiente, que no son capaces de encontrar piso. Es una barbaridad», dice Alberto Estefanía.
Y se refiere a dos casos recientes, los de «dos mujeres negras, trabajadoras, a las que nadie quería alquilarles un piso». Al final, una se fue a Durango y otra a Amurrio. «Es muy triste porque el proceso de integración lo han hecho en Bilbao, y luego se tienen que marchar fuera». Solas. Esta situación tiene sus riesgos, apunta Orbe, de Cáritas, porque después de haber logrado mitigar en cierto modo el desarraigo, cuando se ven obligadas a vivir en otro lugar «se encuentran con que no tienen a nadie y vuelve el peso de la soledad, lo que hace más difícil la integración».
Otras veces «tenemos gente que ha hecho procesos estupendos» que solo encuentra sitio en «casa de un amigo durante un tiempo, o en una habitación sin contrato, sin empadronamiento, y cuando le echan se ve otra vez en la calle». Así que todo el trabajo realizado con éxito acaba por tierra por falta de un hogar donde consolidar ese recorrido.
El concejal de Acción Social, Juan Ibarretxe, lo confirma. «El índice de rotación en los recursos sociales se retrasa. Son procesos largos, y el tránsito hacia una vida autónoma queda frustrado porque no hay viviendas en el mercado, y las que hay o son muy caras o, directamente, los dueños rechazan ofrecérselas a este perfil de inquilino».
Al final, aumenta más y más la cifra de personas sin hogar, de okupaciones de pabellones, de asentamientos de chabolas. Con resultados malos para todos. «A mayor exclusión residencial, más exclusión social, más deterioro de la salud física y mental, y más conflictos», detalla el recorrido lógico Gema Orbe.
La plataforma Beste Bi, que engloba a dos decenas de colectivos que trabajan contra la exclusión en el territorio, lleva tiempo reclamando medidas para acabar con el colapso de los servicios sociales. También tratando de hacer ver que invertir en integración siempre es mejor, y hasta más barato, que recoger los destrozos que deja la exclusión.
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