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Los 'charlots' controlan la fiesta
Un buen tiempo desconocido en los carnavales bilbaínos llenó las calles de colorido e hizo sudar a quienes eligieron los disfraces de siempre
El magnolio imponente que hay en la plaza del Ensanche tenía las ramas casi cedidas por el peso de cientos de flores rosas y blancas. Era como una señal que auguraba un día magnífico. Tiempo primaveral en los Carnavales de Bilbao. Muy raro. También inquietante por lo que tiene de excentricidad climática. Pero por un día, y siendo éstas unas fechas de desmelene, tocaba ver únicamente el lado bueno de las cosas: ¡no llovía! Y eso sí que es una novedad por estos lados cuando toca honrar a Don Carnal.
El sol fue un factor determinante para que las calles, ya desde media mañana, bullesen coloridas. Luego, a la tarde, con el desfile y posterior descorche, llegó el desmadre. ¿Quién se iba a quedar en casa con un día semejante? Quizás nunca se haya visto a tanta gente disfrazada en Bilbao. Jokers, punkis, princesas, zombies, anémonas... Como siempre, también tuvieron presencia destacada algunas de las manifestaciones más tradicionales del carnaval bilbaíno, como son las representaciones de jueces, curas y militares haciendo saludos fascistas. «Hay cosas que no cambian», apreció una joven madre vestida de Hulk.
«No queremos caras tristes», advirtieron Farolín y Zarambolas al arrancar la fiesta
Sudar y disfrutar
Pero sobre todo había eso, superhéroes con mullidas y cálidas capas de músculos muy idóneas para cualquier otro año que no fuese este. David, un spiderman hiperhormonado, sufría y sudaba, aunque contento con un cañón de tostada en la mano. «Me va a quedar un tipín...». También había profusión de esos pijamas-disfraz que se compran en internet por 17 euros o así y que dan bastante calor. Otro error. Al menos, hasta que cayó el sol.
Desde media mañana controlaban las calles los ocho miembros del Área de Fiestas del Ayuntamiento de Bilbao. Quedaron para maquillarse a las diez y media en la calle Amistad, donde Alicia Suárez. Todos iban de Charlot y bromeaban ante las fotos firmadas de divos y divas de la ópera que habían pasado por allí antes. Les miraban con la barbilla levantada en gesto chulesco y desafiante.
«No podemos pedirle a la gente que se disfrace y luego quedarnos nosotros en casa»
Es un trabajo curioso el de este grupo bien avenido. Con la concejala Itziar Urtasun a la cabeza, patrullaron la ciudad. Lo primero, para dar ejemplo. «No podemos pedirle a la gente que se disfrace, y luego quedarnos nosotros en casa», usaba la lógica Joseba Rosales, el más veterano en el sector, con tres décadas de fiestas a sus espaldas. Pero, segundo, también velan por que las cosas salgan bien. Un equilibrio extraño este: vacilar y ejercer de carnavaleros mientras, al tiempo, se mira con el rabillo del ojo el entorno. Que nada falle. Y si falla, que se arregle. Hizo falta pedir un compresor porque no arrancó el que había para los hinchables de El Ensanche. Y también hay que dar explicaciones a la exigente ciudadanía bilbaína. ¿Que por qué no se habían retirado los coches de la calle Astarloa para apreciar mejor el paloteado de Lapurdi que ejecutaba el grupo de danzas? Porque los vecinos tienen que aparcar en algún sitio. Pero lo cierto es que todo fue como la seda. Y en una atmósfera de sana camaradería.
También con las fuerzas opositoras. En la Plaza Circular se encontraron con la popular Beatriz Marcos, imprescindible en las celebraciones, que iba de Alicia (la del País de las Maravillas); Alba Fatuarte, de EH Bildu, disfrazada de película en blanco y negro (sí, de película en blanco y negro); y Amaia Arenal, de Udalberri, como Mary Poppins. Ahí, Farolín y Zarambolas dieron la bienvenida a todos y también arrojaron la instrucción esencial: «No queremos caras tristes». Ella, Miren de Miguel, además, había hecho los deberes para aguantar la jornada. «Me he puesto la faja y me he tomado un protector».