Artxanda, más que un monte
Artxanda volvió a vivir ayer su fiesta anual, y ya van trece, con la popular y multitudinaria marcha que organiza este periódico. Miles de personas ... de todas las edades se echaron al monte. Sí, al monte, porque Artxanda, además de muchas otras cosas, también es un monte, maltratado muchas veces, mimado otras, pero siempre estrechamente vinculado a la ciudad a la que le ha dado su fisonomía, ese singular carácter de 'botxo'.
Artxanda ha sido, y es, uno de los dos grandes pulmones de Bilbao. Junto al Pagasarri, conforman las dos grandes áreas de esparcimiento verde de la capital vizcaína. Pero Artxanda, llamado hace años Sondikabaso en reivindicación del municipio en el que se asienta su cumbre, ha sido y es mucho más que un espacio lúdico para la ciudad.
Bilbao hunde su historia, y hasta su prehistoria, en este modesto monte que desde sus 251 metros cierra el Botxo por el norte y lo separa del valle del Txorierri. Los dólmenes de su amplio cordal, que comienza en Erandio y se prolonga hasta Erletxe (Galdakao), la 'calzada de los zamudianos', importante tramo del Camino de Santiago con venta incluida, o los búnkeres de crueles guerras demasiado recientes muestran su importancia estratégica desde tiempos inmemoriales.
Incluso fue el lugar elegido por las autoridades de la villa para ubicar uno de sus tres horcas, en las que se ajusticiaba a los maleantes allá por la Edad Media. Hasta que, en 1734, el 'rollo' fue sustituido por un mojón, ya desaparecido. A los bilbaínos del siglo XX Artxanda les trae recuerdos más amables, de funicular, verbenillas, casino y txakolis -ahora restaurantes-, pista de hielo, barbacoas, deporte y akelarres lúdicos en la noche de San Juan.
Pero Artxanda, como la ciudad a la que mira desde las alturas, ha sabido reinventarse en este siglo XXI. Ahora se llena de turistas para disfrutar de un 'skyline' único. De un Bilbao que no sería el mismo sin este pedazo de su historia en forma de montaña.
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