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El 13 de mayo de 2024 saltaba una de las noticias más chocantes de los últimos tiempos: las monjas clarisas del convento de Belorado –una ... comunidad famosa por sus chocolates, de la que también dependían los monasterios de Derio y Orduña– habían decidido romper con Roma. En un denso manifiesto de 86 páginas, rechazaban como «usurpadores» a los papas posteriores al Concilio Vaticano II, cortaban sus lazos con la Iglesia que surgió de aquel impulso modernizador y confiaban su asistencia espiritual al singularísimo Pablo de Rojas, un obispo excomulgado, amante de la pompa indumentaria y la política predemocrática. Ni siquiera las autoridades eclesiásticas estaban preparadas para aquella situación insólita y desconcertante. Y, lejos de disiparse, el desconcierto del primer día sigue siendo la sensación predominante cuando se cumple un año del cisma: el tiempo y la avalancha de noticias en torno a «las monjas más famosas del mundo», como las llama su responsable de prensa, no han hecho más que acentuarlo.
Hoy no tenemos más claro que entonces qué llevó a la comunidad a liarse la manta a la cabeza y embestir contra lo que, hasta aquel momento, era todo su mundo. Por un lado, estaba la carambola inmobiliaria: se metieron a comprar el convento de Orduña con la confianza de vender el de Derio, pero el proceso se atascó, Orduña se quedó sin pagar y las monjas echaron la culpa a Mario Iceta, con quien coincidieron cuando era obispo de Bilbao y con quien se pelean ahora como arzobispo de Burgos y comisario de la Santa Sede ante este conflicto. Está, por supuesto, la crisis doctrinal que las llevó a abominar de la «Nueva Iglesia Romana Conciliar», como la llaman ellas, y de su liturgia «ilícita, anticanónica, inválida, nula, injuriosa, ofensiva y pérfida», para entregarse a las misas en latín y a la confusa sucesión de sacerdotes tradicionalistas y excomulgados que han ido pasando por el convento. Y hay que considerar, también, el supuesto deseo de la abadesa, sor Isabel de la Trinidad, de aferrarse al cargo más allá del límite establecido, una ambición que habría podido alentar la huida hacia adelante.
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La comunidad cismática se compone ahora de ocho mujeres, de las que cinco continúan en Belorado (dicen que en Orduña ya no suele quedarse ninguna) y tres se han trasladado a Santa María del Chicu, el negocio que alquilaron en la localidad asturiana de Arriondas para convertirlo en «el primer restaurante de clausura de España». En el convento burgalés siguen residiendo además otras cinco clarisas mayores que no han abandonado el redil de la Iglesia. Hasta a su portavoz, Francisco Canals, le cuesta hacer recuento de los procedimientos judiciales en los que están metidas. Son nada menos que ocho, repartidos entre lo civil, lo penal y lo contencioso-administrativo: cuatro en el juzgado de Briviesca (incluido el desahucio de Belorado, cuyo juicio iba a celebrarse el próximo martes pero se ha aplazado), dos en Madrid (sus demandas contra los ministerios de Presidencia e Interior, por no inscribirlas como entidad civil) y otros dos en Bilbao (referentes al desahucio de Derio y el impago de Orduña). Esta misma semana han ampliado su equipo de abogados: a los ya habituales Florentino Aláez y Enrique García de Viedma, hermano de la abadesa, se ha sumado un conocido despacho catalán.
Al repasar este último año, las monjas cismáticas se presentan como víctimas y rebeldes incomprendidas. A Iceta, que administra sus finanzas en su rol de comisario pontificio, le acusan de estrangularlas económicamente y dejar cuentas sin pagar para llevarlas al límite. «No les ha salido como esperaban, se han sorprendido de la capacidad de reponernos y buscar nuevas vías: es algo que no tenían en el mapa», ha afirmado esta semana en un vídeo una retadora sor Israel. La abadesa, por su parte, se ha declarado sorprendida por el «ataque sistemático, continuado, diario» que dicen sufrir, pero también por el vacío que se ha abierto a su alrededor: «Cuando has tenido tanta cercanía con comunidades, sobre todo comunidades nuestras, y ya no te han vuelto a decir una palabra, la sensación es como si fueras un leproso –ha comparado–. Es asombroso cuando has oído tantas predicaciones sobre acoger al inmigrante y al enfermo, atender al leproso, abrazar al diferente».
Al otro lado de la grieta que aún parece agrandarse cada día, el arzobispo argumenta que siempre ha tratado con «exquisito respeto» a las disidentes y que se ha limitado a cumplir con su «deber y obligación» como comisario pontificio. Iceta no oculta su estupor ante algunas actitudes de las monjas cismáticas (por ejemplo, cuando le negaron personalmente que criasen perros en el convento, «y luego llegó la sanción») y plantea un enfoque muy distinto de la cuestión económica: la comunidad de Belorado se ha negado a facilitarle cualquier información (es «el enemigo», ha sentenciado uno de los abogados de las monjas) y la Federación de Clarisas Nuestra Señora de Aránzazu ha tenido que aportar más de 360.000 euros para sostener los tres monasterios. «Un gasto excesivo», según valora la secretaria de la entidad.
El arzobispo destaca detalles tan llamativos como los once empleados o esos seis coches cuyo seguro se sigue abonando. ¿Se han dejado cosas sin pagar para asfixiar a las exclarisas? «Hemos hecho una prelación de lo que era más urgente –aclara Iceta–. No es un trágala, 'toma facturas y págalas tú'. Y damos cuenta de todo por deber de transparencia, igual que hacemos en la diócesis: si alguien está acostumbrado a la opacidad y la arbitrariedad, ese no es mi estilo».
Todos solemos imaginar los conventos de clausura como lugares donde nunca pasa nada: las jornadas se suceden idénticas a sí mismas, repartidas con rigor y monotonía entre la oración, el trabajo y el estudio. O eso creíamos hasta ahora, porque en la comunidad de Belorado parecen entrecruzarse los argumentos de mil folletines. He aquí algunos de sus hitos informativos de este año.
En el momento del cisma, la comunidad estaba asistida espiritualmente por el obispo excomulgado Pablo de Rojas, al que acompañaba su sacerdote José Ceacero, excampeón de coctelería. Estas figuras pintorescas marcaron la imagen pública de las monjas, que rompieron su relación con ambos al cabo de mes y medio e incluso han rehecho su manifiesto cismático para eliminar «la marca Ceacero» y las alusiones a Rojas. Por el convento han ido pasando después varios religiosos sedevacantistas (es decir, que rechazan a los papas como impostores), en lo que el jefe de prensa describe como «un voluntariado».
A los periodistas que visitaron el convento en aquellos primeros días del cisma les sorprendía el coro de ladridos que salía del recinto: las monjas mantenían un criadero de perros que fue objeto de una sanción de la Junta, ya que no contaba con licencia de núcleo zoológico. En febrero compraron en Asturias un terreno destinado a este fin.
Las exclarisas, ya excomulgadas, asombraron al desvelar en 'The New York Times' que su abandono de Derio se debía a fenómenos paranormales que atribuían al diablo: aseguran que allí se oían llantos de niños y risas macabras, que los objetos se movían solos, que Satán aparecía en la pantalla del ordenador e incluso pasó una noche entera tratando de entrar en la celda de la más joven del convento, sor Israel. Se hicieron exorcismos, al parecer sin éxito.
La intervención de las cuentas del convento y el precio disparado del cacao dejaron a las monjas sin existencias de sus afamadas trufas, pero lanzaron un nuevo producto, unos redondeles de chocolate a los que bautizaron irónicamente como R que R. También publicaron un cedé para recaudar fondos.
La comunidad adquirió en 2020 unos cuatro kilos de oro, por un valor superior a 250.000 euros. Después lo fueron vendiendo. Ya tras el cisma, la abadesa vendió por 130.000 euros 1,7 kilos de oro en lingotes que pertenecían a los conventos, pero el dinero se ingresó en su cuenta personal. Sus abogados sostienen que seguía teniendo la «representación legal» de la comunidad, pero las cuentas ya estaban administradas por el comisario pontificio y sor Isabel está siendo investigada por supuesta apropiación indebida. Iceta explicó esta semana que la maniobra tiene un motivo: al no poderse inscribir como entidad civil, carecían del CIF necesario para la venta.
La oficina del comisario pontificio comunicó en enero a la Seguridad Social que las exclarisas seguían cobrando la pensión de una monja fallecida en abril de 2022, hacía dos años y nueve meses. Las exclarisas aseguran que el óbito se notificó pero hubo «demora administrativa» en el cese de los pagos.
En febrero, las monjas cismáticas alquilaron por 1.600 euros mensuales un hotel en la localidad asturiana de Arriondas para poner en marcha allí «el primer restaurante de clausura de España». Lo han bautizado como Santa María del Chicu. Las tres monjas desplazadas a Asturias (sor Sion, sor Myryam y sor Alma) se ocupan de la cocina y se han instalado en las habitaciones del establecimiento, en el piso superior, manteniendo así su régimen de clausura. En Tripadvisor tiene una nota de 2,8 sobre 5.
No deja de resultar llamativo que una comunidad de clausura cuente con responsable externo de prensa: el periodista Francisco Canals asumió las tareas de comunicación e 'internacionalizó' el cisma, con apariciones en medios como 'The New York Times'. A Canals le gusta presentar a la comunidad como «un ejemplo necesario de modernización para la Iglesia». Las exclarisas también cuentan con dos equipos de abogados.
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