El guardián de Gaztelugatxe
Joseba Fernández lleva 37 de sus 85 años cuidando con mimo la ermita. Ha recorrido medio mundo por mar, «pero no hay un sitio como San Juan»
Hizkuntze Zarandona
Sábado, 16 de enero 2016, 00:53
Más cerca no puede estar. Una gozada, porque San Juan de Gaztelugatxe, un paisaje de película, es una auténtica joya. Resulta muy difícil superar el ... islote al que solo un istmo tallado en piedra retiene de la atracción furiosa del Cantábrico. No es de extrañar que este precioso paraje soñado esté cuidado con mimo. De esa labor se encarga una cuadrilla de bermeotarras que trabajan desinteresadamente para que el enclave mantenga su habitual estampa de postal. Joseba Fernández es el guardián más veterano. A sus 85 años vive por y para su pasión, San Juan. Todas las mañanas se acerca a la oficina que tienen en Bermeo y se encarga del papeleo, de contactar con entidades, de las idas y venidas a diferentes administraciones, de organizar las bodas... Todo lo gestiona él. «La víspera apunto las tareas que tengo para el día siguiente, porque la cabeza ya no me da para todo». No contempla la opción de jubilarse. «¿Y qué vas a hacer, pues? Con algo se tiene que entretener uno».
Para él, San Juan de Gaztelugatxe es mucho más que un islote que llama la atención de los turistas. Es el tesoro de su vida. Un flechazo que surgió en su niñez. «Siempre que venía le decía a mi madre que me comprase sapatos, porque luego utilizaba la caja para traer la comida y pasar el día. Me encantaba estar aquí horas y horas», recuerda con una amplia sonrisa. Por aquel entonces no se imaginaba que acabaría cuidando de ese rincón que le tenía maravillado.
10 de octubre de 1978. Una fecha que tiene marcada a fuego en su memoria. Unos vándalos incendiaron el templo y arrojaron la imagen de San Juan contra las rocas. «Solo quedaron las cuatro paredes. Fue muy triste. Ramón Mendizabal, un cura de nuestra cuadrilla, propuso crear una comisión para recuperar la ermita. Ese mismo día empezamos a limpiar todo y con la ayuda de un arquitecto y un aparejador comenzamos la reconstrucción», rememora. Casi dos años después terminaron los arreglos y el 24 de junio de 1980, el día de San Juan, se inauguró el nuevo templo, el mismo que ahora contemplan los excursionistas.
Desde entonces hasta ahora, las obras y reparaciones no han cesado. Bien lo sabe Joseba. «La última avería grande fue durante los temporales de 2014. Un rayo nos quemó toda la instalación. Rompió las bases del tejado en el interior de la ermita y quemó toda la electricidad, hasta la de las escaleras», recuerda con resignación. ¿Y los pararrayos? «No funcionan aquí. Al resto de los voluntarios siempre les suelo decir que en cuanto vean un nubarrón... cierren la puerta y se marchen. Aquí no están seguros».
Acto seguido, saca una hoja manuscrita y empieza a enumerar: «Arreglo de las escaleras, 34.000 euros; reparación del suelo de la plaza de la ermita, 28.000; focos, barandilla de acero inoxidable... Recibimos subvenciones del Gobierno vasco y la Diputación, pero no nos llega. De nuestro bolsillo tenemos que pagar 28.000 euros, así que nos toca andar pidiendo...». Joseba ha buscado todo tipo de fórmulas para hacer frente a la factura, aunque algunas no tienen demasiado éxito: «El día de San Juan vendemos unos 6.000 escapularios. También he instalado una hucha soldada dentro de la ermita donde pone: Sacar fotos, 1 euro. El otro día me senté allí para ver cuántos echaban y de 20 que pasaron, echaron dos...». El teléfono no para de sonar. «Siempre hay cosas que hacer. Más de lo que muchos creen. Los voluntarios venimos todos los sábados. Da igual que llueva o nieve. Caiga lo que caiga, hay que estar para tener todo en perfectas condiciones».
Joseba nació en Bermeo, en el seno de una familia acomodada. Sensato, entusiasta, entrañable cascarrabias y valiente. En el pueblo es una eminencia. Toda su vida se ha dedicado al negocio familiar, una empresa de barcos de arrastre. «De joven salía a la mar con dos buques congeladores que teníamos y, al cabo de los años, ya me quedaba en tierra y me encargaba de atenderlos para que estuvieran siempre a punto». Recuerda con gran cariño las maniobras frente al peñasco que realizaban los barcos cuando salían a faenar solicitando la protección de San Juan. Todavía hoy se puede ver este espectáculo, un privilegio a nuestro alcance que conviene descubrir.
Debido a los achaques, Joseba no puede subir la enrevesada escalinata que separa el peñón de tierra firme. «Tengo problemas de corazón y los médicos me han recomendado que no suba escaleras. Pero yo me acerco aquí y atiendo a la gente, limpio la carretera y el acceso Si Dios nos da salud, volveré a subir algún día». Y es que la espectacular escalinata es un vía crucis de 241 peldaños. Manda la tradición que, al completar el camino, se toque tres veces la campana de la pequeña iglesia. «Todo aquel que viene, yo o un turista, tiene que ir directo y hacer las peticiones al santo. Yo suelo tocar tres veces, pero hay quien le da trece y de tanto tocar, se rompió». Pero no se apuren, que ya está arreglada.
Joseba es un padre loco con sus dos hijas, a las que ha transmitido su pasión. Viudo desde hace poco más de un año, vive con ellas, y les agradece el cuidado que le dedican. «Bihotza y Mirelu seguirán preocupándose por San Juan cuando yo no esté. Lo tengo clarísimo. Están muy metidas y para mí es un auténtico orgullo». Y es que Joseba no conoce otro lugar tan especial. «En el barco viajé mucho y he conocido muchos sitios, pero como San Juan, ninguno. Si no lo hubiese conocido, mi vida no habría sido igual. Le tengo fervor, un cariño terrible», se emociona.
Hoy, el cielo ha despertado despejado y brilla el sol. Los rayos de luz encienden aún más las ganas de los visitantes por alcanzar la cima del islote y contemplar las vistas. Y es que San Juan es uno de los puntos turísticos estrella de Bizkaia. Así lo atestiguan las más de 80.000 visitas que recibió el pasado año. «Si un sábado hace bueno, aquí se pueden juntar cerca de 2.000 personas. Y la mitad son niños. Es una locura», cuenta maravillado. Puede que el nombramiento en 2014 como la Primera Maravilla Natural de España ayude. «No lo sé pero tampoco han hecho nada por la ermita. Nos han dado un diploma y ya está ninguna ayuda ni nada», apunta a pesar de que admite estar agradecido por el reconocimiento.
Casarse en San Juan está de moda. Este año ha sido la elección de casi una treintena de parejas, varias extranjeras. Anécdotas no le faltan: «Algunos tienen cada cosa... es terrible. Vinieron unos novios franceses para hacer el reportaje de boda, me pidieron el número de cuenta y todavía estoy esperando el ingreso. Otros recién casados de Italia me marearon para que les dejase entrar hasta abajo con el coche y luego me pidieron la dirección para mandar unas chocolatinas de su pueblo... no han llegado. Supongo que se habrán derretido».
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