Hay veces que no funciona, no. Piensas que todas las relaciones cuando comienzan van a salir bien, que el idilio inicial ilusiona de tal manera ... que nada puede fallar. De pronto surge una mota de duda, de recelo, de envidia o malentendido, de miradas que dejan de ser cómplices, de esfuerzos que se quedan en intenciones, de nadas que superan muchos, de decepciones que recuerdan aquellas que querías olvidar del pasado.
El Maccabi camina por este sendero conocido para ellos, el de la decepción. Es cierto que aún restan enfrentamientos por celebrar, que todavía queda tiempo para subirse a los lomos del Top 8, pero las sensaciones no son las esperadas al inicio de la temporada. Parecía que este año sí estaría entre los elegidos pero este equipo no acaba de igualar esas expectativas iniciales y tanto es así que su constructor, quien parecía liderar el grupo con su exigencia y su saber llevar a las estrellas, Ioannis Sfairopoulos, ya no comanda la nave. Desde la distancia intuímos que tiene más que ver con esa solución que provoque una chispa que cambie el rumbo, que no con retocar una plantilla que parecía sobre el papel suficiente para lograr el reto deseado.
Pero la realidad muestra que los 'elegidos' para situar al Maccabi en puestos de privilegio no están dando el resultado esperado. Sí, la estrella Wilbekin es una de ellas, que aunque lidera, no acaba de evolucionar más si cabe para ser ese jugador decisivo que sus aficionados demandan. Se rodeó de un buen complemento como Evans para descargarle del desgaste de la conducción del juego y aun y todo no acaba de despuntar a pesar de ser un excelente jugador. No rehúye el balón, todo lo contrario: lo quiere, lo amasa, lo mima, para hacer de él la herramienta precisa con la que decidir en su potente 1x1. Pero no acaba de dominarlo del todo, al menos en esos momentos de la verdad, cuando el partido se empieza a aclarar. Las defensas lo saben y él no atina.
Sucede también que esa estructura que traza todo equipo con garantías (base-alero-poste) tampoco acaba de fijar la competitividad del equipo. Quizá porque se necesita de eso que llaman química entre sí para ser menos yo y más nosotros, probablemente el origen de este recorrido dubitativo del Maccabi. El trío Wilbekin-Nunnally-Reynolds debía de ser una columna temible ante cualquier rival, pero ninguno de los tres se está comportando como tal. Tanto es así que desde el banco se confía más en su valor como revulsivos más que en el de liderar la ejecución del plan de partido. Y esto, a la larga y como muestran los resultados, se nota en el rendimiento.
A partir de aquí su juego oscila entre días brillantes, donde todo sale y donde reluce el amarillo de su equipación, con otros encuentros grises donde se evidencia la falta de solidez y el individualismo más exacerbado, con el colectivo como principal afectado. En un caso, a esta estructura se suman jugadores como Williams, Zizic o Caloiaro y entonces el Maccabi literalmente vuela. En el otro caso, donde la defensa debería asumir su rol de compromiso colectivo, todo desaparece y las miradas van de unos a otros sin llegar a un punto de encuentro. Este vaivén es el que minó el crédito de Sfairopoulos y el que trata de evitar su nuevo inquilino, Avi Even. Esta solución aún no ha dado con ese 'click' que aúpe al Maccabi al lugar deseado. Y no parece, la verdad.
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