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El viernes 16 de diciembre de 2011 se celebró en Nyon (Suiza) el sorteo para los dieciseisavos de final de la Europa League y los ... posibles cruces posteriores. El titular de este periódico fue el siguiente: «El Athletic se enfrenta al Lokomotiv y sueña con despertar en Old Trafford». Esta frase podría haber tenido un añadido: «o en el Amsterdam Arena». Y es que el rival de los rojiblancos en unos hipotéticos octavos podía ser tanto el Manchester United como el Ajax. El hecho de que no se añadiera esta segunda posibilidad no tenía que ver con una cuestión de espacio en el hueco del titular sino con la obligación del periodista de reflejar un sentir general de la afición del Athletic, para la que los 'red devils' son un adversario mitológico desde la famosa eliminatoria de la Copa de Europa en 1957. Ese viernes 16 de diciembre de 2011, en fin, los aficionados rojiblancos adelantaron el cambio anual del calendario, pusieron el correspondiente a 2012 y señalaron una fecha: 8 de marzo. Ese día, se dijeron, el Athletic jugaría en el Teatro de los Sueños.
La eliminatoria contra el Lokomotiv de Moscú no se recuerda demasiado trece años después. Se ha intentado olvidarla como uno intenta olvidar una desagradable gastroscopia. Porque eso es lo que fue ese cruce, primero con una derrota por la mínima en Moscú en un campo helado (2-1) y luego con un sufrimiento agónico en San Mamés para superar a un rival encerrado al que el árbitro le dejó pegar patadas a destajo y hacerlo, además, con un jugador menos desde el minuto 59 por la expulsión de Amorebieta. Muniain, que también había marcado en Moscú, logró el gol que dio el pase en el minuto 62. La hinchada lo celebró con una explosión de alegría y coreando la marcha triunfal de 'Aída', que por cierto ha desaparecido del repertorio de San Mamés, como si Verdi no resistiera la comparación con determinadas canciones autóctonas y ritmos ancestrales.
Al día siguiente, este periódico abría su portada con una gran fotografía de Muniain abrazado a San José y Toquero. «Volvemos a Manchester», decía el titular. En la crónica del partido, quien esto suscribe insistía en la misma lectura. «Viaje al Teatro de los Sueños». El subtítulo ofrecía la aclaración pertinente: «El Athletic logra el billete a Manchester, su destino más ansiado, tras amarrar en noventa minutos agónicos y en inferioridad una justa victoria».
El partido que acabaría haciendo el equipo de Bielsa en Old Trafford fue uno de los mejores de la historia del club y se recuerda como sólo se recuerdan los grandes acontecimientos. Exageremos sólo un poco por necesidades del guión: de la misma manera que los que vivieron la llegada del hombre a la Luna o los atentados a las Torres Gemelas saben dónde estaban aquel día, sucede igual con los que vieron la exhibición de los leones en Old Trafford para ganar 2-3.
Y es lógico que así sea, que aquella victoria, la primera del Athletic en suelo inglés, adquiriera tanta trascendencia. Porque había sido la propia afición rojiblanca la que, durante tres meses, había dado a ese partido una dimensión histórica. Los hinchas no juegan, es cierto, pero son los que con su ilusión y su deseo construyen previamente los grandes partidos.
El jueves 1 de marzo de 2012 se abrieron las taquillas del viejo San Mamés. Muchos aficionados pasaron la noche al raso o en tiendas de campaña para asegurarse una buena posición en unas colas enormes. Las 4.138 entradas que había mandado el Manchester volaron como papelinas en un huracán y el club inglés mandó otras 2.500 más. Se iba preparando la peregrinación de una hinchada con la moral por las nubes. Su equipo ya estaba clasificado para la final de Copa -dos días antes del partido en Old Trafford se supo que se jugaría en el Vicente Calderón, como quería el Barcelona, lo que sentó muy mal en Bilbao-, y el domingo anterior al viaje a Inglaterra ganó a la Real en el derbi y se metió en la pelea por la Champions. Marcelo Bielsa ya era un ídolo. A lo loco, se vivía mejor.
Era el viaje que nadie quería perderse y se demostró con la expedición oficial más numerosa que había reunido hasta entonces el club bilbaíno. Trescientas cincuenta personas abarrotaron el 6 de marzo el vuelo 9261 de la compañía Monarch que trasladó al Athletic a Manchester. A las tres y media de la tarde, buena parte de los expedicionarios ya se arremolinaba junto a los mostradores del aeropuerto de Loiu y daban comienzo una fiesta que se prolongó tres días.
El equipo apareció con el tiempo justo en el aeropuerto, poco más de media hora antes del despegue. Tras unos minutos de fotos, autógrafos y felicitaciones a Gorka Iraizoz por su cumpleaños y a David López por su reciente paternidad, técnicos y jugadores se encaminaron al pasillo del control de pasajeros. Marcelo Bielsa, que iba a su aire, recibió nada más ponerse a la cola una estampita de regalo. Se la dio una señora con la que charló un poco y a la que agradeció de corazón el presente. Luego pasó al quiosco de prensa, donde husmeó un poco por la librería para terminar comprando unos caramelos 'Halls'.
Al día siguiente, víspera ya del gran match, mientras de Bilbao iban llegando más de 28 vuelos charters y docenas de autobuses, comenzaron las lecturas deportivas del partido. En sala de prensa, los dos técnicos alabaron al rival. Ferguson destacó la intensidad y el poderío atacante del Athletic, y Bielsa, sencillamente, la categoría del Manchester. Cuestionado sobre qué receta tenía preparada para enfrentarse a Rooney, Giggs, De Gea, Evra, Rio Ferdinand, Carrick, Chicharito y demás, el argentino no lo dudó. «La única receta que conozco: jugar bien, es decir, recuperar rápido el balón y tratar de no perderlo». A su lado, Iraola lanzó un mensaje que acabó teniendo una carga premonitoria enorme. «Hay que salir con personalidad, confianza y atrevimiento, haciendo nuestro juego».
Trece años después, aunque las circunstancias son muy diferentes, se podría decir lo mismo. En realidad, se trata de un mensaje muy convencional, un desideratum válido para cada partido. Lo complicado, por supuesto, es cumplirlo. Pues bien, el Athletic lo hizo como muy pocas veces en su historia. En el minuto 3, Llorente creó mucho peligro con un derechazo. De Gea, que acabaría siendo decisivo para evitar que su equipo sufriera una goleada de escándalo, comprendió que aquella iba a ser una dura jornada de trabajo. El Athletic siguió atacando y creando oportunidades con Iraola, Llorente, que fue objeto de un penalti que Florian Meyer no quiso pitar, Susaeta con un globo de larga distancia... Espectacular.
En las gradas, los ocho mil hinchas del Athletic seguían absortos y asombrados aquella sinfonía, lo mismo que los periodistas en la tribuna de prensa. Los rojiblancos ni siquiera pestañearon cuando Rooney abrió el marcador en la primera llegada de su equipo. Luego llegaría el 1-1 de Llorente antes del descanso y después la remontada en la segunda parte. Todos recordamos aquellos goles de De Marcos y Muniain, o las paradas de De Gea. Pero sobre todo recordamos la sensación que vivimos aquella tarde contemplando el partido soñado: una incomparable sensación de plenitud y, por supuesto, de orgullo.
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