Marcelino se traiciona a sí mismo
Naufraga en la final al renunciar a su impronta con un planteamiento anodino, sin reacción en el descanso y con cambios intrascendentes
Decía Marcelino al término de la final contra la Real Sociedad que tras una reflexión reposada tanto el cuerpo técnico como los futbolistas llegarían a ... la misma conclusión: no habían sido ellos mismos. Con el transcurrir de los días, el entrenador asturiano insistió en que los jugadores llegaron al derbi con una carga excesiva de presión en la mochila y que esa responsabilidad les había bloqueado. Ha habido tiempo para quitarse esa carga y buscar soluciones, pero anoche el equipo siguió sin encontrarse porque, sencillamente, Marcelino no fue Marcelino y, por extensión, el Athletic nunca fue su Athletic. El de Careñes se traicionó a sí mismo con un planteamiento insulso, anodino, previsible, sin alternativas, nada audaz. Ni siquiera reaccionó en el descanso, cuando los leones habían sobrevivido de milagro a las constantes acometidas de los culés con un De Jong intratable y con un Muniain muy tocado cuya titularidad, a tenor de lo visto, resulta inexplicable.
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Los rojiblancos no han competido en ninguno de los choques decisivos de La Cartuja en el torneo del KO. Pero por razones diferentes. Ante la Real ni siquiera comparecieron, abrumados por el miedo escénico. Ayer sí lo hicieron, pero como 'sparring' ideal de un Barça que desde el minuto 1 le mostró sus credenciales de rey de la competición. No tuvo que transcurrir mucho tiempo para confirmar que el capitán no estaba para nada. La banda izquierda, con Balenziaga como titular, fue una autopista para los azulgrana porque el navarro, renqueante, llegaba tarde a las ayudas. Messi, De Jong, Dest e incluso Mingueza se dieron cuenta de que la carretera en esa zona no tenía peaje. El Barcelona suele preferir el costado de Alba para fabricar sus ataques, pero esta vez cambió de estrategia y el técnico del Athletic no encontró remedio para frenar la sangría.
Marcelino no fue Marcelino en La Cartuja y, por extensión, el Athletic nunca fue su Athletic
La cara de una plantilla suele ser la de su técnico, para lo bueno y para lo malo, pero suele mediar una transición entre ambos semblantes. Pero en el Athletic se ha producido en las últimas semanas una simbiosis complicada de entender en la que se ha pasado de la fe al ateísmo. De creer en sí mismo a dejar de hacerlo súbitamente. La valentía inicial en los planteamientos de Marcelino, con los puntales del vestuario en estado de gracia –Muniain, Williams, Raúl García–, ha dado paso a un conservadurismo extremo en el que el equipo ha mirado más al adversario que a sí mismo.
Lo ocurrido anoche en Sevilla es un naufragio en toda regla. El entrenador, el guía del barco, no encontró soluciones a pesar de que el fuerte oleaje fue evidente desde el inicio. Lejos de bachear la banda izquierda, en la segunda parte estaba incluso mejor asfaltada para los blaugrana. Las caras de impotencia de Marcelino y de su tropa eran un poema mientras los goles caían a un ritmo frenético. Cuatro en doce minutos.
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El Athletic, noqueado en la lona, era ya para entonces un carrusel de cambios intrascendentes. Lekue había sustituido en el descanso a Muniain. En el minuto 54 Vesga entró por Berenguer. Y en el 67 abandonaron el terreno de juego Williams, Unai López y Yeray para dar entrada a Villalibre, Yuri –que no fue titular porque aún tenía molestias– y Nuñez. Movimientos sin valor añadido. Una posibe solución a medio plazo: que Marcelino sea otra vez Marcelino.
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