Ya andábamos todos a punto de darle al botón del mando a distancia y tirarlo con rabia sobre el mullido sofá, porque no es cuestión ... de estrellarlo contra el suelo para tener que andar recogiendo piezas y pilas un rato más tarde, cuando le dimos al dedo meñique la orden mental de esperar unos segundos a que Ruiz de Galarreta se agarrara al último clavo ardiendo de la noche. Y como todo el mundo sabe, la película tuvo un final feliz, así que por ese lado ni tan mal, porque cuando empatas un partido en el último segundo el resultado casi sabe a victoria, como a cuerno quemado les tuvo que oler a los pucelanos, que ya se veían fuera de la zona de descenso. Les vino la penitencia en el pecado, porque si habían comenzado el partido con tres centrales lo acabaron con cuatro y resulta que les sorprendió el delantero centro, que debía ser el hombre más vigilado sobre el campo.
Publicidad
Así que, superado el mal trago, habrá que comentar la revolución identitaria que se marcó Ernesto Valverde con la alineación que presentó en el José Zorrilla. Por supuesto, no fue eso que en el mundo del fútbol se suele llamar ataque de entrenador, porque todas las modificaciones que llevó a cabo tuvieron causas más que justificadas. Si el equipo que alineó Ernesto fue un tanto extraño a los cánones que él mismo ha establecido, fue por causa de fuerza mayor.
Noticias relacionadas
En primer lugar está el desgaste que los futbolistas van acumulando partido a partido cuando juegan cada tres o cuatro días. Posiblemente si el desarrollo del partido del jueves frente al Ludogorets hubiera sido otro, es decir, si el Athletic hubiera encarrilado el marcador enseguida, seguro que las cosas habrían sido diferentes en Pucela, pero para ganar el partido europeo todos los que salieron al campo tuvieron que hacer un trabajo descomunal y eso se nota, claro. De hecho, la batalla búlgara se cobró sus víctimas, como Iñaki Williams, que nos parecía indestructible, un superhombre, resulta que también es un poco humano, como los demás, y sufre sobrecargas que le dejan fuera.
Así que Valverde tiene que distribuir las cargas, como el capitán de un barco mercante, para que no se escore peligrosamente, y eso es lo que hizo en Valladolid, y tal vez hacer tantos cambios compromete también la estabilidad, porque los que entran no dominan tan bien los equilibrios como quienes están acostumbrados a moverse por la cubierta día tras día.
Publicidad
Y esa falta de estabilidad, por supuesto, tiene sus consecuencias, ya que una cosa es que cualquier jugador de la plantilla tenga la calidad suficiente como para formar parte de ella y otra que los mecanismos automáticos que los habituales utilizan en su juego se desajusten cuando hay muchas piezas nuevas. Eso provocó que el juego rojiblanco se espesara demasiado en muchos momentos del partido, que se hiciera demasiado previsible para un rival que jugaba con tres centrales y corría que se las pelaba en cuanto robaba la pelota. Por no hablar de que uno de esos desajustes se convirtió en uno de los mayores sustos del partido, cuando el gatillo fácil de Cordero Vega disparó la tarjeta roja a Beñat Prados. Menos mal que le convencieron desde el VAR de que tenía que revisarla y rectificó su decisión. En ese momento, Valverde sintió un oscuro vacío en su interior y probablemente decidió allí mismo dejar en el vestuario a sus rockeros del medio campo y decantarse por la música clásica de Galarreta y Vesga.
Claro que las cosas estaban muy desajustadas, las rotaciones descolocaron bastante al equipo y las ausencias pesaban mucho, así que las cosas no mejoraron demasiado e incluso empeoraron con el gol del Valladolid.
Publicidad
Menos mal que cuando íbamos a apagar la tele amargados y arrojar el mando al sofá, apareció Guruzeta. Servirá para que quienes no tengan compromisos internacionales vayan descansando y restañando heridas. No se puede decir que la Liga no para, porque sí lo hace, pero para poco. Que lo aproveche Valverde.
Accede todo un mes por solo 0,99€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión