Ya sé que es cuestión de gustos, y que los hay de todos los colores, pero la camiseta que estrenó el Athletic en Vallecas era ... totalmente prescindible. Hace tiempo que nos acostumbramos a que no hubiera una de reserva, sino dos, pero ahora aparece la cuarta, de un negro azabache brillante, como de hortera de discoteca, y encima con colorines por doquier. Sin números, nombres, publicidad y pegatinas varias, sus mejores complementos serían unas cuantas cadenas de oro alrededor del cuello en un reservado VIP.
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Sí, ya sé que representa no sé qué y no sé cuánto, o eso dicen, porque reconozco que en la elaboración de la prenda la fase más complicada es la de pensarse una justificación que cuele. O que no cuele, qué más da, porque ya hubo una camiseta blanca con sutiles líneas algo más oscuras que, dijeron, representaban la cantera de Lezama. Ahí, cavilando sobre el argumento en el que apoyar la prenda en cuestión es donde más tiempo pasan los expertos de la marca comercial. 'Digamos que es para festejar y reivindicar las raíces e identidad de los leones. Venga, pásame el cubata'. Para una exposición del Guggenheim puede valer algo tan etéreo, pero es que estamos hablando de una camiseta que vale 120 euros y no de un cuadro de Kandinski.
Me gusta tan poco la camiseta nueva que, después de ver el partido, creo que al único que le quedaba bien era a Oihan Sancet, ese futbolista que desprende clase por todos los poros y al que, con su imagen longilínea, como de cuadro del Greco, le sentaba de maravilla. Tal vez sea porque los goles deforman la percepción de las cosas, e incluso la realidad más tangible, pero no me digan que Sancet, con cualquier camiseta que se ponga, está hecho un pincel. De él mismo depende volver a ponerse la zamarra roja de la selección porque pocos futbolistas que juegan en su puesto pueden permitirse jugar al fútbol como el pamplonés.
Hubo algunos compañeros, en especial Paredes, que se sintieron incómodos con la camiseta. Le tiraban las costuras y no estuvo fino en el gol del Rayo ni en otras jugadas del partido. El negro azabache le combinaba fatal con su juego, y no era el único, hasta que apareció Ernesto Valverde y dijo basta. El entrenador rojiblanco había tenido, qué remedio, que componer una alineación de garantías pero con retoques en todas las líneas, porque el jueves hubo partido, y el miércoles próximo llega otro de toma pan y moja frente al Real Madrid. Con el paso de los minutos se le empezó a caer el artesonado del techo, y con el marcador en contra tomó la decisión radical, que en otros tiempos lejanos ya, hubiera sido incluso contracultural, de hacer tres cambios de golpe.
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Y le salió bien. No es la primera vez, por cierto. Claro que cuando pones en el campo la clase de Oihan Sancet, los pulmones de Unai Gómez y la experiencia de De Marcos es como si firmaras una póliza de seguros que te exime de toda responsabilidad. Si pasa algo malo, la culpa es del maestro armero, que no del entrenador, que no puede hacer mucho más que poner a los jugadores oportunos en el momento oportuno. Acertó, claro. Sancet se convirtió en el mejor del partido, Unai le dio energía al equipo y De Marcos otra asistencia de las suyas para ganar el partido. Por cierto, pensándolo bien. A Óscar también le quedaba muy bien la nueva camiseta.
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