Agirrezabala se lo merece
El Athletic no podía negar la salida a un chaval cuyo comportamiento ha sido intachable y que ya es historia del club por el título de Copa
Es cierto que el fútbol ha cambiado tanto en los últimos años que los veteranos de la clase estamos viendo cosas que nunca hubiéramos imaginado. ... Vemos, por ejemplo, cómo te pueden pitar un fuera de juego por la distancia de una pestaña. O un penalti porque en un salto un jugador ha separado un poco el brazo del cuerpo, como es natural, y tiene la mala suerte de que el balón le da en él después de un rebote. Vemos un césped británico en casi todos los campos y no los secarrales y barrizales de antaño. Vemos árbitros atléticos y no señores con barriguita y cara de revisor de tren de vía estrecha. O futbolistas que se empeñan en bombardearnos con las fotos de sus vacaciones paradisiacas. Lo que no vemos todavía, sin embargo, es que dos grandes porteros puedan convivir juntos mucho tiempo alternándose debajo de los tres palos como una pareja muy bien avenida.
Al final, esta convivencia es imposible que perdure por muy buena que sea la relación, como ha sido la que han mantenido Unai Simón y Julen Agirrezabala. De hecho, no es fácil recordar un caso semejante de dos porteros compartiendo el puesto con tanta deportividad. Lo que habla bien de ambos y, sobre todo, las cosas como son, del arquero de Murgia, que al fin y al cabo era el titular no sólo en el Athletic sino también en la selección, y ha tenido que ver cómo su suplente disputaba los partidos más apasionantes del Athletic en las dos últimas temporadas. No exageramos: todos los partidos de Copa, incluida la final de La Cartuja, y los catorce del regreso a Europa seis años después.
La pareja se va a romper y todavía no sabemos cuál ha sido el factor detonante. Lo explicarán Mikel González o el propio Julen Agirrezabala cuando en los próximos días anuncien su cesión al Valencia, que por lo que ha transcendido incluirá una opción de compra no obligatoria –el importe no lo sabemos– para el club ché. La impresión desde fuera es que la situación había llegado a un punto límite, a una frontera que no se podía traspasar. Valverde, sencillamente, no podía mantener su apuesta de la pasada temporada y dar al donostiarra la titularidad en Europa, además de en la Copa. Dejar a Unai Simón sin la Champions, es decir, chupando banquillo en Anfield, el Ettihad, San Siro o el Allianz Arena –por decir algo– para luego jugar en el Martínez Valero o en Cornellá –también por decir algo– no era sostenible. La razón es fácil de entender: Unai Simón es un hombre muy fiel y comprometido con el Athletic, todo un ejemplo, pero no es un santo, ni el Cándido de Voltaire preguntándose inocente y extrañado en la mesa de los tahures por qué a él no le llegaban los ases.
Consciente o informado de ello por el entrenador, en junio Agirrezabala pidió su salida al club. Y el Athletic lo aceptó con deportividad mientras preparaba el regreso de Padilla, que será un suplente convencional. La verdad es que no se lo podía negar a un chaval que no sólo ha tenido un comportamiento intachable y ha sido un compañero excepcional a decir de todos los que le conocen sino que ya es historia del Athletic, ni más ni menos que el portero del título de Copa número 25. Ojalá le vaya muy bien. Tiene calidad para ello.
POSTDATA. Que el Athletic ha gestionado de forma impecable el caso Nico Williams, midiendo muy bien los tiempos y dando al jugador la vía de escape que necesitaba para escapar del Barcelona es algo evidente. De ahí que chirríe tanto esta absurda operación de blanqueo que le están haciendo en los últimas días. A un cráneo privilegiado se le ocurrió ni más ni menos que elevarlo como ejemplo canónico de fidelidad y equipararle a Julen Guerrero en un montaje fotográfico. A otro se le ha ocurrido inundar las tiendas del club con camisetas de Nico, como si ya fuera la estrella superlativa del Athletic, lo que fue Messi en el Barcelona. Ya sólo falta que a un tercero se le ocurra vender pelucas con rastas amarillas. Un poquito de por favor, oiga. Por dos razones. La primera y fundamental, porque la gente no es idiota y sabe perfectamente lo que ha ocurrido. Menos milongas y más respeto a la inteligencia del aficionado. Y la segunda, porque sin quererlo están perjudicando al futbolista. No se dan cuenta de que, en el fondo, le están retratando como un pecador que necesitara una campaña de marketing para hacerse perdonar.
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