Rico: Un trabajador entre las estrellas
Mikel Rico deja la disciplina rojiblanca tras seis temporadas y la impagable sensación de saber que se ha dejado el alma en cada entrenamiento y partido
Mikel Rico es futbolista por su padre. Hubo un momento en el que quiso dejarlo todo y regresar a casa, junto con su familia y ... sus amigos, pero su 'viejo' le pidió que apretara los dientes y continuara. «Aguanta un mes más –le dijo cuando estaba en Cuenca– y si sigues así yo soy el primero el que va a buscarte». Había trabajado en una serrería de Arrigorriaga, donde le pagaban de maravilla, y cambió el Basconia por el Conquense B, en Tercera. Cobraba menos como jugador que como currela y todo influía, además de la distancia. Solo él sabe cómo eran los días en el exilio, lejos de todo lo que le importaba, pero atendió el consejo de su padre y no volvió. No lo hizo hasta el verano de 2013, cuando salió del Granada para firmar por el Athletic. Un sueño hecho realidad que ha durado seis temporadas y que ha llegado hoy a su fin con el anuncio de su baja por parte del club. Un desenlace ya cantado y que el propio futbolista anticipó en una declaraciones recientes, consciente de que una etapa ha acabado y que ahora la vida le llevará por otros caminos.
Mikel Rico es un adulto en un mundo infantilizado. Serio y aplicado en su profesión, sin salidas de tono ni quejas de ningún tipo, se ha ganado la vida con sudor y mucho trabajo en el campo. Podían faltar otras cosas, pero su ética laboral estaba y está por encima de todo y es incuestionable. Tras seis años en el club de su vida, donde ha disfrutado con cada minuto consumido, el centrocampista se marcha con la impagable sensación de saber que se ha dejado el alma en cada entrenamiento y partido. Salió de casa joven, pateó campos de Tercera, Segunda B y Segunda hasta que la fe de su padre y su propio orgullo y pundonor le colocaron en la élite. En Granada conoció los campos de Primera y con el Athletic disfrutó de estadios de toda Europa. Incluso se lleva consigo un gol marcado en Moscú.
En verano de 2013, después de jugar las 38 jornadas de la Liga con el Granada, el Athletic puso en la mesa 2,8 millones de euros para traer a casa a Mikel Rico. El vizcaíno incluso perdonó 200.000 euros al club para que le facilitaran la salida. Cuando volvió solía comentar que tardó «una semana» en sentirse como «uno más» en el vestuario bilbaíno. Un vestuario en el que además ha estado mucho con los jóvenes, a los que ha aconsejado y cuidado, siempre pendiente de que no se pierdan por el camino. Jamás ha dado ningún problema a sus entrenadores –Valverde, Ziganda, Berizzo y ahora Garitano– y ha estado cuando se le ha necesitado. Un minuto o 90, la actitud siempre era la misma, la de un hombre honesto con su profesión y enamorado de su trabajo y de los colores rojo y blanco.
Los dedos en X
El primer año de Mikel Rico en el Athletic fue fantástico. Jugó 34 partidos y marcó cinco goles en la Liga, además de otros dos en la Copa. Era un seguro de vida en la medular rojiblanca, un pedazo de hormigón armado, que vivía para ayudar a los demás. La siguiente campaña también resultó magnífica, con 36 encuentros disputados en el torneo de la regularidad, ocho en la Copa, otros tantos en la Champions y dos en la Europa League. Caminaba por las nubes el mediocentro de Arrigorriaga, que tenía asombrado a Ernesto Valverde con sus tareas poco vistosas pero fundamentales en la sala de máquinas. Y luego llegó el bajón, las lesiones –hubo una pretemporada en la que se retiró el primer día y a los cinco minutos de saltar al campo– y cada vez menos presencia en los planes de sus entrenadores. Eso sí, el trabajo seguía sin faltar y cuando se le necesitaba saltaba al campo con las ganas de un juvenil.
Este año ha sido también difícil para él por las lesiones, aunque Garitano jamás ha escondido su admiración por el centrocampista vizcaíno. «Soy un auténtico admirador de Mikel Rico», dijo hace pocos días. Ahora, 176 partidos y seis campañas después como rojiblanco, el de Arrigorriaga dice adiós a su casa. San Mamés no volverá a verle cruzar sus dedos índice para dibujar una X en honor a su hijo, Xabi, su conquista más preciada. A sus 34 años –cumple 35 en noviembre–, el futbolista abre un nuevo capítulo en su vida y tal vez en su carrera. Allá donde vaya, el equipo que lo tenga conocerá el significado exacto de la palabra trabajador.
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