El ejemplo de Sarita
Cuando servidor era un pipiolo que todavía no se enteraba de la misa la media, y no es que haya mejorado mucho pero algo se ... pega después de tantos años, le escribí una carta a Sara Estévez. Veamos el contexto: Uno de los profesores de la Facultad de Ciencias de la Información, César Coca, que sigue escribiendo en EL CORREO, donde es adjunto a la dirección, nos pidió un trabajo a quienes éramos sus alumnos de redacción periodística, sobre algún tema inconcreto que no recuerdo, aunque supongo que era algo que podíamos elegir, así que yo me incliné por el periodismo deportivo.
En tiempos en los que no existía internet ni se imaginaba en los sueños más locos, las cosas se hacían por teléfono -fijo, claro-, o por carta, así que escribí una misiva con unas cuantas preguntas a todo periodista deportivo que me sonaba de algo. Como se puede deducir, el trabajo era de largo plazo, tal vez porque entonces la inmediatez para ciertas cosas resultaba imposible.
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Envié al menos una docena de cartas a distintas redacciones, y un par de semanas después me llegaron tres respuestas, una de un periodista que ya murió, Agustín Aranjuelo, más conocido como Erostarbe, uno de los fundadores de Marca, que en su primera época se editaba en San Sebastián; otra de Ernesto Díaz, que era la cara visible del deporte en Telenorte, de TVE, que está jubilado y es mi amigo desde hace muchos años, y la tercera me la remitió Sara Estévez, a la que había escuchado cada noche en su programa Stádium de Radio Juventud de Bilbao, que pertenecía a la Cadena Azul de Radiodifusión. Muchas veces me quedé dormido oyendo el programa y en alguna ocasión me despertó sobresaltado el Cara al Sol que cerraba la emisión de la cadena, luego fusionada con Radio Nacional.
Ahí sigue, tal vez con las piernas cansadas, pero con su cerebro muy despierto y la memoria espléndida
Aquellas tres respuestas eran un éxito de encuesta. Hice el trabajo con ellas y César Coca me puso sobresaliente. Las explicaciones de Sarita a mis preguntas eran las más amplias y me acordé siempre de aquello, así que años después, cuando ya tenía cierta confianza con ella, le quise agradecer el detalle de contestar a aquella carta, y su respuesta me ha servido de lección desde entonces: «¿Cómo no iba a contestar a las preguntas de un periodista, o aspirante a serlo, si mi trabajo ha sido siempre el de preguntar de todo a todo el mundo?».
Sarita era una de las periodistas más importantes de Bizkaia y sin embargo nunca se dio importancia. Su rigor y el del equipo de profesionales que dirigía resultaban proverbiales. Su fervor por el Athletic está fuera de toda duda, pero nunca le sirvió de coartada para hacer periodismo de bufanda, que tanto se estila en estos tiempos. Hoy cumple 97 años. Todavía ve los partidos en la residencia en la que vive, y comparte afición con dos monjas que también son seguidoras rojiblancas, aunque las tres fruncen el ceño con otra religiosa que es madridista. Sigue teniendo esa capacidad de análisis clarividente como cuando iba a San Mamés y escribía las crónicas para la radio que luego leía la voz de mármol de Francisco Blanco, uno de sus compañeros de toda la vida, junto con Julio Garro.
Nunca le faltó capacidad crítica para denunciar lo que no le gustaba. En el Athletic estuvo vetada durante año y medio por criticar a quienes mandaban en el club. Sarita no se arredró y siguió criticando cuando debía, haciendo periodismo. Hasta los 94 años, cuando dejó de escribir en estas páginas.
Pero ahí sigue, tal vez con las piernas cansadas, pero con su cerebro muy despierto y la memoria espléndida. Y con la generosidad de siempre. Hace ya muchos años perdió parte de su tiempo para contestar mi carta. Ahora, en un gesto muchísimo más grande, aunque a mí aquello me pareció lo más, ha donado todo su gran archivo al Athletic; décadas de trabajo, cajas llenas de documentos que pasan a ser patrimonio histórico del club. Supongo que en las entrañas de San Mamés, donde se ubica un almacén casi tan amplio como el que escondió el arca perdida de Indiana Jones, ya estarán escudriñando el legado. Qué grande eres, Sarita.
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