Entramos por primera vez en la ultrasecreta guarida de Marijaia: aquí vuelve a la vida todos los años para irse de fiesta
Nos habíamos imaginado, incluso habíamos deseado, que viniese a recogernos al periódico una furgoneta negra del Ayuntamiento con los cristales tintados. También fantaseábamos con que ... luego nos cegarían con una venda en los ojos y que nos tendrían dando vueltas un buen rato por la ciudad en la habitual maniobra de despiste que sale en las películas de espías. Y que finalmente llegaríamos a la ultrasecretísima guarida de Marijaia. Al sitio donde el símbolo de la fiesta, la monarca de Aste Nagusia, reposa reservadamente antes de convertirse en el mismísimo centro del caos alegre y descontrolado que revienta tras el txupin.
Ya se ve que nos flipamos mucho con estas cosas.
Al final, lo que ocurrió fue que Toño nos citó en uno de los almacenes municipales. Toño es Toño Valdivieso, custodio de Marijaia, artesano de Marijaia, camarada inseparable y leal del alma de la Semana Grande. Guarda con celo el secreto sobre la indumentaria de la santa patrona de la juerga, que cada año es diferente. Hay que mantener el misterio hasta que hoy, a las siete de la tarde, se asome al balcón del Arriaga contoneándose, alborotando a las miles de personas que debajo cantarán y gritarán y se embadurnarán de cosas y de sudor.
Toda esa energía se va a concentrar en el rostro colorido de sonrisa estridente que los últimos días ha estado con sus ojos muy abiertos en un oscuro almacén con vocación de búnker. Estas dependencias municipales serpentean bajo las calles de un barrio que no revelaremos. Son estancias enormes, una estructura de hormigón gris iluminada con tubos fluorescentes blancos. Tiene techos altísimos sobre los que pasa la vida, los coches y la gente, ajena al mundo en pausa que hay debajo. Ahí hibernan los gigantes y los cabezudos. Hay estructuras metálicas, armazones de seres mitológicos, el aparataje del Olentzero, sillas para actos públicos, vallas, mesas de trabajo con destornilladores, disolventes, pinturas, rotuladores y cutters. Huele a trabajo y a misterio. Hay varias estancias, cada una con su portón, y conviene moverse en coche por su interior. Así de grandísimo es el sitio este.
Pues ahí, en uno de esos rincones, se ha pasado Marijaia los últimos tiempos, y ahí estará hasta hoy por la tarde, cuando será conducida, oculta sobre un camión, hasta el Teatro Arriaga.
La foto que viene con este texto es un contraluz potente para no revelar el atuendo de este año. Cuenta Toño que hay cuadrillas que incluso apuestan antes del txupin sobre el color de la blusa o de la falda; quien gana, luego bebe de papo. Así que hay que mantener el misterio. En realidad, todo lo que tenía que ver con Marijaia antes del txupin estaba más cerca de lo mitológico que de lo misterioso. Un gran secreto. Como que no existía la señora fiestera hasta su aparición estelar.
Hasta ahora. Aquí la tienen. Y, sin embargo, conocer los entresijos previos de la gran protagonista de Aste Nagusia no le quita ni un pelín de épica a la cosa. Combina muy bien Marijaia la cercanía entrañable de lo artesano con los matices legendarios de la tradición consolidada. Seguro que por eso la matriarca es tan querida en su reino, aquí, al tiempo que los ojos poco habituados a su gesto, los ojos de fuera, la miran extrañados e incluso inquietos. Qué muñeca más rara, dicen los forasteros. Qué sabrán ellos.
Pues sí, es Toño quien guarda sus secretos y quien, digámoslo así, entiende y construye a Marijaia. Lo hace desde hace tres décadas. La mayor parte de este tiempo junto con Mari Puri Herrero, que diseñó y creó a la santa patrona en 1978, cuando se pusieron las bases de Aste Nagusia. En los últimos tiempos es él quien asume en solitario el tajo tanto por el lado técnico como por el creativo.
¿Qué ingredientes hay que mezclar para dar a luz a este ser de enigmático magnetismo? Lo primero es recordar que cada año el fuego devora a Marijaia en una especie de rito purificador tras una semana de excesos y desorden. Así que hay que hacerla de nuevo. Siempre la misma, pero siempre otra.
Lógicamente, el rostro es crucial. Toño custodia personalmente el molde de escayola, el original, el que mantiene la esencia del personaje año tras año y que fue elaborado por la 'madre' del personaje. «Comienzo a hacer la cara a principios de julio». La confecciona con masa de papel, que al secarse toma el gesto de la monarca festiva. Luego «la pinto con algo parecido a un temple, para que no brille». Dice que podría hacerlo con otro tipo de pintura, pero ese compuesto «es el que utilizaba Mari Puri», de manera que forma parte del ritual, del proceso, de la tradición. El tajo este se prolonga durante días. Lo hace Toño con una minuciosidad casi religiosa, con pinceladas breves, difuminando con el dedo el moflete colorado, buscando el tono adecuado mientras mira una imagen de la edición anterior, perfilando los labios tronchantes y dando luz a la mirada burlona.
Un cuerpo oscilante
Luego se construye el cuerpo, que se elabora con «cartón fallero» a partir de un molde de fibra que está en el mismo espacio donde espera Marijaia. Es que este entorno es como una mezcla entre el taller de un circo y el almacén de un parque de atracciones. Es, de hecho, un parque de atracciones para un manitas con inquietudes artísticas. La cuestión es que ese tronco se ensambla en un sistema de porteo «peculiar». Porque «no es rígido» sino que tiene holguras, «va suelto». «Por eso Marijaia se mueve, tiene ese contoneo tan característico».
Los brazos se rellenan con hierba de las faldas del Gorbea, «de la zona de Areaza», porque «es un sitio que me parece majo». Toño se entusiasma al contar estas cosas porque en lo suyo lo mismo hay oficio que devoción. «Hay pequeñas cosas que la gente no valora. Las manos, por ejemplo, que tienen que hacer un ángulo muy determinado, que se vea que están recibiendo a la multitud». Y fundamental también es «evitar la simetría». No es bonita la simetría porque no es natural.
A continuación hay que elegir la indumentaria. Hay mucha ceremonia en esto. También hay a veces señales con un punto esotérico. Recuerda Toño que un año, cuando formaba equipo con Mari Puri, «le cambiamos la blusa dos días antes de que empezase la fiesta». «No la veíamos bien, no nos cuadraba ese color. Algo fallaba. Y Mari Puri soñó que no podía ir así. Estábamos de acuerdo».
Es que la elección de las telas es un proceso peliagudo. «Voy siempre a una tienda del Casco Viejo y estoy revolviendo toda una tarde». Selecciona según su leal saber y entender, combinando colores y estampados. Hasta hace unos años la madre de Toño era quien confeccionaba la ropa de Marijaia. «Ahora está muy mayor y la cose mi hermana».
Todo esto le da a Marijaia una pátina de familiar emotividad, un no sé qué conmovedor y casero que deja su rastro en la sacerdotisa festiva.
Pues dentro unas horas esta pieza de elaboración tan íntima va a cobrar vida a lo bestia. Es que va a ser el epicentro del momento más esperado y multitudinario de los que se celebran en Bilbao. Presidirá un desmadre con 40.000 personas enardecidas a sus pies, a quienes dará su bendición para que empiecen al fin los nueve días más locos del año.
Un experto en el mantenimiento y la gestión de emblemas
Toño Valdivieso es experto en gestión y mantenimiento de emblemas. «Mari Puri Herrero, la creadora de Marijaia, me conocía porque yo arreglaba los gigantes, cosa que sigo haciendo». Así que hace treinta años «me propusieron colaborar» en la confección de la sacerdotisa de Aste Nagusia. Y en ello sigue, ahora en solitario. También lleva el mantenimiento del Gargantua. Además de un montón de cosas más: «Hago las letras del Fant (el Festival de Cine Fantástico), monto exposiciones, doy clases de pintura». Es autónomo y el Ayuntamiento de Bilbao le confía la gestión de esos elementos que nunca se sabe muy bien qué hacer con ellos: figuras hechas 'ad hoc' para ciertos eventos, alfombras coloridas, disfraces... Todo está en los almacenes municipales.
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