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Un policía municipal mete en un coche patrulla unos globos incautados a un hombre que había sido denunciado por varios vendedores legales. luis ángel gómez

Fiestas con gas

La Semana Grande todavía reserva espacio para las emociones fuertes

Pablo Martínez Zarracina

Miércoles, 22 de agosto 2018, 00:18

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Las fiestas generan zonas temporalmente autónomas en lo tocante a disidencia y salvajismo. Un ejemplo: cuando los conciertos de rock local se celebraban en Unamuno, florecía junto al escenario, incluso debajo de él, un ecosistema de perros, punkis y 'piesnegros'. Del todo ajenos a los conciertos que se desarrollaban a su lado, aquellos asentamientos se consagraban a la lucha contra el sistema, aunque se especializaban en el consumo masivo de vino de cartón y sulfato de anfetamina. Capaces de alternar con virtuosismo la somnolencia y la furia, a veces los punkis, los 'piesnegros' y hasta los perros se incorporaban (el rumor de cadenas y Doc Martens era un sonajero problemático) para organizar un lío, ya fuese recolectando monedas, rompiendo cabinas o teniéndoselas con los guardias. Y tú sentías allí, entre el rock autóctono y los disturbios inminentes, que en términos festivos estabas en el lugar adecuado: a punto de terminar en el hospital o en la cárcel antes incluso de que comenzasen los fuegos.

Todo eso pasó. Las fiestas se han civilizado. Hoy las conductas disolventes tienen que ver sobre todo con pedir los bocadillos con gluten y los guardias, a falta de punkis, se conforman deteniendo globos de colores. La Semana Grande se ha llenado de reglas y no es tanto un paréntesis respecto al discurso dominante como su subrayado. Los efectos son llamativos. Ayer escuché cómo un famoso actor de los que nos visitan se iba metiendo durante una entrevista en un jardín feminista. A fuerza de intentar quedar bien, terminó pronunciando la siguiente frase: «Yo siempre he pensado que las mujeres son seres humanos».

Quedan sin embargo espacios en fiestas en los que las reglas se quebrantan. ¿Algún callejón oscuro? No, La Pérgola al mediodía. En los conciertos de bilbainadas hay canciones, pero también un arsenal de incorrección desubicada: chistes gruesos, piropazos, clichés, guiños cabareteros, enormidades. Al público, que es mayor y venerable, le encanta. Dicho de otro modo: los abuelos no se escandalizan. Ayer se hizo desde el escenario una apología del onanismo que fue aplaudidísima. «Otra referencia a las suegras y aparece la Ertzaintza», pensé yo ilusionado, como en los tiempos del rock en Unamuno. Era todo tan incorrecto y despreocupado que Jandro, el guitarrista de los Txikis, hasta me recordó a Jimi Hendrix. Y no porque también sea zurdo, sino por lo del lado salvaje. El de la ría, en este caso.

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