Chup, chup, chup. Ya ha salido Marijaia con los brazos lanzados al cielo. Igual este año debería haberlos bajado para, agarrando un cucharón poderoso, revolver ... al gentío que la recibía y que se cocía en su propia salsa de alegría y sudor. La plaza del Arriaga era como una marmita. Bullía la multitud, saltaba y gritaba para recibir la fiesta bajo el condimento de sal y guindilla disparados por los cañones de confeti y serpentinas. Había entusiasmo a borbotones, calor tropical y un meneo frenético como directamente transmitido por hilos invisibles desde la cadera de la suma sacerdotisa festiva. Chup, chup, chup. Pues sí, ya estamos en Aste Nagusia, un plato que se sirve caliente.
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La energía liberada por el txupin de este año ha tenido una potencia que cualquier intento de descripción debilitaría. Más de 40.000 personas, según las estimaciones municipales, se emocionaron en un arranque festivo imponente. Hay que mirar a la gente de fuera para comprobar la dimensión del portento, porque los de aquí, con la obligada pasión militante, no somos objetivos, ni falta que hace.
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Atención a una familia de aire nórdico que se quedó atascada en el puente del Arenal, sumida en la multitud apretada y chorreante: al principio, disgusto y, si acaso, curiosidad antropológica frente al extraño y forzoso descubrimiento; pero al final, cuando ya sonaba el himno de Marijaia con su alegría pegajosa, se miraban unos a otros con sorpresa, como ante una aparición mariana, con gestos contentos y bamboleos animadísimos. Como que ya formaban parte de un organismo coordinado que era algo más la suma de individuos, como pasa con los cardúmenes de peces.
Despiste y envidia
La edición número 43 de la Semana Grande llega con enormes perspectivas por lo siguiente: durante la pasada convocatoria, la de 2022, se batió el récord histórico de asistencia con 1,6 millones de personas disfrutando de los nueve días de fiesta. Aquel hito se explicó porque tras dos años en ayunas por la pandemia del covid había ganas de jaleo y mucha tristeza de la que recuperarse. Además, llegaron muchos turistas a Bilbao, rebasándose el millón de visitantes en todo el ejercicio, lo nunca visto.
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Pues bien, en lo que va de 2023 ya se están superando con mucha holgura las cifras de 2022 en términos turísticos, de modo que todo apunta a que esta Aste Nagusia volverá a ser multitudinaria. Incluso más que la anterior. «El listón está cada vez más alto, pero los listones están para saltarlos», dijo el alcalde ayer en una entrevista en este periódico.
Se notaba que había forasteros, además de por el despiste y los gestos, porque mucha gente se hacía vídeo selfies, girando sobre sí misma para mostrar la dimensión de la multitud y quizás con el ánimo de generar envidia. En el puente del Arenal había muchos policías municipales y vallas metálicas para evitar que jóvenes entusiastas se lanzasen a la ría. Al final, como siempre, se zambulleron desde abajo, desde las orillas, para quitarse el mejunje de huevos y harina; en esta ocasión incluso había familias enteras que se entregaron a este tradicional marraneo bajo la balconada del Arriaga tan denostado por la autoridad municipal.
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Estaban también las minorías estridentes habituales intentando apropiarse de la fiesta como vestigios folclóricos de tiempos felizmente pasados. Pero lo que más había era gente contenta, algunos con camisas hawaianas, otros eran punkis; había adolescentes y abuelos; comparseras y alguna monja; despedidas de solteros y solteras.
Racimos de pañuelos
Ya no es ninguna novedad el protagonismo creciente que tienen los forasteros en la ciudad, pero a los mayores del lugar, y a los no tan mayores también, les sigue llamando la atención salir a la calle y encontrarse con tanta gente hablando inglés, francés, alemán y otros idiomas menos identificables. Ayer, por ejemplo. Durante la mañana Indautxu y el Ensanche estaban tranquilos, poco concurridos; y los barrios periféricos, más. La gente local parecía reservarse en casa para el txupin, o quizás aún no había llegado de Bakio, Lekeitio, Sopela y otros lugares de retiro estival. Pero el Casco Viejo sí tenía gente, eso sí, muy mayoritariamente de fuera. Se les notaba mucho entre otras cosas porque se sorprendían por el escaso surtido de productos que ofrecían los vendedores callejeros, que casi en cada esquina sostenían racimos de pañuelos en tonos azulados. «¡Hoy empiezan las fiestas de Bilbao!», aclaró un chaval africano a un grupo de jóvenes pálidos y muy rubios, a quienes alegró mucho la noticia.
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Pero lo del pañuelo les resultó algo incómodo. Por el calor. Claro, es que hay otra cosa que ha cambiado bastante en los últimos años. Antes, a las fiestas de Bilbao se bajaba con un chandal atado a la cintura o con un jersey sobre los hombros, según la adscripción de cada cual. Ahora, sin embargo, sobra la camiseta de tirantes. Así se demuestra que no es sólo la ciudad la que cambia, sino que lo hace el planeta en su globalidad.
Lo inesperado
Pero no es momento de reflexiones enjundiosas ni de mala ondita. En fiestas los jóvenes cumplen ya con su única obligación, que es exprimir el momento, hacer locuras y disfrutar sin pensar demasiado antes de que llegue la tiranía del pan de cada día, las obligaciones familiares y el pago de impuestos. Quienes han dejado atrás esa etapa vital, por su parte, encuentran en la Semana Grande un estímulo eficiente para hacer como que no.
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Estos nueve días que ahora arrancan, cuidado, no sólo son para hacer el crápula y disfrutar -y padecer- los excesos. Hay en Bilbao casi un millar de actividades para todos los públicos: conciertos, danzas, espectáculos de calle, teatro, barracas, circo... Pero sobre todo está la calle, donde conviene no dejar de sorprenderse. Como esos forasteros arrollados ayer por la Aste Nagusia. Muchos se estarán despertando hoy en sus hoteles, y se pellizcarán sin creerse aún el prodigio que les estaba esperando en su escapada a Bilbao.
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