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La afición albiazul ha estado presente en el estadio del Levante. Igor Martín

Los alavesistas; el tren que te lleva a Primera

Frenético. ·

El alavesismo explota en el final más cardiaco posible, el barniz perfecto para una afición que vive cómoda en la épica

Sábado, 17 de junio 2023

Ser del Glorioso es esto. Orgullo en la derrota, sufrimiento en la victoria. Hasta el último minuto del último partido. No, mucho más allá. Hasta el último halo de vida de una prórroga que coronó una temporada infinita de la manera más increíble. Dos equipos arrodillados en el césped. Miles de corazones encogidos. Y la personalidad de Asier Villalibre, empeñado en subir al Deportivo Alavés a Primera División. Un gol que ya está junto a los de Toni Moral y Guzmán en la vitrina dorada de las memorias albiazules. Porque la historia ya ha dejado claro mil y una veces que el Glorioso nunca se rinde. Y nunca es eso, nunca.

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Bendita y frenética locura. 'Súbete con nosotros al tren que te lleva a Primera', canta la afición albiazul en el Ciutat. Menudo tren. De altísima velocidad. Para llevar en volandas a un equipo con un corazóncomo un campo de fútbol. Allí, en ese rinconcito del estadio granota se dieron el abrazo más emocionado los jugadores y los hinchas. Víctor Laguardia, psicólogo de sus compañeros durante toda la prórroga, fue el nombre de más coreado, pero hubo cariño para todos. Los héroes del ascenso.

Un trozo de Mendizorroza en tierras levantinas. Pero qué trozo. Cómo de alto tiene que latir una afición para que se le oiga en un abarrotado campo rival de 26.000 espectadores. 'Aquí está, esta es la afición del Alavés'. No sólo al final, durante todo el partido. Hasta en la prórroga, cuando la parroquia granota ya se creía poseedora de ascenso. El desenlace fue sencillamente increíble. No se puede explicar con palabras.

Los equipos, a 50 metros

La traca final, precisamente en Valencia. Y los rescoldos durarán. El dulce humo que deja un campeonato duro y largo, que no podía despedirse de otra manera. Un partido durísimo, larguísimo. Las brasas de un día largo que amaneció con ilusión en Vitoria y anocheció con lágrimas en el Ciutat de Valencia. Las que el año pasado eran de tristeza esta vez eran de enajenada alegría. En medio, los 566 kilómetros que separan Mendizorroza del estadio granota. Los que se metieron entre pecho y espalda los cerca de 500 aficionados albiazules que acompañaron a los suyos en la grada.

Cinco autobuses -dos salieron a las ocho de la mañana y otros tres, a las once- y bastantes desplazamientos particulares. Como el del diputado general el funciones, Ramiro González, «Es un viaje cómodo. Sobre todo por la ilusión, puede ser uno de los días grandes de la historia del Alavés», dijo a su llegada al hotel del equipo vitoriano. En el de enfrente estaba concentrado el Levante. Apenas 50 metros separaban el descanso de los dos equipos que se jugaban el ascenso.

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Cruzar una carretera. La metáfora perfecta de la frontera entre las dos categorías. A un lado, la gloria de la Primera División; al otro, la tristeza de la Segunda. El llanto irreparable de los jugadores del Levante. La fiesta de un sentimiento esplendoroso, el albiazul.

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