Recuerdos de Anfield
Aquella noche interminable. Las memorias del técnico Houllier y Gerrard desvelan la trama del Liverpool reconstruido que jugó contra el Alavés en Dortmund
íñigo gurruchaga
Viernes, 14 de mayo 2021, 01:08
Pero los del Alavés no eran tontos», escribe Steven Gerrad en 'My Autobiography', recordando aquella noche de 2001. El Liverpool había llegado a Dortmund confiado ... en la victoria, sus dos goles tempranos confirmaron sus sentimientos y, a pesar del gol de Iván Alonso, creyeron en el descanso que tenían ganado el partido. Iban a alzar su tercera Copa de la temporada, algo que no había logrado ningún club inglés. El arquitecto de aquel equipo, Gerard Houllier, iba a cumplir su ambición desde que dio sus primeros pasos como entrenador en el fútbol de máximo nivel con el Paris Saint-Germain o la selección francesa: ganar un título europeo.
Había vivido un año como estudiante en Liverpool, investigando una tesis sobre la vida en uno de los barrios más conflictivos de la ciudad para terminar su licenciatura en Inglés. Su regreso en 1998 ponía fin a la tradición del 'cuarto de las botas', la saga de sucesivos entrenadores crecidos tras la estela del legendario Bill Shankly. Exigió, sin embargo, compartir la gestión con Roy Evans, el último de aquella escuela. Pero unas semanas más tarde pidió a la directiva que le diera el control de las riendas. Evans permitía las juergas alcohólicas de los jugadores o que el capitán Paul Ince, que se había dado a sí mismo el titulo de 'gobernador', impusiese su mando en el vestuario.
El equipo de Dortmund era la labor de Houlier en su primer verano como único manager. Con un presupuesto modesto, comparado con el de sus rivales ingleses, su prioridad fue contratar defensas más solventes. Fue una tarea en la que el azar tuvo un papel importante, según cuenta en 'Je Ne Marchairai Jamais Seul'(Nunca caminaré solo).
«Los del Alavés no eran tontos», escribe el legendario centrocampista en su 'My Autobiography'
La variante francesa
Al finlandés Sami Hyyppiä lo encontró en la liga holandesa porque un directivo se empeñó en que fuese a verle jugar. Al suizo Stéphane Henchoz se lo recomendó un entrenador inglés y viajero, Roy Hodson. Dietmar Hamann estaba en el Newscatle tras perder su sueño de seguir en su casa, el Bayern Munich. Su fichaje más extraño fue el mejor futbolista de la final, el escocés Gary McAllister. Jugaba en el Coventry y su agente se lo ofreció. Tenía 35 años. El francés le cortó en seco, él nunca fichaba jugadores de más de 30 años. El agente le propuso un contrato con salario bajo y una bonificación si jugaba 25 partidos.
Un amigo holandés le recomendó Sander Westerveld, cuando él quería fichar a Edwin van der Sar. Ya tenía a los 'scousers' por nacimiento- Jamie Carragher y Robbie Fowler- o por adopción- Michael Owen y Danny Murphy, a un internacional alemán, Markus Babbel, y a otro inglés, Emile Heskey. La responsabilidad del ascenso al primer equipo del último protagonista de aquella noche, Steven Gerrard, ha sido disputada.
Houlier afirma en su libro que lo descubrió cuando estaba olvidado en la academia. Lo desmiente el propio Gerrard, que reivindica el papel del club y de otros entrenadores. Su aprecio al francés es, sin embargo, enorme; como desmostró con su emoción tras su fallecimiento, en diciembre. «Gerard Houlier me cambió de muchacho en hombre», escribe en su autobiografía.
Si McAllister fue el profesional ejemplar del fútbol en el vestuario, Gerrard fue el pilar del cambio. Ince le entró con brutalidad en un entrenamiento y, minutos después, el adolescente de 18 años le devolvió con creces la tarascada. Regresó a su posición pisoteando el cuerpo del gobernador. Una nueva jerarquía se había impuesto en un vestuario podrido.
El testimonio de los jugadores en una historia oral del partido, publicada por el diario 'Liverpool Echo', subraya que llegaron a Dortmund agotados. Habían jugado 61 partidos, cuatro días antes habían ganado la Copa de la FA al Arsenal. Y, según cuenta Gerrard, no habían hecho caso a las recomendaciones del francés de que no bebieran alcohol para celebrarlo.
Victoria y desconcierto
La confianza en la victoria que describe Gerrard como ambiente del equipo choca con unas declaraciones de Houlier en abril, cuando se supo que el Alavés sería el rival. Puntualizó que nadie llega a una final europea sin mérito y que los informes de sus ojeadores le advertían de las numerosas virtudes del rival. La táctica del partido no despeja la cuestión. El internacional inglés recuerda que el Liverpool de Houlier había sido a lo largo de la temporada, en la final contra el Arsenal y en la semifinal de la Copa de la UEFA contra el Barcelona, un equipo de contrataque, fuerte en la defensa que había construido Houlier cuando tuvo el poder de montar un equipo. Pero en la final jugaron un fútbol más atacante y con fallos defensivos.
El desenlace fue cómico y chocante. Gerrard se extraña porque el árbitro para el partido tras el gol de Geli en propia puerta. El checo Patrik Berger abronca al banquillo por celebrar prematuramente la victoria. No sabían qué era eso de la regla del gol de oro. Quince años esperando un título terminaban en alegrías a contratiempo.
Houlier pidió de nuevo al equipo que no celebrase la victoria, porque les esperaba otro partido, contra el Charlton, para entrar en la Liga de Campeones. Hamann dio las buenas noches al cuadro técnico cuando cruzó el vestíbulo del hotel a las cuatro de la mañana. Al entrenador que había cumplido la exigencia de los directivos que le contratataron -ganar trofeos- le quedaba otra sorpresa sobre la cultura del fútbol en Inglaterra.
En la fiesta por las victorias organizada por el club, habían desplegado las tres copas. «¿Cuál te gusta más?», le preguntó a Michael Owen. «Sin duda esa», le respondió, señalando a la de la Copa FA, «es la mayor ilusión de un niño inglés». Gerrard explica, como si se tratase de niños, que a los «europeos» del club, como Houlier, les gustaba más la de la UEFA.
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