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El Alavés echa la persiana
Un equipo albiazul frágil y descorazonador cae en el descuento ante un Osasuna relajado y se encamina por la vía rápida hacia Segunda
Si el partido ante el Granada en Mendizorroza supuso la zona cero de la temporada la visita de este domingo al Sadar implica de facto echar la persiana a la temporada. A siete puntos de la permanencia a falta de otras tantas jornadas y con un equipo que a estas alturas más que rabia genera lástima entre sus aficionados. Un mendigo de la Primera División que coloca su cestillo por cada campo a la espera de una limosna para el necesitado. Pero la caridad escasea en un contexto de competitividad y ni siquiera un relajado Osasuna bastó para que la escuadra albiazul se embolsase unos puntos obligados para mantener la esperanza de que es posible. En el descuento, en otro error impropio en el área, esta vez del recuperado Ximo, se fue al traste un empate que tampoco servía para demasiado y que Pacheco había sostenido al detener un penalti. El equipo navarro hizo lo necesario para extender la alfombra sobre los pies albiazules, un arranque de partido de solteros contra casados, una presión tímida sobre el rival en una campaña donde las señas de identidad rojillas son morder hasta hacer sangre... Ni así pudo el conjunto vitoriano en el estreno de Julio Velázquez en el banquillo. Con la impresión de que el nuevo preparador alavesista necesitará pasar por el registro civil y cambiarse el nombre a Diego, porque le queda por delante intentar pintar Las Meninas en poco más de un mes.
Osasuna
Herrera; Vidal (J. Martínez, m.86), D. García, Aridane, Cote (Cote, m.61); Torró, Moncayola, I. Pérez (R. Torres, m.61); Chimy (Barja, m.86), Rubén García (Kike García, m.61) y Budimir.
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Alavés
Pacheco; Tenaglia (Duarte, m.81), Laguardia, Lejeune, Ximo Navarro; Loum, Escalante (Moya, m.81), Edgar (Pina, m.76), Rioja; Vallejo (Pellistri, m.65) y Joselu.
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Incidencias: 19.220 espectadores.
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Árbitro: Muñiz Ruiz.
El Alavés ha pasado ya por tantas fases depresivas esta campaña que la medicación de los cambios de preparador resulta insuficiente. La escuadra albiazul, salvo puntuales excepciones, como aquella racha de once puntos de quince con Calleja, vive aturdido, preso de sus limitaciones. Con las rejas de su alarmante falta de fútbol y, por ende, con esa orfandad ofensiva que demanda una familia de acogida. El club, más una casa que un hogar para los que saltan al césped, ha apostado lo justo por esta plantilla, igual que sucedió en las dos campañas anteriores. Y el lobo ya está aquí. Los colmillos de la Segunda División son afilados y la lima alavesista se encuentra tan desgastada que se antoja imposible impedir el mordisco feroz que ya se acerca a la yugular alavesista.
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¿El partido? Sí, pudo acabar de otra manera. De cualquiera en realidad. El estreno de Velázquez se plasmó en un Alavés rudimentario que buscó limitar los riesgos a base de patadones y, a partir de ahí, tratar de buscar el agua del gol como un zahorí. Sin demasiado rigor científico, en este caso futbolístico, a la espera de que alguna acción aislada le colocara por delante. Como la clarísima que tuvo Joselu en el inicio, el disparo de Rioja al pie de Herrera, el pobre pase del extremo zurdo con el goleador albiazul en disposición de empujar el balón a la red a pocos minutos para el final. Con Calleja se trataba de sacar el balón jugado, con Mendilibar de apretar en campo contrario, ahora un juego de pura supervivencia... La realidad es que al aficionado albiazul le costaría advertir cuál es su equipo en una rueda de reconocimiento policial. Bueno, quizás lo lograría al recordar sus números. Una victoria en 19 partidos. Un triunfo fuera de casa allá por el pasado mes de octubre. Siete partidos de nuevo sin ganar. Nada más que alegar, su señoría.
¿Qué quedó este domingo de este Alavés? Un Pacheco salvador primero en el penalti y seguro después; la energía de Tenaglia, la tenacidad de Escalante, las escaramuzas de Edgar y Rioja, unos centrales que parecían tener órdenes de romper el balón... Poco, muy poco. Aunque posiblemente, con estos mimbres, el cesto sólo puede construirse de esta manera. Asumiendo la inferioridad -dar tres pases seguidos resulta casi imposible- y esperar a que una descoordinación del adversario conceda una oportunidad, porque las individualidades alavesistas ni están ni se les espera ya a estas alturas. Asi que un partido que debía servir para soltar endorfinas, dopamina y serotonina y alimentar la ilusión del desesperado se convirtió en una tortura más para el aficionado albiazul, que se apresta ya vivir un final de campaña con los grilletes de la resignación. Porque un Alavés futbolísticamente anémico ya solo inspira compasión. Como para darle un bocadillo.
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