La huella de Dortmund
20 años de Dortmund ·
La gesta europea ha sido un factor determinante en la reconstrucción del AlavésJosé Manuel Esnal Mané lo dijo, con la misma precisión con que dirigía aquel equipo admirable, «Dortmund encendió la afición». Habían pasado diez años desde ... aquella final única, la mejor jamás disputada, según los cronistas. Y tenía razón: el partido no terminó cuando Geli desvió el balón, cuando el maldito 'gol de oro', al borde del final de la prórroga, quebró la resistencia de nueve supervivientes con los nombres de sus aficionados impresos en la camiseta. El imaginario albiazul no los recuerda llorando y tirados en el césped mojado del Westfallenstadion, sino erguidos y orgullosos después de haber culminado la mayor gesta de la historia del club.
Esa noche única tuvo para el Alavés dos consecuencias trascendentales, una inmediata, la reafirmación de que Vitoria tenía un sustrato social, económico y empresarial suficiente para aspirar a la élite del deporte profesional -el Baskonia ya era un ejemplo-, y otra, menos halagüeña, la constatación de que faltaba un proyecto sólido que, más allá de ciclos virtuosos, canalizara y estabilizara el club.
El primer efecto fue inmediato. Se produjo sobre el césped y en las gradas del Westfallenstadion: una final inolvidable y de resonancia mundial que puso en órbita a Vitoria y a su equipo. En ese homenaje al fútbol, a su esencia, a lo que tiene de juego fascinante y de sublimación de los valores colectivos de sacrificio y perseverancia, el Alavés fue su pieza más valiosa. El Liverpool aportó la solvencia de su palmarés, la categoría de su plantilla y sus hechuras de club grande. Méritos suficientes para sentirse favorito y, al final, vencer. Pero al equipo vitoriano le correspondió el papel sublime del antagonista, del rival agónico de la tragedia, del mortal con el que identificarse. Suyos fueron el desgarro, la voluntad heroica y la derrota cruel. Sin él, sin su resistencia, hubiera sido una final a beneficio de inventario. Con él, apareció la épica, el espectáculo y la emoción. Como señaló Karmona, el gran capitán, por una vez se recuerda el nombre del subcampeón.
Ese día lluvioso de primavera alemana, el Glorioso, ochenta años después, encontraba su gloria y entraba en la historia. Allí nació el 'espíritu de Dortmund', la energía invisible a la que la familia albiazul recurre cuando las fuerzas fallan, los resultados, como este año, se tuercen y la realidad aprieta.
«Sin el poso de aquella final no se habría hecho tan evidente el valor simbólico y social alcanzado por el club»
De la cima a la sima
Pero Dortmund dejó una secuela, estiró demasiado las costuras de la entidad. La dimensión de aquella gesta fue tan ingente que propulsó al club a un nivel impensable que lo dejó en un frágil equilibrio sin los pilares adecuados, económicos y estructurales, para sustentar semejante despegue. El éxito fue la antesala del fracaso y el Alavés se dio de bruces con una situación financiera de riesgo, un desgaste en la gestión y un inesperado declive deportivo. Y consecuente con el perfil quebrado que ha marcado su historia, se precipitó desde la cima de la época dorada que comandó Gonzalo Antón hacia el abismo de una posible extinción. Fueron años de declive, zarandeado por todos los vientos posibles: un cambio de titularidad frustrante que derivó en un propietario indecente y expoliador, sucesivos descensos deportivos, el azote de la crisis económica mundial y un dramático proceso concursal. El Alavés, en ruinas, luchaba por su supervivencia mientras el fútbol profesional afrontaba su segunda gran trasformación, después de la conversión de los clubes en sociedades anónimas deportivas, con la irrupción de las plataformas televisivas de pago y la revolución digital.
Y fue el 'espíritu de Dortmund' el que salió al rescate. Sin el poso de aquella final, sin el abrumador respaldo ciudadano, no se habría hecho tan evidente el valor simbólico y social alcanzado por el club albiazul y la respuesta institucional no habría sido tan generosa y unánime. Y el Alavés, en época de globalización, de ventas de patrimonio y frialdad mercantil, halló en el compromiso público y en el grupo liderado por Josean Querejeta un asidero para su supervivencia y para que los sentimientos y la pasión siguieran enraizados en su gente, sin fondos de inversión, ni millonarios ventajistas, ni jeques que lo enajenaran. Habían pasado diez turbios años desde aquel momento memorable.
Memoria común
Una década después del cambio accionarial, el Alavés del centenario es un club reconstruido, con un patrimonio creciente, preocupado de sus infraestructuras, de su ciudad deportiva y su residencia de promesas, con caladeros en otras ligas y con un proyecto de nuevo campo. Una entidad que recargó su pasión en la final de la Copa del Rey en 2017 y que navega entre la dificultad de la situación heredada y la complejidad de un deporte con armazón de negocio y alma apasionada, obligado a buscar fuentes de ingresos en una dura competencia por afianzarse en la élite. Un presente complejo, mediatizado por una pandemia demoledora que ha dejado las gradas vacías y minado la economía. Y lo más urgente, con el agobio de una situación deportiva crítica que hoy puede enderezarse y marcar el fututo inmediato. Como en la persecución implacable, gol a gol, del Liverpool, toca resistir y plantar cara, esgrimir ese carácter inoxidable que brilló en aquel mes de mayo: se asumen las derrotas pero jamás la rendición.
Han pasado veinte años, un tiempo suficiente para que los recuerdos individuales se hayan convertido en memoria común, para que las emociones se hayan consolidado como sentimientos compartidos. Qué más da que después de aquel desenlace abrupto y cruel desapareciera el 'gol de oro', que la Copa de la UEFA ya no se llame así, que el Westfallenstadion sea ahora el Signal Iduna Park o que el Vicente Calderón no exista. Siempre quedará Dortmund, la ilusión de la Paca, de Menoyo o Compañón y el rostro emocionado de esos niños que hoy, ya adultos, llenan los fondos de Mendizorroza. Dos décadas después, el retumbar de aquel partido aún perdura y, como en los poemas clásicos, donde el héroe caído es inmortal, todavía hay quien cree que el 16 de mayo de 2001 el vencedor fue el Alavés, que David derrotó a Goliat.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión