Sesión de risoterapia en la plaza Ly Thai, el emperador que convirtió Hanoi en la capital de Vietnam.

Charlie entrena duro cada mañana

Tai chi, badminton y hasta risoterapia. Miles de personas reciben el día en Hanoi con tablas de ejercicios a caballo entre la medicina tradicional y la disciplina cuartelaria

Sergio García

Sábado, 13 de diciembre 2014, 01:49

Estamos en pleno monzón, apenas dos días después de que haya entrado un tifón desde las Filipinas que se ha desinflado nada más dejar atrás el Delta del Mekong. El termómetro marca 38 grados y la humedad parece estancada en la barrera de los 85. Huele a lluvia abundante, pero el cielo se niega a derramar el agua que hincha las nubes como odres de vino. Son las cinco de la madrugada y la camiseta ya está empapada de sudor.

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Hay lugares del mundo donde el pintoresquismo no llega de la mano de ese catálogo inabarcable de catedrales, restaurantes y vistas privilegiadas que cualquier turista atesora en la cámara de fotos como muescas. Tomemos como ejemplo Hanoi, la capital de Vietnam, una urbe de 8 millones de habitantes que se extiende centenares de kilómetros cuadrados, acodada junto al río Rojo. Agotado el listado de visitas obligadas, desde el Mausoleo de Ho Chi Minh al espectáculo de marionetas acuáticas, uno aterriza en el lago Hoan Kiem, centro neurálgico de la ciudad. Hogar de una tortuga centenaria, descendiente de aquella otra que se llevó a las profundidades la espada divina con la que el emperador Le Loi derrotó al invasor chino y restableció la independencia.

Si la visita se produce a primera hora, y Hanoi ya es un hervidero antes de que amanezca, lo que atrapa la atención son las miles de personas que hacen ejercicio alrededor del lago, fieles a una cita matutina que se repite día tras día. Tai chi, badminton, pilates, jogging, flexiones, estiramientos... Hasta el baile de la bandera. El espectáculo es abrumador; la multitud moviéndose al ritmo que marcan los altavoces desde árboles y farolas. El fenómeno se repite a lo largo y ancho de la ciudad, desde el Parque de la Reunificación antiguo Lenin hasta cualquier tienda de abastos, donde el tendero espera la llegada de los clientes levantando pesas a la puerta del establecimiento.

El vietnamita desprecia la pereza, una actitud que queda meridianamente clara cinco minutos después de bajar del avión. Pero a esta manifestación deportiva se suman todos con un innegable afán comunitario. Quizá sea una costumbre heredada de las demostraciones públicas a las que tan aficionados son los gobiernos totalitarios, un chip que se activa cada mañana con el despertador, grabado a fuego en su ADN. Mitad costumbre, mitad consigna; disciplina de partido combinada con química del sudor, una fórmula a la que se suma a diario casi el 30% de la población.

No todos sudan la camiseta, los hay por ejemplo que hacen risoterapia en la plaza Ly Thai, sus carcajadas derramándose por el centro como esas turbas de motociclistas que surgen de todas partes como hormigas invasoras. El rugido llega hasta el otro lado del lago, atrayendo la atención de propios y extraños. Entre la multitud, norteamericanos y australianos participando mano a mano de ese carnaval histriónico y gesticulante. El hasta ayer enemigo luciendo camisetas del padre de la patria, Ho Chi Minh, adquiridas la víspera en la cárcel-museo de Hoa Lo, donde encerraban a los paracaidistas yanquis derribados en combate. Si Lyndon B. Johnson levantara la cabeza...

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De todas esas técnicas orientadas a ejercitar el cuerpo y el espíritu es el tai chi la que reúne mayor número de adeptos. Se trata de un arte marcial que desciende del qigong, una ancestral disciplina china que hunde sus raíces en la medicina tradicional; el paraíso de la relajación y la paz interior, a base de movimientos lentos, rítmicos, diseñados para hallar la paz. Dicen que el hombre es una síntesis del universo y, como sucede con él, en nuestro interior interactúan cinco elementos: fuego, agua, tierra, metal y madera. De una correcta gestión de ese flujo depende el 'qi', la fuerza de la vida, la energía que alimenta la mente y hasta la respiración. Por eso allí hacer ejercicio es tanto como rendirle culto a la vida, al dios que cada uno lleva dentro.

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