David Martin sujeta los restos de la paloma junto a la chimenea donde fue hallada.

La paloma de guerra

Una comunicación cifrada enviada por un paracaidista estadounidense durante el desembarco de Normandía y el ave que la transportaba son localizadas más de setenta años después por un deshollinador en Reino Unido

Anje Ribera

Miércoles, 7 de mayo 2014, 17:21

La señora Martin tiene costumbre de reunirse con sus amigas todos los jueves por la tarde. Son agradables jornadas de té y ganchillo en las que ellas, ahora todas septuagenarias, analizan la vida social de Bletchingley, un pequeño pueblo de menos de 3.000 habitantes situado dentro del condado de Surrey, en el sur de Inglaterra.

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Mrs. Martin se incorporó a este club de opinión cuando se trasladó a esta localidad de la campiña tras casarse con David Martin y adquirir una pequeña casa de postal, digna de acoger un crimen novelado por Agatha Christie o una historia convertida en película por James Francis Ivory.

El foro de discusión sigue vigente, pero la historia a la que hoy recurrimos tuvo lugar en 1982 pese a que no se conoció hasta tres décadas más tarde. Por aquellas fechas Mrs. Martin estuvo cerca de quedar relegada de su círculo de amistades porque sus vecinas se negaban a acudir a su casa. El motivo no era la escasa calidad de su té o de sus pastas, sino su chimenea, que de vez en cuando mostraba su condición caprichosa humeándolas por sorpresa.

El incidente, repetido en demasiadas ocasiones, no sólo invalidó su vivienda como sede del foro femenino sino que incluso estuvo cerca de afectar a su matrimonio porque el señor Martin, ejemplo de manual de la testarudez anglosajona, mantenía que la chimenea no tenía ningún problema y se negaba a llamar a un experto para solucionar el posible defecto en el tiro.

Pero varios meses de insistencia acabaron por derribar la resistencia. El exoficial de libertad condicional, de 74 años, finalmente accedió a llamar a un deshollinador para que realizara una inspección de la traicionera chimenea. El técnico, tras extraer muchos kilos de ceniza, topó con una sorpresa: el conducto estaba semiobstruido por los restos de una paloma.

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Aunque no era una paloma cualquiera, sino que se trataba de una mensajera que todavía mantenía atada a una de las patas de su esqueleto una cápsula de color rojo con un mensaje en su interior. El texto, a simple vista, contenía una relación de veintisiete grupos alfanuméricos de siete componentes sin traducción aparente. El texto lo firmaba un tal sargento W. Scott.

El señor Martin se quedó con el recuerdo. Lo enmarcó y lo colocó sobre su reparada chimenea. Allí ha permanecido durante tres décadas hasta que su esposa decidió prestar el tesoro para una exposición organizada por su grupo de amigas altruistas del pueblo con fines benéficos. La mensajera se hizo entonces famosa y la noticia pronto llegó a los medios de comunicación locales y también trascendió a los nacionales después de que la BBC se hiciera eco de ella.

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La incertidumbre generada por la paloma obligó a intervenir al Centro Gubernamental de Comunicaciones GCHQ. No obstante, tras varias semanas de investigación, los expertos manifestaron una única certeza: el código utilizado por Scott no era británico aunque sí auténtico. Parecía indescifrable, aunque tal vez fuera de la Segunda Guerra Mundial. Excusaban su fracaso en la inexistencia de documentación, ya que la mayoría de los códigos de la contienda fueron destruidos varias décadas después de que finalizara.

En eso acertaron, como confirmó unos meses más tarde Gordon Young, un canadiense aficionado a la criptografía y editor de una revista local en Ontario. Apoyado en un código sencillo de la Primera Guerra Mundial que perteneció a su tío, que combatió en el 92 Escuadrón, pudo traducirlo en menos de veinte minutos.

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El mensaje decía así:

«Observador de artillería en el sector K. Solicitado un informe de apoyo al cuartel general. Ataque relámpago con tanques panzer. Observador de artillería del flanco oeste siguiendo la evolución del ataque. El teniente sabe que las armas de apoyo han llegado. Sabe dónde está el punto de reabastecimiento. Hemos localizado los centros de control de las avanzadillas de los jerrys (nazis)».

«El cuartel general de la batería de artillería de la derecha está justo ahí. Hemos localizado el cuartel general de la infantería en este punto. Última nota para confirmar que hemos localizado la posición de los jerrys. Repasad las notas de campo. Las defensas contra los tanques panzer no están funcionando. El cuartel general de la batería de artillería derecha de los Jerrys está aquí».

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«El observador de artillería se encuentra en el sector K de Normandía. Ataques de mortero e infantería para hacer frente a los tanques panzer. Hemos alcanzado la batería de artillería de la derecha o de reserva de los jerrys. Ya teníamos constancia de la posición del cuartel general de los ingenieros eléctricos. Tropas, tanques panzer, baterías de artillería e ingenieros en esta posición. Última nota de la que tiene constancia el cuartel general».

El texto también incluía un segundo número de identificación (NURP.37.DK.76), que al parecer pertenecía a una segunda paloma que portaba un duplicado de la comunicación. Ella tampoco llegó a su destino. Young cree que Scott mandó a las dos aves a la vez con mensajes idénticos para asegurarse de que la información se trasmitiera. El destinatario era un misterioso Xo2, que se especula que realmente era un código para el mando aéreo encargado de los bombardeos.

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Luego se pudo saber también que el sargento Scott, el autor de la comunicación, era un fusilero estadounidense de 27 años que fue lanzado en paracaídas el 6 de junio de 1944 -el famoso Día D- durante el desembarco de Normandía tras las líneas nazis para evaluar los emplazamientos enemigos de la zona. Murió durante las operaciones y está enterrado en el cementerio construido para albergar los restos de los caídos durante esos días. Se cree que pudo aprender el código de algún antiguo combatiente de la Primera Guerra Mundial.

El uso de palomas mensajeras fue habitual en la Primera Guerra Mundial y también se recurrió a ellas durante la Segunda. Concretamente, se cree que cerca de 250.000 aves fueron utilizadas por las fuerzas armadas y la Dirección de Operaciones Especiales de Reino Unido para mandar todo tipo de mensajes desde la Europa continental. Incluso 32 de ellas fueron condecoradas por la medalla Dickin, máxima condecoración militar que puede recibir un animal.

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Aunque también las fuerzas de Hitler de aprovecharon de la colombofilia para trasladar mensajes de sus espías en Gran Bretaña. Para contrarrestar estos envíos el experto en cetrería Lord Tredegar dirigía la unidad de halcones del MI5, el servicio de contraespionaje. Las rapaces hacían vigilancia en el Canal de la Mancha para atrapar a las palomas que transportaban los secretos nazis.

La paloma protagonista de la historia, conocida durante la investigación como 40TW194, pudo acabar en Bletchingley, desorientada y cansada, ya que inicialmente este pueblo no estaba en su ruta. Probablemente se dirigía a Bletchey Park, el principal cenro de mensajería británica durante la contienda.

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Por cierto, ahora Mrs. Martin y sus amigas están encantadas de reunirse junto a la chimenea y los restos de la paloma. "Es como Navidad", asegura la señora.

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