Movida en Tirana
La capital albanesa tiene una sorprendente vida nocturna justo en torno a la casa del dictador Hoxha y en el barrio que durante medio siglo fue la "ciudad prohibida" del régimen
iñigo domínguez
Domingo, 26 de octubre 2014, 01:15
La noticia es esta: en Tirana hay una marcha que te mueres. Sí, Tirana, capital de Albania, oscuro reducto de delirio soviético, luego reino de la anarquía y ahora el país más pobre de Europa. Sabiendo esto, con lo poco que se sabe de Albania, que no existe en la tele ni en los medios, y con los prejuicios que rodean a los albaneses, es normal que uno imagine que un fin de semana en Tirana es tan divertido como ir de fiesta con la tuna a Riad. Pero no, todo lo contrario. Sorprende con una relajada atmósfera mediterráneo-balcánica, música enrollada ibicenca, rock hasta el amanecer y chicas monas. Quien conozca la Tirana de hace unos años se quedará de piedra ante el cambio.
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Poco a poco la ciudad se transforma y, aunque no es ni de lejos representativo de cómo está el resto del país, al menos hay un barrio de copas y cafés que no tiene nada que envidiar a otras capitales europeas. Es más, algunas más aburridas deberían envidiar a Tirana.
Los locales están decorados a la moda, se ve que se han dejado una pasta en ponerlos bien y cientos de jóvenes pululan vestidos de forma elegante y con móviles último modelo. Y lo más curioso es que ese barrio, el Blloku (el bloque), era bajo el régimen de Hoxha una especie de ciudad prohibida, las casas donde vivían los gerifaltes de la nomenklatura albanesa, calles cerradas al paso. Era el barrio más silencioso del país y ahora es el más ruidoso.
La casa del dictador Enver Hoxha, fallecido en 1985, sigue en pie en el mismo sitio, aún intacta y cerrada porque no saben qué hacer con ella, síntoma de lo arduo que es asumir la memoria en Albania. En realidad parece un chalé de los sesenta de la sierra de Madrid, de película de Pajares y Esteso. Nada impresionante, delimitado por una tapia y un descampado. Esto era el lujo en Albania, basta imaginar lo demás. Por eso el contraste es tan sorprendente: ahora está literalmente rodeado de cafés, terrazas y garitos. Por ejemplo, justo enfrente de la puerta está el restaurante 'Torres', con dibujos picassianos de tauromaquia en la fachada, aunque luego es italiano, una muestra de la pequeña empanada de símbolos y tendencias que tienen por aquí. Hay restaurantes mexicanos con fotos de Kurt Cobain, o un gran café al aire libre con un Buda gigante en el jardín, e incluso un local motero con Harleys en la puerta. Pero predomina lo italiano, que está por todas partes. Italia es el país de referencia, aunque ahora pega fuerte Alemania, y casi todo el mundo habla italiano porque han crecido viendo las teles de este país con las parabólicas.
Cochazos y la mesa del 'boss'
Naturalmente en este panorama de aparente despreocupación hay muchas cosas que no encajan. En realidad esta movida es un país irreal, ficticio, pero por eso es interesante de ver. Es el espejo y pasarela de una pequeña minoría de gente con pasta, niños de papá de élites de burócratas y de negocios, a menudo corruptas y medio mafiosas, la gente que ha hecho fortuna en dos décadas de precaria democracia. Muchos locales cambian de decoración de arriba a abajo cada poco tiempo. Apesta a blanqueo de dinero. En un bar 'fashion' te echan de la única mesa libre porque está reservada. "Es del boss", te dicen. Prefieres no preguntar si se refiere al "boss" del local en sentido estricto o del barrio o toda la ciudad. Hay cochazos y cuatro por cuatro de lujo con cristales oscuros que tienen muy mala pinta. Al margen de esto, Tirana es segura y tranquila.
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Candidata a la UE
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Sin visado.
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El triunfo del socialista Edi Rama, hace un año, como primer ministro ha contagiado una sensación de cambio. Albania, con cerca de tres millones de habitantes, por fin es candidata a la UE, tras cuatro rechazos. Desde 2010 los albaneses viajan sin visado por Europa.
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Impuestos bajos.
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Tienen bajos impuestos y mano de obra barata que atrae la inversión extranjera. Viven una pequeña 'dolce vita', una breve primavera, que no se sabe cuánto durará. Quizá todo este decorado se derrumbe mañana, y llegará el invierno y las terrazas se vaciarán, pero ahora mismo merece la pena ir a Tirana.
Abundan los locales pijos, de lámparas tenues y colorines pastel, pero si uno se fija la mayoría de la gente se tira horas charlando en una mesa con un café y un vaso de agua. Fumando mucho, eso sí, porque se puede fumar en todas partes. Al margen de la herencia cultural turca y el gusto por la conversación, pasa lo mismo que en los supermercados Carrefour, franceses, o Conad, italianos, en los flamantes centros comerciales o en la primera tienda de Zara que acaban de abrir hace unos meses: están vacíos y te preguntas quién se podrá permitir esos precios, similares a los europeos, cuando un sueldo mínimo son 160 euros.
Charlar con los jóvenes albaneses es interesante, porque se salen del homogéneo cliché europeo, como el propio país. Siguiendo con lo ficticio, algunos tienen cierto aire cosmopolita pero sin moverse de casa, porque todos los días hablan con gente de distintos países: miles de chicos y chicas trabajan en 'call center', las mastodónticas empresas de atención al cliente que tienen subcontratadas en Albania las grandes compañías europeas. Estos chavales tienen conversaciones originales. Por decir algo: te ponen a parir al escritor Ismail Kadaré, teórica vaca sagrada de la cultura nacional, premio Príncipe de Asturias, al que algunos acusan de haber convivido siempre con el poder durante el régimen, aunque al final, en 1990, pidiera asilo político en Francia. ¿Teresa de Calcuta? Ni sabían quién era hasta hace unos años y bromean con que el país se ha agarrado a ella como la única albanesa famosa, aunque era de Skopje, actual Macedonia. Choca con la visión pública, pues te encuentras a la célebre beata hasta en la sopa, del nombre del aeropuerto a las frases de la suerte que regalan con el café.
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Toda esta animación discurre en unos cuantos bloques del centro, pero apenas uno dobla la esquina entra en calles casi sin iluminar que se pierden en la oscuridad. Entre la gente se ven ancianos desdentados que venden cigarrillos sentados en la acera. También abundan los locales de apuestas, fáciles de montar: cuatro paredes, una decena de pantallas de plasma -hay miles por todas partes, parece que las regalan- donde se ven los partidos del día en cualquier liga del mundo. Causa cierta impresión ver a unos albaneses apostando por el Athletic-Granada, sobre todo sabiendo cómo terminó.
De todos modos, mientras Europa se deprime con la crisis económica y en España dura la gran resaca del sueño de ser millonarios, es fascinante ver la primera excitación del consumo y el bienestar, vistos como estatus de libertad y modernidad. Evidentemente, a unos kilómetros, en la costa, están sepultando las últimas playas con ladrillo. A la juventud se la ve alegre y con esperanza, creen en el futuro, algo realmente raro de ver hoy en día. Viniendo de donde vienen en qué van a creer. No hay el más mínimo asomo de nostalgia. Se engaña la miseria, son las primeras generaciones que no han conocido el comunismo y tienen una ruptura abismal de mentalidad con sus padres. Son más prácticos, más hedonistas y cuestionan lo que no entienden.
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