El monasterio de Yermo de Herrera destaca entre el arbolado.

Los monjes ermitaños de Herrera

Excursión hasta este desconocido y silencioso paraje burgalés a diez kilómetros de Miranda. Un valle rodeado de cimas y bosque cerrado donde se refugian religiosos de la orden camaldulense

Iñigo Muñoyerro

Viernes, 12 de septiembre 2014, 16:05

Camino de Haro y La Rioja una montaña alargada y cerrada de encinas oculta al viajero el paisaje por la derecha (sur). Son las estribaciones de los Montes Obarenes, una comarca complicada y boscosa atravesada por barrancos y cañadas. Deshabitada salvo en uno de sus vallejos, ya en tierras de Burgos, se refugia el Monasterio de Herrera, conocido como Yermo Camaldulense de Montecorona de Nª Sª de Herrera.

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Es un oasis en un 'desierto', con el significado de 'lugar solitario, habitado por religiosos que consagran sus vidas a Dios'. Allí, en un medio inhóspito y salvaje, habitan los monjes camaldulenses (Camaldoli en Italia). Son ermitaños que se rigen por la exigente regla de San Romualdo. Salvo los hermanos legos llevan vida en soledad, en absoluto silencio, centrada en la austeridad y la contemplación. El padre Iván preside la congregación. El número exacto de hermanos es desconocido.

El monasterio fue edificado en el año 1176 por los monjes de Sajazarra. Fue cisterciense hasta 1835, año en el que fueron expulsados por la desamortización de Mendizábal. En 1897 lo ocupan los carmelitas descalzos. En 1921, las monjas trapenses francesas que huyen antes de la guerra civil. Finalmente, en 1923, la Congregación Camaldulense adquiere unos edificios arruinados.

El monasterio se eleva en Herrera, una aldea deshabitada de antiguo en el fondo de un valle rodeado de cimas y bosque cerrado. Los campos están cultivados de trigo y amapola. Quedan alguna casa y unas salinas que aprovechaban el caudal de un manantial. Los depósitos aún son visibles.

Lo ideal es llegar a Herrera a pie. La ruta comienza en un alto, sobre Villalba de Rioja. Hasta allí llega la pista que baja a Herrera. Letreros. Por la izquierda va al mirador de La Rioja (recomendable). Baja por la derecha, bajo los cantiles de las peñas Rave y Gobera. Surca un maquis de quejigos, boj, madroños y rosales. Impracticable. Llega a un cruce. De frente sigue a San Juan del Monte. El monasterio aparece en el fondo de la hondonada. Volveremos por la misma ruta.

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Rodeado por una alta muralla

Está rodeado por una alta muralla de piedra que impide el acceso y la visión franca. Sólo se divisan una espadaña barroca sin campanas, un torreón cuadrado con el reloj. Por una rendija se aprecian las dependencias de la granja de los monjes.

Los monjes y los pocos visitantes acceden por un bonito portón cubierto por una tejavana. Los únicos sonidos son los pájaros y los tractores de los agricultores. Una vez dentro podrán comprobar que el refectorio del cenobio cisterciense es ahora iglesia, debido a que la original está arruinada. Los monjes se rigen por una estricta clausura. Se levantan a las cuatro de la madrugada para el Maitines. Luego trabajan y rezan. Salvo en ocasiones excepcionales jamás abandonan el monasterio.

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