Vitoria vuelve a sus orígenes

Entre carruajes, justas, hechizos y toldos, pequeños y mayores han inundado el recinto hasta el punto de hacer que los artistas itinerantes tengan que rodearlo para moverse dentro de él. Así hacían con su carruaje Alain y Arkaitz, que tras haber deleitado a los más pequeños con una actuación en la Plaza de la Burullería encaraban la Kutxi por su parte más baja para evitar el bullicio. Aunque el sudor del mediodía ya aprieta, decían estar «muy contentos» con el resultado de la mañana, donde se ha visto «muy buen ambiente»: «Las plazas están bastante llenas». El buen tiempo ha animado a la gente, pero también les hace sudar dentro de sus sayos pese a que «son los de verano». «Por la tarde nos tocan las prendas más de invierno y pasaremos más calor».

Por Las Escuelas, la gaita ha ganado por un día al 'txistu' y los puestos invaden prácticamente todo. Hay que ir lento forzadamente y detenerse en los puestos. Ander Martínez ha venido con su cuadrilla a pasar la mañana y se ha llevado una cuña de uno de los muchos quesos que ha probado: «Hay muchos puestos y muy variados; la verdad es que te vas de aquí con el poteo hecho», señala.

Entre espectáculos que combinan lo más vikingo con lo morisco, los medievos más septentrionales y meridionales, las familias son mayoría. Los pequeños se entretienen, miran fijamente y en la Plaza del Machete tienen un punto que muchos señalan conforme lo ven: una pequeña noria de madera. Aquí el acero escasea y la electricidad, por supuesto, no es la que mueve este 'Gasteiz Eye'. Lo hace Javier, que lleva seis años moviendo la atracción por toda España y que prácticamente se ha hecho ingeniero con ella, porque el equilibrio de los pesos es clave para que la noria gire bien. «Tengo unas mancuernas con las que voy equilibrando las cabinas opuestas: es como tener tres balanzas en un mismo eje», explica.

Ayer se montaron más de medio centenar de niños, aunque en un día bueno como este sábado pueden subirse más de 300 en la actuación. De Vitoria destaca «la calidez de la gente»: «es difícil encontrarla en otros sitios». Aunque estará por la capital alavesa todo el fin de semana, en la mente de este joven de Elda ya está el siguiente destino: «estaremos por Alcalá de Henares la semana que viene».

Frente a la noria esperan Javier Marcos y Maider Maiza junto al pequeño Unai. Para ellos, el Mercado Medieval es una oportunidad para «pasar un buen día, ver culturas diferentes y conocer cómo se hacían las cosas antaño». Sin plan fijo más allá de comer, la prioridad es que Unai se lo pase bien… El pequeño, de solo tres años, deja atrás la timidez para contestar con un rotundo «sí» cuando se le pregunta si le apetece montarse en la noria.

Entre los puestos de dulces, cremas, peluches o artesanías de madera también se cuelan otros que lo único que tienen de medieval es la estructura: horchatas, croquetas y hasta chupitos como los que vende Yago Llinas, que viene de Madrid y tiene 20 años. La relación con el periódico histórico la deja para su jefe, pero la variedad del producto la controla bien: tiene licores «de orujo, de chocolate, de mora, de fresa, naranja, limón, chocolate blanco y hasta boletus». Dice que ayer el día se dio muy bien, pero la mañana siempre es algo más «floja»: «los chupitos por la mañana como que no entran mucho», reconoce mientras espera a que se caldea más el ambiente.

Parte del calor del Mercado está en las cuadrillas de jóvenes que se animan a vestir de época. Un grupo de ellos charla tranquilamente en la balconada de San Miguel frente a un set de juegos de caballería. Al frente de su cuadrilla está Naiara Campo. Esta gasteiztarra forma parte de la Asociación Cultural Valinor, «por lo que nosotros ya formamos parte del mundillo». Su pasión por la época le viene «desde muy chavala: cuando me regalaron mis primeros libros de fantasía medieval ya no paré y hasta hoy hemos llegado». El Mercado es, para su cuadrilla «nuestro día del año, lo aprovechamos para vestirnos, darnos una vuelta y ponerle un poco de color al Mercado».