Protegidos de pies a cabeza, los escañadores 'limpian' el tronco tras derribarlo. El trabajo requiere de una gran concentración: abundan los cortes. igor aizpuru

El tajo más duro y peligroso

El de rematante es el oficio con mayor tasa de siniestralidad laboral de Euskadi. Así se ganan el jornal los 94 trabajadores que se dedican a la silvicultura en Álava

Domingo, 6 de marzo 2022

Si un árbol cae en un bosque y nadie está cerca para oírlo, ¿hace algún sonido? La pregunta, aparentemente tontorrona, ha traído de cabeza a ... los grandes filósofos, a los grandes pensadores. Todos se han estrujado las meninges durante siglos para tratar de responderla. Modesto no entiende a santo de qué viene tanta cábala. «Claro que hace ruido. Mira, mira...». Y arranca la motosierra. Y le mete una dentellada al tronco. Y luego otra. Y otra más. Y la madera se estremece y cruje antes, solo un instante antes, de que el gigante, 40 metros de pino radiata, empiece a tambalearse para después caer con un golpe seco, estremecedor, que retumba y provoca un sonido sólo comparable al de un edificio derrumbándose. «Así, así suena», dice. Cada vez que cae un árbol, él o uno de sus colegas de curro casi siempre está ahí. Cerca. Muy cerca. A veces, incluso demasiado cerca.

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ÁLAVA TERRITORIO DE ÁRBOLES

  • 188.837 hectáreas forestales tiene Álava. Es el 62,18% de nuestro territorio. Tenemos la mayor superficie arbolada de Euskadi, por delante de Bizkaia (157.865) y Gipuzkoa (29.075 hectáreas).

  • Público. La inmensa mayor parte del bosque alavés es de titularidad pública, propiedad de los concejos. De las 188.837 hectáreas, 148.163 son de bosque público, es el 78% del total. En Bizkaia y Gipuzkoa, la mayoría del monte es privado.

  • Hayas y encinas. Álava tiene la mayor superficie de hayas (32.923 hectáreas) de Euskadi. El 60% de los ejemplares está aquí. De las 26.334 hectáreas de encinas que crecen en Euskadi, la inmensa mayoría, 19.148, echa raíces en el territorio.

  • Más pinos silvestres. El pino radiata es la especie que ocupa una mayor superficie en el País Vasco. Procede de Baja California y es el que mejores rendimientos forestales ofrece. Al tiempo, en Álava contamos con la mayor cantidad de pinos silvestres.

«Esta es una de las profesiones más duras que existen, me atrevería a decir que solo el trabajo en la mina lo es más», reconoce Carlos Saratxaga. Y eso lo admite él, que es el jefe, el gerente de la empresa Maderas Saratxaga. Con sus hombres, motosierra en ristre, talan árboles, se dedican al sector forestal. Como ellos, 94 personas trabajan en la silvicultura en Álava, tal y como recoge la última edición del 'Informe del mercado de trabajo de la provincia de Álava' que publica el SEPE. Carlos lleva razón, es uno de los oficios más duros. Y también de los que entrañan más riesgo. De hecho, es el más peligroso. Con diferencia.

El índice de siniestralidad laboral en la silvicultura es altísimo. El pasado año alcanzó tasas de 266 por cada mil. Y hace una década frisaba los 500. Sí, eso es mucho. Para tomar el dato con perspectiva, la industria o la construcción, sectores que suelen acaparar cada año buena parte de los accidentes laborales más graves, rondan una incidencia de 60 por mil, según los últimos registros del Instituto Vasco de Salud Laboral, Osalan. «Es un trabajo que se desarrolla en condiciones muy duras y con maquinaria pesada, con orugas, con remolques, con sierras y con un porcentaje muy elevado del personal con baja cualificación», señalan desde este organismo.

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La imagen del morrosko vasco, del aizkolari con camisa de cuadros y hacha afilada siempre dispuesta es ya un puro cliché. Pocos de aquí se ganan los garbanzos allá arriba, en los bosques alaveses. Rumanos, portugueses, bolivianos, nicaragüenses, ecuatorianos dan el callo. Como Nelson Ezequiel, Henry, Germán, Gabriel, Hilarión, Modesto, Gabriel, Ion, Aurel y el resto de los trabajadores forestales con los que EL CORREO ha compartido una jornada de trabajo.

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RIESGO

Sobre la silvicultura pesa una tasa de siniestralidad de 266 casos por cada mil, según las cifras de Osalan  

Para ver las copas de estos árboles hay que mirar tanto, tanto hacia arriba que uno hasta casi tiene que desencajarse las cervicales. El día está raso y el sol luce con fuerza. Pero estos majestuosos pinos radiata, tan altos como un edificio de once plantas, ensombrecen, hasta dejarlo en penumbra, este bosque que se levanta a las faldas del Gorbea, en el concejo de Zárate. En veinte días, aquí, en estas nueve hectáreas, no quedará un árbol en pie.

Árboles de 58 años y 40 metros

De lejos, el sonido de las motosierras recuerda al zumbido feroz de un enjambre de avispas especialmente cabreadas. Aquí la cuadrilla de Carlos tala a matarrasa, la técnica que consiste en cortar todos los árboles maderables de una zona. Gabriel corta una cuña en el pino para dirigirlo, para orientar hacia dónde caerá. Con varios cortes certeros de la motosierra (grrrrrrr), el árbol acaba desplomándose en pocos segundos. Queda un tocón limpio y los círculos del tronco cercenado muestran tantos anillos concéntricos como años tiene el árbol. A ojo de buen cubero, unos 58.

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Aquí nadie dice árbol va. Ni falta que hace. Todos saben dónde han de colocarse, hasta dónde se pueden acercar para no acabar aplastados por esos gigantes de cuarenta metros. Una vez derribados, es el momento de los escañadores, que con sus sierras 'limpian' el tronco, eliminan el ramaje provocando una lluvia de viruta y corteza. Con una vara, Ion despieza el tronco, como si fuera mantequilla, para las distintas necesidades que requiere la industria: las partes más nobles irán para la construcción. Las más defectuosas, para la industria papelera. Y en concreto, para la elaboración de cartón.

Uno de los trabajadores mira hacia las altas copas de los árboles.

Aurel, 40 años, maquinista, levanta los troncos con la grapa (una especie de pinza gigante) y los carga en el remolque como si fueran palillos. «Aquí en el monte nunca sabes lo que te puede pasar», cuenta en un momento de descanso. Él, todos tienen muy presente el peligro al que se exponen cada día. El suyo es uno de esos trabajos que llevan en el sueldo -unos 2.000 euros al mes- la terrible posibilidad de no volver a casa de una pieza al acabar la jornada. Le pasó hace tan solo unas semanas a Marcelo, un experimentado trabajador forestal que murió al caerle una rama encima en Pipaón, en la Montaña Alavesa.

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«Claro que esto es peligroso, no todo el mundo vale, te puede caer un árbol encima y ¡adiós!, pero en algo hay que trabajar», comenta resignado Aurel. «También tú puedes ir a la oficina y que te caiga algo encima», razona . Claro, pero con una sutilísima salvedad: no es lo mismo que te caiga un tiesto en la crisma que uno de esos gigantes, de más de dos toneladas.

Nelson, Henry, Germán, Hilarión y Gabriel preparan el almuerzo. igor aizpuru

Muy cerca, en otro bosque, otra cuadrilla de tiradores está talando. Pero de forma selectiva, solo los árboles que han seleccionado los guardas forestales de la Diputación. «El nombre técnico de nuestro trabajo es rematante, pero no me gusta nada ese término, nosotros lo que hacemos es esto: gestión forestal de tala y conservación», explica Carlos Saratxaga, el patrón, mientras sus hombres derriban árboles defectuosos, ejemplares que impiden el crecimiento del resto. «Si no hay gestión forestal, hay peligro de incendios», razona.

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Llega la hora del almuerzo y, ya exhaustos, los trabajadores se preparan para tomarse un pequeño descanso. Unos encienden una pequeña lumbre -por madera no será- y otros disponen filetes de churrasco adobado con sal y limón en las parrillas. «El monte es muy, pero que muy duro», resopla Hilarión, con la motosierra al hombro, un poco como aquel enanito malencarado que cargaba el pico al fin de la jornada. «Esto es duro, pero imagina esto con lluvia, con barro, nosotros estamos acostumbrados a trabajos duros, pero poca gente vale para esto». Lleva razón. No todo el mundo tiene redaños para entregarse a este curro. El tajo más duro. El más peligroso.

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