Vestido con un traje blanco y hablando desde su propio velatorio, Gonzalo Cunill narra el retrato de una amistad en un monólogo descriptivo y carente ... de tensión dramática. A través de él conocemos la relación entre tres amigos, transitando entre narraciones filosóficas que se diluyen en parlamentos donde las palabras abundan pero el conflicto escasea. Los recuerdos se quedan en anécdotas sin fuerza y solo algunos momentos consiguen resonar por su humor.
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'Un sublime error'
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Autoría Jan Lauwers
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Performance Gonzalo Cunill
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Música Rombout Willems
Con tintes existencialistas, la propuesta reflexiona sobre la vida y la muerte, pero se pierde entre tanta divagación. Se podría haber alcanzado mayor potencia en el cambio de un personaje a otro, ya que Cunill alterna entre ellos; no obstante, dicha metamorfosis no delinea perfiles claros y cae en lo general. Así, Álex aparece como el gruñón; Gonzalo, como el optimista y se identifica a Christine simplemente por hablar desde una repisa llena de cristales rotos. La encarnación de estos personajes carece de una elaboración interna y externa que evite que se queden en un mero esbozo.
La metáfora sobre la inestabilidad vital se refleja en una escenografía compuesta por una mesa con jarrones de cristal en un equilibrio imposible. Sin embargo, esta idea, interesante en su concepto, no se desarrolla plenamente. Lejos de impulsarla con un espacio íntimo, los grandes vacíos creados en el escenario hacen que el diseño se pierda. La iluminación tampoco contribuye a generar una atmósfera confesional.
Lo mismo ocurre con la relación con el público. Las invitaciones a subir al escenario funcionan más como un artificio para mantener la energía que como un recurso con sentido dramático. El carisma de Cunill sostiene la función, pero la propuesta carece de un concepto sólido que unifique las decisiones artísticas quedando en un frágil equilibrio de ideas sueltas sin base firme que las sostenga.
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