Llamó poderosamente mi atención el comentario de un amigo al respecto de la venta de su casa en Vitoria. Sucede que Antonio vivía muy cerca ... de la vía del ferrocarril y no veía el día de vender aquel piso y poner tierra de por medio entre los trenes y sus tímpanos. A punto estuvo de costarle el matrimonio la decisión de comprar aquella vivienda por su terquedad, y al fin celebraba habérsela sacudido de encima de una vez y para siempre.
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Cuando, tras escuchar sus quejas, le pregunté si tan molesto resultaba el ruido del ferrocarril, me dejó descolocado con su respuesta. Confesó que eso no era lo peor, porque a la cantinela del traqueteo acababa uno por acostumbrarse. Que, sin duda, lo que más molesto resultaba eran los silencios inesperados. Me quedé boquiabierto ante su comentario, que me pareció incomprensible, y tras rogarle que fuera más explícito me aclaró el malentendido, con el ceño fruncido y la mano frotando su frente como quien rememora una pesadilla.
-Mira, Juancar, puedo certificar que el cerebro aprende a procesar el traqueteo diario de los convoyes. Y hasta acaba arrullándote si has conciliado el sueño a tiempo, aseveró. En realidad funciona como la banda sonora de una película, que está ahí sin resultar molesta, antes bien al contrario. El verdadero problema, confesó, reside en los retrasos; como cuando el tren de la una y cuarto de la madrugada no acaba de pasar a su hora y tú, habituado a su vibración, estás pendiente del rumor de su paso durante unos minutos eternos y angustiosos. Puedo asegurarte, zanjó con una palmada sobre la mesa, que cada segundo que transcurre se eterniza en tu inconsciente hasta límites insospechados, de tal suerte que acabas en un estado de duermevela y de ansiedad arrasadores, como el tictac de un reloj de péndulo a cámara hiperlenta. Puede parecer una contradicción, pero el silencio resulta entonces más atronador que el tremor de las ruedas de acero sobre los raíles.
Aquella constatación me dejó tan perplejo que estuve cavilando un buen puñado de días sobre el hecho de que aquello que no ocurre pueda afectarnos aún más si cabe que lo que realmente sucede. Que un mal por venir, que se hace esperar, causa más desazón que el ya acaecido. Del mismo modo, sucede que nuestras vidas se habitúan a los sucesos cotidianos, a los ruidos esperados, a los silencios que uno aguarda por rutinarios. Por eso, la espera en la sala de un dentista resulta más desoladora que la propia intervención, y el ruido del torno que escuchas mientras aguardas leyendo una revista es causa de mayor desasosiego que la propia consulta.
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Cavilando sobre ésta y otras sorpresas que la vida te va dando, y pese a mi disposición de ánimo abierta, sentí que llovía sobre mojado y que recién salía de un estado de estupefacción para caer en otro de perplejidad cuando escuché que acababan de trasplantar un corazón de cerdo a un paciente norteamericano.
Xenotrasplante es el modo en que denominan o insultan a estos intercambios de órganos entre especies distintas que, al parecer, llevan camino de llegar para quedarse dado que palían la escasez de donantes así como el aumento ingente de las listas de espera. Y, como era de esperar, basta que estés a punto de espicharla para acabar aceptando que te pongan los menudillos que el cirujano crea menester o tenga a mano en ese momento de tribulación. Que no estamos para exquisiteces en tan trágicos minutos.
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El hecho de que hayan elegido un cerdo como donante involuntario -seguro que al cerdo no le pidieron permiso- no deja de tener su retranca en estos momentos de debate sobre las macrogranjas y la calidad de la carne. Desconocemos los datos de la crianza del puerco. Tampoco sabemos si el resto del animal al que hurtaron el corazón permanece a disposición del receptor para que se haga una txarriboda tras la operación y pueda invitar a los amigos a una guarrería como dios manda para celebrar la prórroga de su existencia con una oreja en salsa, una careta al sarmiento o unas carrilleras en salsa de ciruelas.
A riesgo de meterme en política, yo preferiría el corazón de un cerdito de los de ganadería extensiva que uno de los de ganadería industrial. Mejor los de Garzón que los de Mañueco o Casado. O sea, donde esté un cerdo paseado y lustroso, más asilvestrado, trotón y pinturero que se quite uno de esas granjas superpobladas en la que te cagan encima todo el tiempo y no tienes espacio ni para un pensamiento.
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Luego está el debate de si pudiera elegirse entre varias opciones, como si de una carta de restorán se tratase. Porque suponemos que la inserción de un corazón de jabalí en un humano no puede por menos que contagiar el entusiasmo del bicho al paciente, tornando su languidez en bravura, al punto de que la esposa del trasplantado acabe olvidando tiempos pasados de atonía y barbecho afectivos, y prefiera cualquier tiempo más turbulento y bravío por venir.
Luego habría diferentes puntos de glamour si entramos en opciones más de diseño como los cerdos vietnamitas, con sus cachetes y sus carnes generosas a los que les puedes pasar el dedo por el hocico para hacer pedorretas, cuyos corazones son más dados al sedentarismo y al cachete amistoso que a derroches gimnásticos.
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Por eso creo que las declaraciones del ministro de Consumo resultan muy pertinentes, porque se ha adelantado a su tiempo y a la noticia del trasplante del corazón de cerdo poniendo el dedo en la llaga, como Santo Tomás. ¿Habrá trasplantes de cerdo de macrogranja para ciudadanos menos pudientes por la sanidad pública, y trasplantes de diseño por la privada? ¿Hará falta un seguro que cubra una selección de ibérico o bellota frente al vulgar cerdo de recebo?
Resultaría incongruente que los que hoy ejercen de ayatolás de las granjas descomunales en España fueran los primeros luego en solicitar trasplantes de cerdo de ganadería extensiva y selecta. Sobrados antecedentes muestran que quienes fueron enemigos furibundos de la ley del divorcio -como Álvarez Cascos que profetizó el fin de la familia- acabaron amortizando el derecho con records de separaciones. O que quienes se opusieron con contumacia al matrimonio homosexual desde la derecha ultramontana hayan acabado desalojando armarios con tanto provecho como desenvoltura.
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Y de esta guisa aprendimos de nuevo que las cosas a menudo no son lo que parecen. Que el ruido no es tan molesto como la espera del ruido. Que la cría del cerdo tiene su importancia si puedes acabar alojando su corazón en el interior de tu pecho. Y que se puede ser un cerdo teniendo dos patas con un corazón humano, y en cambio se puede ser una excelente persona con un corazón de cerdo.
«Y todas estas cosas había una vez, cuando yo soñaba un mundo al revés».
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