El caso del miñón que asesinó al secretario de la Diputación
José Uriarte Díaz de Guereñu descerrajó en plena calle un tiro a Enrique de Orbegozo en 1932
En los anales de la historia de los Miñones de Álava uno de los asuntos registrados más negros es la extraña reacción de un agente ... contra el más alto de los funcionarios de la Diputación, el secretario, al que mató con su pistola reglamentaria mientras estaba de servicio. El hecho conmocionó a la opinión pública española y fue inexplicable para los vitorianos. La prensa siguió todos los detalles pero yo he escogido lo que escribe el miñón Jorge Cabanellas en su libro 'Historia de los Miñones de Álava'. Poco hay que añadir a la crónica.
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Eran poco más de las dos de la tarde del 26 de septiembre de 1932. El secretario de la Diputación, Enrique de Orbegozo Unda, y otro funcionario, Vicente Fernández del Castillo, salieron andando de la casa palacio en dirección a la plaza de la Virgen Blanca para ir a sus respectivos domicilios. Dentro del edificio se encontraba de servicio el miñón José Uriarte Díaz de Guereñu.
Al llegar los dos funcionarios a la altura de la tienda de bolsos Iriarte en la entonces calle de la Constitución (hoy Diputación), vieron cómo les adelantaba un miñón corriendo y se les ponía frente a frente. Era el mismo agente con el que se habían cruzado minutos antes en el palacio.
Sin mediar palabra, José Uriarte empuñó con la mano derecha su arma reglamentaria, una pistola Star de 9 milímetros, y apuntando al secretario efectuó dos disparos. Orbegozo, que solo recibió un impacto, se echó hacia atrás y se dirigió al lado contrario de la calle donde se encontraba la farmacia regentada por el que luego durante el franquismo fuera presidente de la Diputación, Lorenzo de Cura, natural de Bañares. El secretario de la institución foral, ya tambaleante, subió unos escalones y en el interior del establecimiento llegó a gritar «Cerrad la puerta», antes de caer desplomado al suelo.
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La reacción del farmacéutico fue salir a la calle corriendo y pedir a gritos un médico. La desesperada llamada fue atendida inmediatamente por un galeno que pasaba por allí, Indalecio Fernández, que se acababa de cruzar con Orbegozo segundos antes y al que reconoció inmediatamente. Tras comprobar su estado notificó en voz alta que el secretario ya había muerto. Al oír los disparos mucha gente se arremolinó en torno al lugar de los hechos.
El cuerpo del secretario fue llevado al cuarto de socorro del Hospital de Santiago donde se comprobó que de los dos disparos que habían sonado solo había recibido el impacto de uno de ellos, que le alcanzó de lleno el corazón.
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«Lo hecho hecho está»
Tras el crimen el miñón José Uriarte, con absoluta tranquilidad retrocedió caminando hacia la Diputación, mientras se oían los gritos de una mujer para que desarmasen al asesino. Al pasar por la zona ajardinada de la plaza apareció otro miñón llamado Ángel Fernández de Roitegui, que no sabía nada de lo que había ocurrido. Uriarte le dijo: «Dame la gorra». A lo que Roitegui le espetó: «Pero hombre, ¿qué has hecho?». Y Uriarte contestó: «Lo hecho, hecho está».
En ese momento apareció también un guardia civil, Emiliano Terrazas, que caminaba por la zona y se había dado cuenta de lo ocurrido. Entre el agente de la Benemérita y el miñón detuvieron al agresor al que llevaron dentro del palacio foral, sin que mostrase resistencia alguna ni remordimientos. Cuando varios diputados que se encontraban en el edificio se encararon con él y le preguntaron por qué lo había hecho, Uriarte respondió: «Yo, yo lo he matado. ¿No decían que estaba loco? ¡Pues el loco ha sido¡»
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El propio presidente de comisión gestora de la Diputación, Teodoro Olarte (asesinado en 1936 en Miranda de Ebro por pistoleros franquistas), admitió que jamás había tenido que llamar la atención a ningún miñón por ser innecesario, pero sí que había ocurrido en el caso de Uriarte. De ello se deduce que el agente había tenido algún problema por su comportamiento.
Gran conmoción en Vitoria
El secretario fallecido era un hombre de 37 años de edad que había entrado en la Diputación como oficial letrado en 1919. Tras pasar por varios puestos acababa de ser nombrado secretario de la Diputación. En el sepelio, Olarte tras condenar el crimen elogió la figura del asesinado, «un secretario digno, competente y celoso en su trabajo que había logrado la estima y amistad de todos los diputados que formaban la corporación foral».
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El crimen produjo una gran conmoción en Vitoria y en toda la provincia alavesa. Por la tarde del mismo día, el cuerpo del secretario fue trasladado al salón de plenos de la casa palacio donde se instaló una capilla ardiente custodiada por miñones y compañeros del muerto. Desde temprana hora del día siguiente se formó una larga cola de vecinos que honraron a Orbegozo, quien posteriormente fue trasladado al cementerio de Santa Isabel para su último descanso.
Entre los asistentes al funeral se encontraban dos de los cuñados de Orbegozo, hermanos de su viuda, María Ángeles, los hermanos Miguel e Ignacio de Anitua Ochoa de Eguileor. El primero fue el oficial que más activamente se enfrentó a los golpistas del 18 de julio de 1936 al comienzo de la Guerra Civil, y el segundo era un oficial del cuerpo de Miñones de Vizcaya y su futuro comandante.
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Ya las primeras informaciones hablaban de que el asesino tenía perturbadas sus facultades mentales y que días antes había sido reprendido por la forma en que rendía las cuentas del cobro de impuestos provinciales.
En el juicio que tuvo lugar al año siguiente, el fiscal pidió para el reo la cadena perpetua, la máxima pena de la legislación republicana. Tras ser analizado por tres destacados especialistas la conclusión fue que Uriarte «obró a impulsos de su enajenación mental, no siendo dueño de su voluntad». El fiscal tuvo que retirar su petición y el juez lo mandó al manicomio, concretamente al psiquiátrico del Asilo Provincial de Las Nieves.
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En la década de los sesenta del siglo pasado, treinta años después del asesinato, Uriarte permanecía «amarrado» en la institución psiquiátrica, donde murió.
Habían fallado los filtros que debían haber apartado del servicio a una persona desequilibrada con acceso a armas. Cuando se registró su armario personal se encontraron su carabina reglamentaria Destroyer, un cargador de pistola Star, ocho cartuchos de pistola sueltos y dos cargadores para la carabina, uno de ellos cargado.
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