Recuerdo la anécdota que hace más de treinta años me refirió Maribel, una avezada funcionaria con la que tuve el privilegio de compartir departamento foral el pasado siglo, sobre las habilidades desarrolladas por el fundador de una conocida empresa funeraria de nuestra ciudad.
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Este industrial vitoriano solía visitar con asiduidad los hospitales de la ciudad para saludar a los enfermos, potenciales clientes a la postre, mostrarles su solidaridad y desearles una pronta recuperación. Entonces en Vitoria se conocían todos y no era extraño el respetuoso detalle de visitar a los enfermos que usara nuestro empresario de pompas fúnebres con amigos y conocidos.
Su 'know-how' llegaba a tales extremos -la experiencia es un grado-, que había desarrollado el olfato profesional propio de un forense a la hora de atisbar el futuro imperfecto del paciente. De tal suerte que su ojo clínico le advertía, con un margen de error inapreciable, la fecha con la que aquel cliente desfilaría por su sede social, en modo 'pies por delante'.
Relataba Maribel que la señal premonitoria de que el enfermo iba a rendir cuentas ante el altísimo en menos de cuarenta y ocho horas se producía en el mismo momento en que nuestro funerario se quitaba la boina en señal de respeto cuando franqueaba la puerta de la habitación.
Si la mantenía entre sus manos durante la visita es que albergaba dudas sobre la prontitud del desenlace. En cambio, si la depositaba sobre la cama, como por un descuido inocente, es que había comenzado a calcular el número de boinas que medía el futuro difunto, para acertar así con las dimensiones del féretro que debía fabricar a la medida, dispuesto para albergarlo en un par de telediarios, a no más tardar.
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Así, boina a boina, difunto a difunto, levantó nuestro empresario un respetable imperio local donde el cliente nunca tiene la última palabra porque no se queja, tan silencioso y pacífico como descansa, una vez entregada la cuchara al creador.
Hoy que se ha perdido todo, desde las buenas maneras al recto proceder, nuestro industrial de las pompas fúnebres no hubiera tenido el éxito pasado cuando el diámetro de una boina resultaba una herramienta de precisión inmejorable. Ya no se encofran difuntos porque no es tan sostenible enterrarlos como chamuscarlos, cosa en la que el Santo Oficio ya resultó un precursor, adelantándose unos cuantos siglos a su tiempo.
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Los saudíes, por su parte, acaban de acreditar un nuevo modo de habilitar el tránsito a la otra vida cual es el descuartizamiento. Es ésta una habilidad que creíamos demodé, más propia del pasado medieval de Juego de Tronos. Pero tal parece como si las monarquías del Golfo se hubieran tornado en monarquías golfas, y le hubieran perdido el respeto no sólo a la vida, sino hasta a la mismísima muerte.
Están mostrando tal 'savoir faire' en desmembrar periodistas, que no alcanzo a entender para qué necesitan comprar tantas armas en el mercado de occidente. Que si misiles inteligentes españoles que sólo matan gente mala, tan listos como son; que si tanques alemanes; que si aviones franceses.
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Si tanta destreza muestran con la navaja, habría que permitirles pasarse un tiempo tirando de chaira en exclusiva, tipo Curro Jiménez en Sierra Morena, donde ya acreditaron sobradamente su utilidad para el hostigamiento y derrota de las tropas napoleónicas. Así, a lo sumo, habríamos de proveerles de material de primera, albaceteño, con doble muelle de seguridad.
Hay quien está dispuesto a pagar el chantaje económico a estas satrapías, por temor a perder el empleo que nos proporciona el hacerles unas corbetas; Aunque ello nos obligue a mirar para otro lado -va incluido en el precio-, cuando torturan y descuartizan en sus sedes diplomáticas. A quién diantres importa un periodista más o menos, al lado de los miles de empleos que genera su generoso dinero.
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Así, con estas triquiñuelas mentales, dormimos tranquilos, pagamos las letras al banco, y creamos empleo de calidad sobre la casquería humana en la que se asientan las dictaduras del Golfo.
El mundo es ciertamente complejo y todos los asuntos que nos afectan tienen más esquinas que un saco de leña. Pero no acierto a explicarme cómo Europa es incapaz de tener una sola voz, para poder así ejercer un papel respetable, más allá del sonrojante coro de grillos en que lleva camino de convertirse.
Hoy estamos cayendo en la cuenta de a cómo cotiza en el mercado el kilo de carne cruda de periodista. Si la conclusión es que no vale nada, significará que la civilización que estamos construyendo no está dispuesta a pagar el precio de la libertad; y que por tanto está dejando de merecerla. Si tienen dudas, no tienen más que mirar detenidamente la foto del rey saudí y su heredero dando el pésame al hijo del periodista asesinado, para saber lo que está en juego.
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