Sin bufanda pero con mascarilla, una señora camina entre los coches cubiertos de nieve ante un mural con una mujer bebiendo de una taza humeante. Rafa Gutiérrez
Diario en cuarentena. Día 21

Frío aire de Dickens

Temporal ·

Nieva pero da igual. Qué más da si todo el mundo está en casa. Qué más da si la gente muere sin quien les llore

Martes, 31 de marzo 2020, 01:52

El sol frío se filtra a través de los estores blancos. Detrás de los cristales sucios se aprecia cómo caen unos copos menudos que se derriten antes de estrellarse contra el suelo de la terraza. El tejado de chapa roja está cubierto de blanco. En el banco de madera toman asiento un par de dedos de nieve esponjosa que aplasta las hojas del frondoso helecho y las del romero y las que acaban de brotar, todavía tiernas, en el boj. Ha sido una nevada bastante maja, se dice uno, con el pijama y la legaña todavía puesta, mientras le da un sorbo a un café negro como el petróleo, un poco como el mayoral revisando sus dominios desde lo alto del granero. Sí, ayer cayó una nevada bastante maja en Vitoria. Pero la verdad es que dio un poco igual.

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Antes, en la otra vida, un temporal lograba sacar de la modorra a la ciudad. Caían cuatro copos y todo tenía un aspecto más cinematográfico, como de telefilme navideño. Ahora, si acaso, la nieve solo ha conseguido darle un frío aire a todo esto un poco más dickensiano si cabe. Resulta tristísima esta nevada. Antes nos recreábamos ante la pureza inmaculada depositada en las copas de los árboles. Ahora, te fijas más en esa nieve emponzoñada que se queda bajo el guardabarros de los coches. Todo es cuestión de perspectiva.

Por si había alguna duda, este pequeño temporal ha venido a confirmar cómo nuestra escala de prioridades ha cambiado de forma abrupta. Un buen ejemplo lo tiene, sin ir más lejos, aquí mismo, aquí delante, en esta misma pantalla. En cualquier otro momento, esta nevada tardana habría ocupado unas cuantas páginas. Se habría retratado la cotidianidad con una postalita costumbrista nevada, quizás ilustrada con una pelea de bolas de críos al salir de clase. Algún partido de la oposición habría convocado a la prensa para que el alcalde diera explicaciones, ipso facto, por la falta de previsión. Algún vecino habría explicado, todo atribulado, lo complicado que resulta quitarle el hielo a la luna de su suv. Algún transportista habría llegado tarde a una entrega importantísima tras enredarse colocando las cadenas en Opakua.

Y hoy es de suponer que todo eso ha seguido pasando. Pero importa bastante poco. La nieve ha caído. Pero la realidad vírica es tan candente, quema tanto, que hace que una nevada, por muy copiosa que sea, se le derrita al rozarle. Aunque sea de lejos. Qué más da que nieve si todo el mundo está encerrado en casa. Qué más da que nieve si la gente se está muriendo en las residencias y en los hospitales. Que más da que nieve si los muertos no tienen casi quien les llore.

Ya no importa el tiempo. Ni el uno ni el otro. Porque cambiaron la hora el fin de semana y casi ni nos hemos enterado. Más de uno se despertó a las diez convencidísimo de que eran las nueve. Pero qué más da. En la esfera del reloj que marca las horas de estos días raros solo hay una hora importante. Y son las ocho de la tarde.

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