Un explorador alavés descubre la posible tumba del caballo de Alejandro Magno
Miguel Gutiérrez Garitano localiza en Pakistán un túmulo de 130 metros donde podrían encontrarse restos del legendario Bucéfalo
Tanto tiempo estudiando los restos de un tiempo remoto, tanto tiempo investigando sobre tierras ignotas para que, llegado el momento del descubrimiento de tu vida, ... ese instante de gloria, tan sólo atines a balbucear algo tan ramplón como «Eh, sí, sí, puedo ver cosas maravillosas». Le pasó a Howard Carter cuando pudo ver el interior de la tumba KV62, alumbrado por la luz mortecina de una vela. Y algo parecido le ocurrió hace tan solo unos días al explorador vitoriano Miguel Gutiérrez Garitano, frente a esa pared de adobe con restos de vasijas incrustrados que se levanta en una aldea agrícola, en pleno Punyab pakistaní. Está convencido de que allí podría encontrarse la tumba de Bucéfalo, el legendario caballo de Alejandro Magno. No supo qué decir. Se quedó impertérrito. El corazón, acelerado. Casi frotándose los ojos, incrédulo ante lo que acaba de hallar, de descubrir.
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El historiador, escritor y explorador, presidente de la Sociedad Geográfica La Exploradora, acaba de llegar de un viaje por Pakistán en el que pretendía seguir las huellas de Alejandro Magno en su última batalla, la del Hidaspes, una de las más cruentas de su vida, que acaeció en el 326 a. C. «Hay que dejar claro que no íbamos allí a excavar, era un proyecto formativo, para tomar información sobre escenarios de la batalla y luego impartir aquí un seminario. Este viaje estaba planteado para un mes, pero por las restricciones de la pandemia tuvo que ser de ocho días», cuenta ya en su casa de Vitoria.
La figura de Alejandro Magno siempre ha supuesto una pequeña obsesión recurrente para el explorador alavés. «Para mí, la ciudad es el corazón de las civilizaciones y Alejandro Magno fue el gran fundador de ciudades, más de 70». Hace dos años, Gutiérrez comenzó a estudiar un periodo muy concreto que le fascinaba especialmente entre el amplísimo catálogo de gestas, de batallas colosales que protagonizó el macedonio. «Me interesaba esa parte de su vida, cuando llega a la India que, para los griegos sólo aparecía en la mitología: allí sólo habían llegado Dionisio y Hércules, nadie más. Para Alejandro Magno ese era el fin del mundo».
Bien, pero, ¿y lo del caballo? ¿Por qué diantres fue enterrado en una tumba? ¿A qué viene semejante delirio? «Es que Bucéfalo no es un caballo más -ilustra el explorador-, se puede decir que tuvo una conexión casi mística con su jinete, que es Alejandro. En 'Vidas paralelas' Plutarco cuenta que iban a sacrificar al animal de lo arisco que era. Y Magno, que sólo era un adolescente de 15 años, consiguió domarlo. Conquistó todos los imperios conocidos con ese caballo. Murió en la batalla de Hidaspes, probablemente por agotamiento, ya con casi 30 años».
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Antes de regresar a Persia, al terminar la batalla, victorioso, Alejandro Magno mandó construir dos ciudades: Alejandría Bucéfala -en honor a su corcel-, y Alejandría Nicaea, además de un fastuoso túmulo en el que, todo apunta, fue enterrado el caballo con toda pompa. Ambas ciudades y también el monumento funerario se daban por desaparecidas. Hasta ahora.
Desde la ventanilla
En una investigación rigurosa, rayana en la erudición obsesiva, Gutiérrez Garitano ha dedicado estos dos últimos años a seguir las pistas que dejaron exploradores como Aurel Stein, en el siglo XX, y antes Alexander Burnes, Cunningham y también el general napoleónico Claude Auguste Court, cuyos textos rescató en una biblioteca de Lahore, capital del Punyab. «A partir de ahí elaboré mi propia hipótesis sobre la localización en la que creía que podían estar las ciudades, en el entorno del río Jhelum».
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A estas alturas queda claro que el descubrimiento no se trata de una mera casualidad, de una de esas carambolas del destino más o menos épicas que han marcado hallazgos por pura chiripa. Pero el caso es que Gutiérrez -acompañado del explorador y fotógrafo Jordi Canal Soler, la exploradora e historiadora Silvia Carretero Gómez y el guía Sahid Jamil Rana- atisbó una construcción que llamó su atención a través de la ventanilla del coche, en esa llanura dura, en ese paisaje agreste y fértil a la vez, donde se extienden trigales y plantaciones de olivos y naranjos. Revisó imágenes satélite. Y regresó sobre sus pasos. Atónito, no terminaba de creer lo que tenía ante sus narices.
«Me quedé extasiado, aluciné al encontrarme ante un túmulo de 130 metros de diámetro, con una casa habitada dentro, veo todas las paredes con restos, con vasijas, de piedras talladas, de piedras de molino, con una puerta de entrada con corredor, (que hoy usan para meter los coches y sacarlos), muy similar a las tumbas macedónicas, que hace pensar en la de Vergina, donde reposan los restos de Filipo II (el padre de Alejandro Magno)».
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Sí, ha leído bien. Allí, sobre uno de los posibles vestigios más colosales del mundo heleno, vive una familia, ajena a que sus cimientos se asientan sobre la historia. De hecho, el explorador pudo hablar con el propietario. «Me vio dando vueltas, se acercó a mí y fue amable. No era consciente de lo que tiene, sólo me contestó que era un sitio de sijs». De inmediato, Gutiérrez, que prefiere no desvelar el lugar exacto de su hallazgo para evitar posibles saqueos, avisó a las autoridades pakistaníes «para que se hagan cargo de su protección».
El explorador es muy consciente de que vienen días en los que se pondrá en cuestión su descubrimiento, que habrá quien trate de echar por tierra su hallazgo. Él insiste. «Hasta que los arqueólogos lo excaven, hasta que los científicos lo analicen, esta es una hipótesis, mi hipótesis. De todos modos, se puede poner en cuestión que sea o no la tumba de Bucéfalo, pero es incuestionable que se trata de un descubrimiento arqueológico de un enorme calado. Estoy bastante seguro de que estamos hablando de algo colosal, colosal...». Su trabajo exhaustivo, su pasión, desde luego, lo es. De eso no puede haber dudas.
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