C. C.: Comando Celedón

Se non e vero... ·

Domingo, 1 de agosto 2021

Aquel 4 de agosto de 2021 no sería un día cualquiera. Se trataba del segundo año consecutivo en que las fiestas de La Blanca de ... Vitoria-Gasteiz no se celebrarían. Ni el tradicional chupinazo ni la bajada del mítico aldeano darían rienda suelta a la tropa festiva de blusas, neskas y demás gasteiztarras ansiosos de fiesta y jarana popular. Otra vez sería.

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Por eso, cuando Iosu Albirdi apareció en la entrada del Ayuntamiento el guardia municipal encargado de la custodia del edificio de plaza de España le saludó con la confianza de haberle dado los buenos días cada mañana durante más de veinte años como antiguo responsable del Protocolo municipal.

El tono moreno imborrable de su rostro, perfectamente afeitado, el bigote recortado con tiralíneas, el terno azul impecablemente abotonado, los zapatos negros en los que uno podía mirarse la cara como en un espejo, el pasador de la corbata, los gemelos. Efectivamente, se trataba de Albirdi, flanqueado por una docena de caras conocidas para el agente.

-Buenos días. Tenemos una cita con el alcalde. No hace falta que llame. Nos está esperando, afirmó Iosu con tal seguridad que pareció una orden más que una sugerencia. El agente se hizo a un lado, no fuera que le llamaran la atención por exceso de celo. Albirdi era un tipo serio, o así se lo pareció al guardia.

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Tras él, en perfecto orden, desfilaron una serie de rostros conocidos que el 'munipa' asoció con las fiestas vitorianas. Un pastelero, un maratoniano, el experto en coros, el fornido cocinero que borda los chistes, el fotógrafo cojito de la perilla que ahora no le salía el nombre, el que recogía mendigos y les ofrecía un techo, el de la cofradía de la Virgen Blanca y otros más que no acertó a distinguir tras las mascarillas. Además, intuyó al cronista de sociedad y al futbolista éste que acababa de colgar los borceguíes. El agente se cuadró en señal de respeto ante tal despliegue de ilustres.

«Buenos días, alkate, esto es una retención temporal. Haga lo que se le diga y nadie saldrá perjudicado»

Tan pronto como la comitiva llegó al hall del piso superior, vacío en aquel momento, se dirigió al despacho del primer edil con paso marcial. Y, tras golpear la puerta con los nudillos, se introdujeron en el despacho principal sin esperar respuesta. Eran las 10.00 A. M. y el plan se iniciaba conforme a lo acordado.

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-Buenos días, alkate. Esto es una retención temporal. Haga lo que se le diga y nadie saldrá perjudicado, señaló Albirdi ceremonioso. Siga usted las instrucciones y en ocho horas abandonaremos las dependencias municipales en perfecto orden, tras ajustar cuentas con la historia y hacer lo que es debido.

-Y además, con suerte, pasarás a la historia, chaval, le dijo el maratoniano al alcalde, dándole un cachetito cariñoso en el rostro para romper el hielo mientras lo sujetaba a la silla con cinta americana.

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Cada uno de los integrantes del 'Comando Celedón', que así se autodenominaban, se afanaba en su tarea, tras embutirse unos monos de color naranja como en 'La casa de papel'. Dos de ellos se acercaron al balcón del despacho de alcaldía que asoma a la plaza de España y colocaron una caja de madera alargada abierta por uno de los extremos a modo de lanzadera de cohetes pirotécnicos.

Mientras, con precisión quirúrgica, el ex director de protocolo municipal, único que no se había embutido en el mono naranja para evitar arrugarse el traje y poner en riesgo su dignidad, se dirigía al alcalde para darle instrucciones, con gesto adusto no reñido con una corrección exquisita.

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-Ilustrísimo, haga el favor de llamar inmediatamente a la concejala de Cultura para que proceda a instalar la maroma desde la torre de San Miguel hasta la calle Postas. Argumente, si ésta muestra reticencias, que va a realizar una prueba de eficiencia; y ordene que hable con el Servicio de Mantenimiento y gire las oportunas instrucciones, como si el descenso de Celedón fuera a llevarse a efecto esta misma tarde. Puede abundar en la idea de que se trata de un estrés-test, afirmó con la suficiencia de quien sabe de lo que habla.

El alcalde, más acostumbrado a mandar que a acatar órdenes, trató de resistirse en un primer momento, aunque un paso hacia él de un tal Juanjo y de su enorme humanidad, así como de un mocetón tocayo del alcalde que iba a su lado le convencieron para deponer su actitud y marcar el teléfono de la edil de Cultura con las urgencias requeridas y sin salir todavía de la estupefacción.

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La concejala de Cultura apenas acertó a balbucear, abrumada por la orden ejecutiva del alcalde que le aseguró que no admitiría ni demoras, ni un no por respuesta. Azorada por el golpe de autoridad, la edil -pronta y bien mandada- inició la cadena organizativa que requería aquel encargo, con el celo exigido y con las prisas que la encomienda demandaba.

El día transcurrió como estaba previsto. El Servicio de Mantenimiento cumplió con su trabajo, no sin acordarse de los muertos del responsable de aquel caos inexplicable. A las cuatro y media de la tarde, cuando ya todo estaba preparado para el lanzamiento frente a una plaza de la Virgen Blanca que aparecía desierta, los operarios se fueron a comer con la satisfacción del deber cumplido.

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A unos kilómetros de allí, una avioneta del aeroclub Heraclio Alfaro enfilaba la pista central de Foronda a las 17.00 P. M., con la precisión de un reloj suizo, cargada de volatinas con la llamada al pueblo de Vitoria para asistir a la Bajada de Celedón a las seis de la tarde en la plaza de la Virgen Blanca.

-Charly. Alfa. Tango. Zorro azul a zorro rojo. Despegamos. Cambio y corto.

Cinco minutos después, se abría una de las portezuelas laterales de la CESSNA y sobre la ciudad llovían cuartillas por millares con la convocatoria general a la cita ineludible del 4 de agosto. Una firma lacónica aparecía al pie de la hoja volandera: C. C. Comando Celedón. ¡Todos a la Virgen Blanca!

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A las 17.45 un compacto grupo de procesionarios, oculto hasta entonces, salía de la iglesia de San Miguel, pertrechados con sus correspondientes faroles, para ocupar la explanada de la Iglesia con impecable orden y concierto. Un tal Ricardo hacía y deshacía, reclamaba atención, exigía precisión y silencio y susurraba órdenes que eran seguidas con admiración por el resto de cofrades que ignoraban para qué habían sido convocados.

En la calle la gente no daba crédito. Muchos corrían a sus casas a por la blusa y las albarcas. Otros, más escépticos, comentaban que debía tratarse de una broma, hasta que una voz archiconocida, idéntica a la de un antiguo alcalde, leyó el comunicado de llamamiento a la fiesta en todas las emisoras de radio locales al mismo tiempo, desatando una marea ciudadana que se dirigió a la plaza de la Virgen Blanca sin dar crédito a lo que habían escuchado. Reinaba un silencio atronador.

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A las 18.00 horas Albirdi sacaba el chisquero y encendía el cohete colocado en el balcón de Alcaldía que ascendió a los cielos sin demora hasta su deflagración.

-¡PUUUUM!

Fiti iniciaba los primeros acordes con el txistu. Y allí en lo alto, desde el balconcillo de la torre de San Miguel, para sorpresa de propios y extraños, el muñeco de Celedón comenzaba a deslizarse como si tal cosa, empujado levemente por la mano de Asun Girospe.

P. D. Todos los personajes que aparecen en el texto son imaginados. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

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