Las hormigas sufren un fenómeno conocido como 'espiral de la muerte' que recuerda a Vitoria.

El círculo mortal

Se non e vero... ·

Domingo, 18 de diciembre 2022, 01:53

Desde esta columna he insistido una y otra vez sobre la idea de que Vitoria se ha ganado con todo merecimiento la fama de ser ... la ciudad de los debates circulares infinitos, imperecederos y agotadores a un tiempo. Baste echar un vistazo a los presupuestos municipales para reconocer, como en una vieja biblioteca abandonada, los lomos de los volúmenes clásicos que acumulan polvo secular sobre los anaqueles: el enterramiento, el teatro primordial, el tranvía llamado deseo, los derruidos palacios del casco antiguo, la reubicación de algún museo fosilizado, el plan general y el particular….

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Tratando de golpear conciencias, de sacudir pecheras imaginarias y de tocar apéndices, he acabado por pensar que cualquier día, igual que al bardo de Asterix, acabarían por amordazarme y colgarme de un árbol para no seguir aguando fiestas e interrumpiendo siestas.

Como saben, Asurancetúrix -el Bardo- apaliza con su canto a galos y romanos. «Las opiniones sobre su talento están divididas: mientras que él piensa que es genial, el resto lo considera un pelmazo. Así, mientras guarde silencio, es considerado un camarada grato». Preparado para correr su misma suerte y ser suspendido tanto académica como espacialmente, pero incapaz de guardar silencio, retomo el trabajo al pie de la rueca, próximo ya al abatimiento, para contarles unas cuitas zoológicas que me tienen a mal traer.

Y es que resulta que cuando leía las páginas de divulgación científica en el diario me dije, ¡caramba!, a las hormigas también les sucede como a los vitorianos. No sé si han oído hablar o han leído acerca del fenómeno que se denomina 'espiral de la muerte' o 'círculo mortal' y que sucede en el mundo animal, especialmente entre algunos insectos. Se trata de un proceso muy interesante que se inicia cuando un grupo de hormigas guerreras, que son ciegas, pierden el rastro de feromonas de las obreras y se separan del grupo principal de porteadoras.

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Entonces, las despistadas hormigas guerreras comienzan a seguirse entre ellas, describiendo un círculo sin fin ni sentido alguno que gira continuamente camino de la extenuación y de la muerte. Así, las guerreras fallecen por agotamiento mientras avanzan disciplinadas hacia ninguna parte siguiendo el olor de su predecesora en la fila.

El fenómeno trae cuenta, a decir de los expertos, de la estructura social hiperorganizada de las hormigas, en la que cada una sigue a la que está delante de ella disciplinadamente. Todo funciona de diez, hasta que de repente algo sale mal y se conforma una espiral camino de la muerte.

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El hecho fue descrito en 1921 cuando un naturalista norteamericano observó una espiral de hormigas de cuatrocientos metros de circunferencia durante días. Cada hormiga tardaba en dar una vuelta completa cerca de tres horas, prosiguiendo su marcha sin descanso. Hasta que un aldeano ajeno al estudio, cuentan, decidió patear parte del círculo y borrar el rastro de feromonas, rompiendo el efecto hipnótico de esta pista letal. Sólo entonces, las hormigas se diseminaron y pudieron abandonar el círculo en el que permanecieron inmersas por días y en el que sin duda hubieran muerto de inanición sin la intromisión del paisano.

Ruego disculpen mi atrofia, pero cuando observé personalmente el círculo de hormigas durante una excursión campestre por Costa Rica, me vino inmediatamente a la cabeza el devenir de mi ciudad, su eterno retorno, su recurrente tendencia al desfile, al posesionar, a recorrer caminos transitados y trillados, recelosa hacia lo nuevo e incapaz de hallar la audacia necesaria para patear el círculo y romper inercias.

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Porque esta ciudad a la que vuelvo de forma obsesiva, te engaña proporcionándote una sensación placentera y a la vez sedante. Me recuerda mucho a Ulises y sus soldados en la isla de los lotófagos. Tras arribar a sus costas y comer sus flores de loto, entraban en un estado de apatía y somnolencia que les llevaba a olvidar cualquier nueva singladura, cualquier nueva hazaña, incluso el retorno a sus hogares, sumidos en una siesta perpetua, cálida y letárgica.

Mientras veía el círculo de hormigas no pude evitar sentir cierta ternura y fabular con la posibilidad de estudiar nuestros propios desplazamientos en la vida cotidiana a vista de pájaro, para observar la figura geométrica que describe nuestro paso por el mundo.

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Y pensaba que en cada ciudad la observación arrojaría una silueta diferente, allá un triángulo equilátero, acullá un pentágono o un trapecio escaleno. Pero cuanto más cerraba los párpados, más se me aparecía el trávelin de los pasos de los nazarenos vitorianos, procesionando en un círculo sempiterno asiendo sus faroles con convicción e hilvanando ese haz de luz calle a calle, plaza a plaza, como una poderosa traza de feromonas. Balizando el camino. Marcando el paso…

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