Capítulo 10: UN MUNDO PERDIDO
Continúa la aventura de los alaveses que buscan alcanzar el paralelo 82 en el Ártico
Miguel Gutiérrez
Miércoles, 16 de agosto 2017, 16:17
Hubo una película -adaptación de un relato de Julio Verne- que marcó mi infancia. Iba de unos exploradores que sobrevolaban en dirigible la Groenlandia inexplorada. Descubrían, entre otras maravillas, una comunidad vikinga superviviente, además de una bahía perdida en el tiempo y la bruma donde las ballenas iban a exhalar su último aliento. Esta bahía sin nombre existe pero no está en Groenlandia sino en la isla de Ellesmere, en el Ártico canadiense; se trata de una maravilla sin apenas cartografiar (hasta la fecha no hay datos batimétricos o de profundidad) situada al oeste del cabo Norton Shaw.
Sigue toda la aventura
- Capítulo 1: Viaje a Bristol para conocer a David Hempleman-Adams
- Capítulo 2: El estrecho de Nares, las puertas del infierno blanco
- Capítulo 3: Quijotadas árticas contra un iceberg
- Capítulo 4: Naufragios y carpacio de beluga
- Capítulo 5: Fantasmas del mar de Baffin
- Capítulo 6: Derrota en el Estrecho de Smith
- CapÍtulo 7: Derrota en el Estrecho de Smith II
- Capítulo 8: Soriapaluk, una aldea en la frontera del frío
- Capítulo 9: El tiempo manda
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Llegamos a ella tras cruzar de nuevo la bahía de Baffin en lo que fue la más arriesgada navegación hasta la fecha. Dejamos la bahía de Robertson -nuestro refugio- a punto de ser cercados por el hielo. Pudimos escapar, pero un fuerte viento de casi 50 nudos nos cogió entre hielos más allá de la isla de Northumberland con la mayor y el tomentín desplegados; Aitor Basarrate se las vio y se las deseó para sacarnos de allí sin percances. Estos llegaron con la pálida luz nocturna, cuando a punto estuvimos de chocar con enormes bloques helados ocultos en la bruma.
-Vamos a más de 6 nudos. Velocidad suficiente para irnos a pique en caso de colisión- aseguró Mike Stewart.
Llegamos a nuestro objetivo el 6 de agosto. El cuadro era magnífico: una bahía de aguas entre oscuras y lechosas, lamida de continuo por nieblas rasantes a donde iban a desembocar seis glaciares. Sus aguas se veían continuamente surcadas por focas, belugas y narvales, además de aves marinas de diversa índole. Todo un edén congelado de tintes irreales, casi literarios. El día 7 por la mañana recorrimos la costa para fijar un lugar idóneo para el desembarco.
En una playa de arena las vimos: huellas de oso polar. Estaban sobre la marca de marea por lo que no tenían más de 6 horas. En la localidad de Grise Fiord el inuit Larry Ullolluq nos dijo: "Los osos nunca han sido tan agresivos ni numerosos como este año. Por estas fechas están delgados y hambrientos y muy desesperados. Incluso han llegado a entrar en el pueblo. Es muy peligroso adentrarse en las montañas".