Los hermanos Begoña y Patxi Rivera Martínez posan delante del quiosco de Ugarte antes de echar el cierre. SANDRA ESPINOSA

Llodio se despide del quiosco de Ugarte tras más de medio siglo

Los hermanos Rivera Martínez bajan hoy la persiana del negocio que montó su madre con una mesa de chucherías para sacar a la familia adelante

Sábado, 29 de octubre 2022

El quiosco de Ugarte cierra y los vecinos de este barrio de Llodio se quedan, de alguna manera, un poco huérfanos. Los hermanos Begoña y ... Patxi Rivera Martínez ya no volverán a levantarse cada día a las cinco de la mañana para colocar las revistas, reponer las bolsas de gominolas y anunciar que empieza otra jornada. «Han sido 55 años», explican, y después de tanto tiempo se van con pena porque «Ugarte es un barrio donde nos ayudamos». Uno de sus clientes habituales, Víctor Martín, escucha sus palabras y les da la razón. «Se les va a echar de menos. Yo vengo todos los días a comprar EL CORREO», comparte este vecino de la zona.

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El barrio creció en la década de los sesenta para acoger a la inmigración que llegaba en oleadas a Llodio. La familia Rivera Martínez desembarcó procedente de Almería. El padre «trabajaba la cantera» y un accidente laboral acabó con su vida cinco años después. Su viuda, Joaquina, tuvo que sacar tres chiquillos adelante -la más pequeña, Begoña, de apenas un año- y llamó a su madre para que viniera desde Andalucía a Euskadi para ayudarle con los pequeños. Y para buscarse la vida pidió permiso para colocar una pequeña mesa de venta de chucherías. «Así empezó», recuerda su hija menor. Más tarde solicitó un quiosco de madera donde empezó a vender también revistas.

El puesto, entonces de aluminio, aguantó las inundaciones del 83 atado con una soga a un árbol

La familia se desprendió de la precariedad de aquellos primeros años cuando Joaquina empezó a trabajar en Envases, pero el negocio ya estaba en marcha, y funcionaba, y fue la abuela, María Almansa, quien asumió las riendas junto a los pequeños. «Con quince años tenía que ir en el tren a Ollargan y subir andando a Bolueta a devolver los periódicos que no se habían vendido», recuerda Patxi. «Mi madre iba a Bilbao a comprar las chuches para venderlas luego aquí», añade Begoña.

Cambio de imagen

El punto de venta de esta familia se convirtió en el centro social de Ugarte que siempre ha tenido en su enorme plaza un espacio de juegos inigualable. Allí se juega a futbito y el propio Patxi arbitra en julio el torneo de San Ignacio «porque me gusta que mi barrio tenga vida».El kiosco, eso sí, ha cambiado de aspecto con el paso del tiempo. Tras la primera mesa llegó la instalación de madera, «que no tenía luz y nos obligaba a calentarnos con una estufa de butano», y después se puso un puesto de aluminio. «En las inundaciones del 83, mi hermano lo ató con una soga a un árbol para que no se lo llevara el agua», recuerda Begoña. Y aguantó.

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La última evolución llegó unos años más tarde cuando «hicimos el actual de cemento en la misma línea que la iglesia de Ugarte». Los dos hermanos mantendrán hasta hoy su compromiso con los lectores aunque reconocen que les va a dar «mucha pena verlo cerrado si no hay nadie que se anime a seguir con él».

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