Un país para viejos

Juan Carlos Alonso

Miércoles, 30 de septiembre 2015, 18:57

En el año 2029 de nuestro señor un tercio de los vascos estará jubilado o será mayor de sesenta y cinco años, según refiere el ... último informe estadístico publicado por el Eustat, el Instituto Vasco de Estadística, por más señas. Y al menos la mitad de los compatriotas que habiten las tierras vascas en la próxima década, relata el estudio, tendrá más de cincuenta y cinco primaveras.

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Al contrario que en la novela de Cormac McCarthy llevada al cine por los hermanos Cohen No country for old menesa en la que Bardem hacía de malo e iba con una botella de aire comprimido matando gente, éste sí será un país para viejos.

Euskadi será entonces lo más parecido al día de puertas abiertas de una gigantesca residencia de ancianos, donde estaremos más preocupados por la próstata y por la incontinencia que por la resolución del conflicto. Y el único derecho a decidir que reclamaremos entonces será el del dedo del urólogo, ora el anular, ora el corazón o, si acaso, el beso previo en la nuca para romper el hielo, si Osakidetza decide implementarlo como terapia. Porque me temo que la única consulta que exigiremos será la del ambulatorio para autodeterminarnos e irnos a Benidorm a pasar el invierno con un nutrido pastillero.

¡Qué amargura, padre cura! Tanto esfuerzo intentando matar el tiempo y será éste el que acabe matándonos a nosotros. Pero como os decía, un tercio del país estará formado por clases pasivas, y otro medio millón de almas estará aguardando a que le toque en suerte una prejubilación. No me extraña que se haya bajado el tono soberanista ante tan tremendo futuro imperfecto en el que las tartas de cumpleaños más parecen un desfile de antorchas.

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Que nadie le quite ojo al tema, porque a este paso acabarán reinstaurando el Servicio Militar Obligatorio; aunque en esta ocasión no para los quintos de Santa Águeda, sino para los pensionistas. Así nos tendrán entretenidos, entre prevengan y guardias. Que si hay que mandar tropas a apaciguar Siria, mejor gente con experiencia vital y no soldaditos imberbes. En cualquier caso, mejor enviar a los abuelos que a los nietos. ¿No creen?

En Euskadi hemos demostrado sobradamente nuestras potencialidades, que no son pocas. Sabemos hacer furgonetas, las mejores del mundo. Diseñamos los trenes que atraviesan el desierto entre Riad y la Meca. Construimos molinos de viento con palas gigantes. E incluso ensamblamos las alas para los aviones. Pero, por el contrario, nos mostramos incapaces de construir una sociedad con niños suficientes para hacer posible un mínimo relevo generacional en nuestro país.

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Sabemos que también somos famosos mundialmente por el hecho de que esta es la comunidad autónoma en la que menos se practica el sexo. Pero, a más a más, nos hemos convertido en un país de viejos, donde confundimos el desarrollo y la realización personal con no tener hijos o con tenerlos en escasa cuantía. Y claro, al paso que va la burra acabaremos agostados. El último que apague la luz.

Si somos ecuánimes, veremos que este modelo de sociedad que hemos construido, cuasi perfecta, tiene fecha de caducidad como los yogures. Y si no la trufamos de aire fresco, aprovechando las ingentes corrientes migratorias a que asistimos, nos vamos a quedar para vestir santos. Porque visto lo visto, y con los índices de natalidad por los suelos, acabaremos consumiéndonos y no quedará ni el apuntador.

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Si no regeneramos el tejido social, lo que sí sabemos a ciencia cierta es que Euskadi será un país mucho más conservador en lo político. Más si cabe. Porque a burro viejo, poco verde y a los sesenta nadie tiene el chichi para farolillos. Que los pensionistas no están para otro 15-M, ni para acampar en Sol, ni mucho menos para encabezar revueltas contra el establishment. La espalda no lo permite y es archisabido que a los taitantos nadie estaremos para revoluciones ni para otras aventuras que vayan más allá de los viajes del Inserso.

Si acaso, y con una logística básica implementada por las FT Four Towers, se podría tomar por asalto una degustación de tarta San Prudencio o de caracoles; de aquellas que tan generosamente se ofrecían antes de la crisis, en copiosas orgías gastronómicas populares a las que con tanta fruición se prestaban nuestras instituciones, siguiendo aquella máxima latina de panem et circenses.

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Siempre ha sido la pasión de los jóvenes la que ha movido el mundo, aunque habitualmente hayan sido los viejos quienes les financiaran como estrategia de control. No recuerdo quién decía que a los viejos les gusta dar buenos consejos para consolarse de no poder dar malos ejemplos. Pero también es sabido que la edad suaviza todo menos el egoísmo.

Siendo así, si no ponemos remedio demográfico al envejecimiento con políticas de largo alcance, a Euskadi y a muchas de nuestras sociedades les quedan dos telediarios o, si lo prefieren, ocho o diez décadas. Y Europa languidecerá por autocombustión.

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No me resigno a imaginar una sociedad vasca con más gente dispuesta a tomar las aguas, bien medicinales bien termales, bien de asiento, que a tomar unos vinos. Júzguenlo ustedes. Porque a la vejez se apoca el dormir y se aumenta el gruñir.

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