RAFA GUTIÉRREZ

1.400 vitorianos cambiaron la ciudad por un pueblo alavés en 2021, un tercio más que en 2019

La mayoría se mudó a Alegría, Iruña de Oca, Zuia y Agurain. Los expertos prevén que la tendencia se acentuará

Iñigo Crespo y JESÚS NICOLÁS

Domingo, 16 de enero 2022, 01:31

Resulta que la comodidad es ahora un término relativo. El sueño de vivir en el meollo de la gran ciudad, con todos los servicios a ... pie de calle, la estruendosa vida social al otro lado del portal y toda clase de comercios a cuatro pasos nos empieza a parecer ajeno. Cada vez más gente escapa del bullicio del centro de las ciudades para buscar la calma de la periferia. Incluso la connotación de esa palabra ha cambiado, y más con el valor añadido que ha adquirido el espacio abundante y el aire libre en plena pandemia. Hace años la periferia sonaba a lejanía o pereza, y ahora puede ser incluso lujosa, si está bien urbanizada, comunicada y a las puertas de una inmensidad verde. Así lo demuestra el trasvase anual de Vitoria a los barrios en el padrón municipal, con un crecimiento exponencial de Zabalgana, Salburua y Aretxabaleta, por ejemplo. Pero ese fenómeno también empieza a percibirse en los pueblos. Bien lo saben los 1.340 vitorianos que en 2021 abandonaron lo que antes era el 'confort' urbano, y que ahora han rehecho su vida en el sosiego de los pueblos alaveses.

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A pesar de que la cifra en sí misma no parece demasiado elevada, oculta un aumento significativo en los tres últimos años. En concreto, del 31,6% con respecto a 2019. Entonces se marcharon 1.018 vitorianos a los pueblos de la provincia. En 2020, la gran excepción, la cifra se disparó en más de un 50%, hasta los 1.546. Sin embargo, lo más probable es que estas cifras puedan estar algo infladas por las restricciones, que afectaron en mayor grado a las principales ciudades, y porque varios alaveses con más de una residencia se decantaron por pasar los meses de encierro en la inmensidad del campo.

Algunos expertos apuntan a que estos números «ya marcan una tendencia». «De momento son datos suaves, pero este fenómeno va a ser potentísimo», asegura el economista José Manuel Farto. Se refiere a lo que los anglosajones bautizaron como 'cocooning', que significa algo así como encapsulamiento, en una metáfora similar a la fase intermedia entre la oruga y la mariposa.

Ocio más doméstico

Este movimiento explica que el ocio se realiza cada vez más en el ámbito doméstico. «Se valora una forma de vida que tiene como eje el hogar, con un alto componente del elemento virtual. Las relaciones sociales pasan mucho por el domicilio, e incluso se producen menos», desgrana Farto. Además, «el factor 'green' se facilita en la periferia», afirma.

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El economista, que advierte de que la mayoría de estas migraciones corresponde a la «clase media-alta», no obvia otro componente que ha podido intervenir en el aumento de vitorianos que se muda al entorno rural y convierte su hogar en el bastión, ya que ahora «no podemos salir a la calle sin riesgo». No obstante, el fenómeno trasciende la coyuntura actual de la pandemia, tal y como explican el propio Farto y su colega Unai Martín. Este profesor de Sociología de la UPV/EHU recuerda que «en Álava siempre ha habido un trasvase hacia el ámbito rural, que no está abandonado». Las cifras actuales, de hecho, no le parecen aún «muy significativas».

Los movimientos principales desde Vitoria a los pueblos se realizan a Alegría (136 personas en 2021), Iruña de Oca (107), Zuia (84) Arratzua-Ubarrundia (83), Agurain (81) y Legutio (69). En los principales destinos se observa la relativa cercanía de Vitoria, aunque existen casos más alejados de la capital. O, al menos, algo más inaccesibles. Sucede con Bernedo y Campezo, que entre ambos suman 100, y Valdegovía, con 51. Y los registros también resultan reveladores en municipios del entorno pero que no pertenecen a Álava. Destaca Treviño, con 97 nuevos vecinos que proceden de Vitoria, los 30 de Lapuebla de Arganzón, los 38 de Haro y los 41 de Arrasate.

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Los expertos advierten de que el «vaciado» del centro «no sólo implica tener una casa en el campo, también puede suceder con los apartamentos nuevos de Olárizu», apunta Farto, quien observa unas mayores «tensiones» urbanísticas en el Sur. «Estamos diseñando un nuevo Plan General urbanístico que puede que no nos sirva ya con el nuevo modelo de vida, al margen de lo que el Ayuntamiento quiera», concluye.

  1. Paco Martínez | Alegría

    «Me conoce mucha gente y el ambiente es más sano»

Martínez da un paseo con su perra Laia cerca de Alegría. R. G.

A Paco Martínez, vecino de Vitoria de toda la vida, lo de vivir en el campo no le era nada ajeno. «Estuve viviendo dos años en Argómaniz y me gustó mucho». Y ahora entre las extensas praderas sembradas de La Llanada también ha encontrado el que espera que sea su destino definitivo. «Hace dos meses compré una casa en Alegría. Estoy de obras, haciéndole los últimos apaños. Mi intención es mudarme lo antes posible», asegura.

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Lleva los últimos meses viviendo con una hermana y ya está deseando escapar de las «aglomeraciones». Tan decidido está a estrenar su nuevo hogar que ya tiene hecho hasta el trámite de empadronarse. Y aunque no tenía ninguna relación previa con el pueblo más alla de los cinco años que estuvo empleado en el ayuntamiento de la cercana localidad de Elburgo, de momento, no encuentra ninguna pega. «Tengo muchos conocidos en Alegría, son gente muy maja».

Tampoco le faltan servicios. «Estamos a tiro de piedra de Vitoria, pero no necesito desplazarme para hacer ninguna cosa de las más básicas. Tengo banco para sacar dinero, supermercado para hacer la compra y el Casco Viejo tiene bares para echarse unos cacharros», aprecia Martínez. «Si no es para hacer alguna compra muy grande o para ir a comprar ropa, no me hace falta moverme».

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Así muy pronto podrá disfrutar de inspirar ese ambiente que echaba en falta en la ciudad. «Estar aquí para mí es mucho más sano. Me gusta tener la naturaleza cerca».

  1. Ibai Pérez | Legutio

    «Aquí tengo soledad cuando la quiero»

Ibai Pérez valora de su pueblo tener la naturaleza cerca. R. G.

Hacía años que estaba instalado en Vitoria, pero Ibai Pérez siempre ha tenido muy presente su pueblo, tanto que hasta lleva tatuado el arco de Legutio. Con su futuro profesional más o menos encarrilado, llevaba meses barruntando volver a ese «paraíso» que recordaba cada vez que se miraba el antebrazo o volvía cada fin de semana.

Llegó a la capital alavesa como un estudiante más. «Conducir nunca me ha gustado, pero tenía que hacer muchos viajes para estudiar y volver al pueblo a comer. Sin coche propio, tenía que apañarme con mi padre y mi hermano». Su madre, por miedo, se oponía a que tuviera una moto, pero la situación no podía continuar así mucho más tiempo. Así que ambos llegaron a un consenso. «Decidí coger primero una habitación y a los meses me llamó un chico, también estudiante, y me dijo que había encontrado un chollo en Arana».

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Ya como un vitoriano más, Pérez consiguió sacarse sus estudios y trabajar en la hostelería para pagárselos. Más tarde, dio clases de socorrismo en centros cívicos e incluso se sacó el título de técnico en emergencias sanitarias. «Tenía sus cosas buenas el barrio: bares cerca, un Eroski debajo y tardaba dos minutos en ir a Salburua a trabajar, pero al final en mi caso fue negativo». Una realidad en la que no cayó hasta que vino la pandemia. «Me agobió mucho el pánico al principio. Este año pasado me pasé casi todo el verano en Legutio y en octubre decidí que no tenía nada que me atase a Vitoria excepto el trabajo. Así que me marché».

Feliz de estar de nuevo en su pueblo, no descarta comprar un piso allí en el futuro. «El alquiler no es una opción. Está casi tan caro como Vitoria». Y pese a que este cambio le ha supuesto volver al nido, asegura, no se arrepiente. «En Legutio tengo a mi cuadrilla. Y sobre todo valoro que tengo soledad cuando la quiero». Además, para un amante del deporte y exjugador del Abetxuko como él, ¿qué mejor que vivir con la naturaleza a pie de calle? «Me encanta correr en el monte. Lo único que falta son piscinas, pero hay un gimnasio pequeño y un montón de rutas ciclistas».

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  1. Familia Callejo Blanco | Amézaga (Zuia)

    «Se respira paz, la vida es más relajada»

Marta Blanco, Borja Callejo, su hija Marisol y su perro Hugo se mudaron a Amézaga en 2020. R. G.

Muchas parejas jóvenes buscan en la 'almendra' ese gusto por estar «en el meollo» de la ciudad, «de ver gente» y disfrutar de ese «bullicio». Así lo apreciaron al menos Marta Blanco y Borja Callejo en sus siete años como vecinos de la Correría hasta que la pandemia y la paternidad les hizo cambiar de opinión. «Mi suegro me preguntó: '¿Dónde queréis criar a vuestros hijos?'», recuerda Parejo. La respuesta no la tuvo clara hasta que en una de sus escapadas al Gorbea «vi la luz». «Esta zona nos gustaba nos gustaba mucho y la conocíamos porque mi familia tenia un refugio de montaña», cuenta Blanco.

Así fue cómo se pusieron manos a la obra. «Teníamos una casa apalabrada en febrero, llegó la pandemia, aquello no avanzaba y teníamos prisa». Después del confinamiento, encontraron una vivienda en Amézaga «fuimos a verla, nos gustó y ese mismo día la compramos. En verano hicimos la obra y el 1 de septiembre nos instalamos». «También teníamos un poco de miedo por si nos volvían a encerrar», añade el padre. Y pese a que llevan poco en Zuia, están encantados. «Lo que más valoramos es la tranquilidad. Se respira paz, la gente vive mas relajada y es muy amable», valora la madre.

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En ese particular paraíso a apenas 10 minutos en coche de la capital alavesa ha encontrado por fin su nuevo hogar donde «crecer como familia» en compañía de su perro Hugo y su pequeña Marisol, de solo diez meses. «Si veníamos era con la consecuencia de que haríamos la vida aquí y queremos que nuestra hija se eduque en el pueblo».

Y los desplazamientos apenas les suponen un problema. «Hemos cambiado nuestra forma de trabajar. Ahora vamos al despacho solo por la mañana. La gracia es hacer vida aquí porque, si solo vienes a dormir, te acabas volviendo a Vitoria». Tampoco echan en falta servicios. «Esto no es un pueblo dormitorio. Tenemos guardería, colegio, farmacia, súper, médico. Hay ambientillo, gente joven y en Amézaga hay un montón de niños», aprecia Borja. «Solo nos faltaba convencer a unos amigos para que vinieran y también lo hemos conseguido», comenta entre risas Marta.

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