Un libro sobre molinos muestra la inventiva hidráulica de los eibarreses
Cerca de veinte molinos son descritos en el libro, junto con las actividades que realizaban El autor es el elgoibarrés Koldo Lizarralde y la obra será editada por Ego-Ibarra
ALBERTO ECHALUCE
Sábado, 31 de marzo 2012, 04:22
«Eibar por desgracia ha perdido todos sus molinos y yo he tratado de dar a conocer el trabajo de los antiguos eibarreses que en base a aquellos inventos, de tipo hidráulico, pusieron en marcha las primeras armerías», señalaba el escritor elgoibarrés Koldo Lizarralde, autor del libro 'Ingenios Hidráulicos de Eibar', editado por la comisión Ego-Ibarra del Ayuntamiento, cuya presentación tendrá lugar en breve.
Hasta veinte molinos contabilizó Lizarralde en Eibar, unos equipamientos antiguos que comenzaron a instalarse en los siglos XIII y XIV hasta su desaparición; el último, en 1965, con el feroz desarrollismo. El conocimiento de cada molino se transmitía de maestro a maestro y a su alrededor había todo un arduo trabajo de construcción y mantenimiento. «De los ingenios poco se ha escrito, por lo que la documentación a la que se puede acceder es escasa, pero he considerado que, en vez de igualarla, era preferible que se dieran a conocer de manera exhaustiva las peripecias que tuvieron que solventar nuestros antepasados con respecto a los molinos y al resto de ingenios», dijo ayer Lizarralde.
De los molinos se pasó a las ferrerías. «Entre las ferrerías a las que daba movimiento el río Deba, nos damos cuenta que de las doce que entonces funcionaban, diez de ellas lo hacían fabricando acero, cuadradillo y chapa». Así, la importancia de la publicación radica en que en su génesis los primeros talleres armeros se crearon a partir de los utensilios que tenían los viejos molinos.
Esto se evidencia en un capítulo, en el que Evaristo Zuloaga, un antiguo armero, en el año 1849, compró un terreno en la zona de Urkizu para construir una casa de dos pisos y un taller de armería, con su correspondiente rueda hidráulica.
Estos datos los facilitó Zuloaga a la hora de preparar un contrato de arrendamiento de su taller armero, señalado con el número 27 del término de Urkizu, donde seguía teniendo instalada la rueda hidráulica como fuerza motriz de la maquinaria allí instalada, para sus trabajos como armero.
Unidos a los ríos
Los molinos que existían en Eibar, en la zona de Ibur Erreka, eran Azaldegi-Barrenekoerrota, Isasi-Zamakola, Arkaspe y Portalekua. En Aginaga Erreka se contaba con Zubiaga, Errotatxo y Arizpe-Soraen. En Matxaria, los de Ibarra y otro con el mismo nombre de esta zona. Otros recibían los nombres de Txonta, Loidi y Urkizu. En Gorosta Erreka se contabilizan los de Eskaregi, Apalategi y Azitainerrota. Otros fueron los de Irunabe, Barrenetxea y Galartza.
El control de los molinos correspondía al Ayuntamiento , mientras que los pesos y medidas eran regulados desde otras instituciones. Se cuenta como el consistorio eibarrés, en 1652, ordenaba la visita a todos los molinos de su jurisdicción para controlar que los pesos y medidas que se estaban utilizando estuviesen acordes con los que ellos tenían como muestra.
Cuando había diferencias, se establecía la pronta adecuación de los fallos y para verificarlo, deberían presentarse los titulares de los molinos en el propio Ayuntamiento. No obstante, este trabajo se lo encomendaron al escribano, al que pagaron un ducado por su labor. Incluso un alcalde, de apellido Egiguren, por aquél entonces tenía noticias del descontento de sus vecinos con los molineros de la villa. Se decía que no eran bien tratados cuando llevaban a moler tanto el trigo como el maíz y que existían preferencias a la hora de atenderles cuando iban a molturar el grano. «No estaba dispuesto a consentirlo, pero nadie se había dirigido a él para denunciarlo», señala el libro.
No faltan tampoco las anécdotas, características del buen humor que tenían los eibarreses. «Cuento una disputa en un molino, con una persona que se pensaba que estaba muerta de un palazo recibido en el molino de Ibarra».
Finalmente, se describe la importancia del agua y de los ingenios, indisolublemente unidos, que ofrecían a la ciudadanía una serie de servicios indispensables para llevar a cabo las labores diarias de la población, así como la importancia de las sucesiones, compras y mantenimiento de las instalaciones. «El euskera era la lengua con la que abordaban todas las gestiones, otra de las cosas que me ha sorprendido», asegura Lizarralde.