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Un modelo prueba la gorra con el antifaz desplegable. :: EL CORREO
Seguridad

La Ertzaintza reinventa el verduguillo

Interior incluye un antifaz en la nueva gorra del uniforme de los agentes

ÓSCAR B. DE OTÁLORA

Sábado, 26 de junio 2010, 12:06

Uno de los hitos de la historia emocional de la Ertzaintza se registró el 14 de julio de 1997. Ese día, varios patrulleros de la Policía autónoma se dirigieron a la sede de HB en la calle Urbieta de San Sebastián. Una manifestación en protesta por el secuestro y asesinato de Miguel Angel Blanco estaba intentando asaltar las oficinas, en plena conmoción tras el brutal crimen. Los agentes formaron un cordón alrededor de la puerta para impedir la destrucción. En medio de aquel fragor, los ertzainas, uno a uno, comenzaron a quitarse el casco y el verduguillo para que los ciudadanos vieran su rostro. Eran como ellos. Decenas de personas se abalanzaron sobre el cordón, pero esta vez para abrazar a los policías. El gesto era insólito. No se ha vuelto a repetir.

El pasamontañas es uno de los signos de la Policía vasca y encierra el drama de una agente que tiene que ocultar su rostro por temor a ser identificado por los violentos con los que convive. Ahora, el Departamento de Interior de Rodolfo Ares ha normalizado este asunto con un nuevo elemento. Las nuevas gorras de la Policía vasca llevan incorporada una banda de tela que se puede desplegar sobre la cara para ocultar el rostro. No es el sustituto del verduguillo -que se seguirá empleando con normalidad-, sino una opción más para los ertzainas que, en cualquier tipo de circunstancia, teman ser identificados o fotografiados en las decenas de incidentes a los que acuden a diario los patrulleros. La tela es una redecilla que funciona como un cristal tintado -oculta los ojos pero permite ver- y supone introducir la normalidad en un elemento de seguridad que durante los años más duros del terrorismo ha sido uno de los focos de conflicto en la Policía vasca. En los años 90 llegó a estar incluso prohibido.

«Oía gritos de 'cipayo' y mátalo mientras me golpeaba», la frase la pronunció el ertzaina Ander Susaeta en el juicio contra los diecisiete jóvenes acusados de apalearle mientras se encontraba en El Arenal, durante las fiestas de Bilbao. El ataque tuvo lugar en agosto de 1993 y las imágenes del linchamiento dieron la vuelta al mundo. Muchos agentes constataron de la manera más sangrienta lo que ya estaban viviendo en las calles. El odio radical hacia la Policía autónoma les alcanzaba incluso en su vida privada, en el más inocente momento de ocio. Al año siguiente, dos patrulleros que estaban de juerga en las fiestas de San Sebastián entraron en una herriko taberna. La paliza fue brutal. Sus compañeros les salvaron cuando uno de los agresores se disponía a aplastar a un agente, inconsciente en el suelo, con un barril de cerveza.

Ese mismo año, los sindicatos comenzaron a solicitar al departamento de Interior que permitiera a los patrulleros utilizar el verduguillo en su trabajo diario para evitar ser reconocidos. La prenda estaba prohibida excepto en las unidades antidisturbios; había dejado de ser suministrada a las nuevas promociones que ingresaban en la Academia de Arkaute y, en decenas de ocasiones, se sancionaba a los ertzainas que lo utilizaban por su cuenta. La imagen de unos agentes obligados a ocultar su rostro por miedo era la antítesis de un Cuerpo que desde el nacionalismo se había concebido como una policía del pueblo, enraizada en la sociedad vasca y a la que ese nexo con el entorno debía servirles de escudo. Cubrirse el rostro desmentía esa afirmación. Y además, equiparaba a la Ertzaintza con el resto de cuerpos policiales.

En muchos casos, no obstante, el verduguillo no se utilizaba sólo por ocultar la identidad. Cuando la kale borroka se centró en los agentes -tanto en su intimidad como durante su trabajo- muchos agentes acudieron a tiendas especializadas para comprar máscaras ignífugas como las que emplean los pilotos de Fórmula I. Pese a todo, en 1995 dieciséis ertzainas fueron expedientados por el Departamento de Interior por haberse colocado el verduguillo sin haber consultado a sus mandos. Acudían a unos disturbios radicales en Getxo y temían ser reconocidos.

Uso «excepcional»

En la Ertzaintza, el uso del pasamontañas terminó imponiéndose por la vía de los hechos consumados. El aumento de la presión radical, los asesinatos de policías vascos, las campañas de acoso en domicilios... la realidad de la violencia se impuso, aunque se produjeron resistencias. En 1999 y en 2000, el Departamento de Interior prohibió ocultar la cara en el Alarde de Hondarribia. En 2007, cuando la debilidad de ETA situaba la amenaza en otros parámetros y la propia kale borroka ya no tenía la intensidad de 'los años de fuego', la consejería emitió una directriz interna para que se considerase «excepcional» el uso del verduguillo.

La introducción de un antifaz desplegable en la nueva gorra de la Ertzaintza por parte de la consejería de Rodolfo Ares supone un intento de simplificar la posibilidad de que los agentes tengan que ocultar su cara. Según la propia documentación del Cuerpo, la pieza está pensada para «situaciones donde la identificación individual del ertzaina constituye un riesgo constatado». El peligro no se considera extinguido.

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