La magia de The Cure
Los pelos son lo de menos: la banda de Robert Smith repasará en el exhaustivo concierto del Bilbao BBK Live su valioso legado musical
CARLOS BENITO
Miércoles, 11 de julio 2012, 23:25
Sí, The Cure son ese grupo encabezado por un tipo ya mayor que se carda el pelo en arquitecturas extraordinarias, se sombrea los ojos de negro profundo y se pinta los labios fatal, pese a llevar haciéndolo unas cuantas décadas. Robert Smith (cantante, guitarrista y líder absoluto desde la fundación de la banda, allá por la segunda mitad de los 70) luce una apariencia tan chocante e inconfundible que, para muchos, acaba eclipsando cualquier otra consideración. Pero los Cure son mucho más que una de las imágenes más reconocibles de la historia del rock: a lo largo de su trayectoria, con una formación cambiante en la que Smith se mantiene como único miembro fijo, han ido construyendo un valioso legado musical que repasarán hoy en la primera jornada del Bilbao BBK Live. Las siguientes líneas son una breve introducción para no sentirse perdido en el extraño y muchas veces penumbroso universo de los Cure.
La música. A los Cure se les vincula siempre con el adjetivo siniestro, aunque en los últimos años las modas han llevado a utilizar cada vez más la palabra gótico. Desde luego, buena parte de su producción no es precisamente la alegría de la huerta, en especial su trilogía de los primeros 80 (Seventeen Seconds, Faith y Pornography, con canciones como One Hundred Years, que empieza con la frase «no importa si todos morimos») y el Disintegration de 1989, discos que los fans de la banda suelen venerar con particular fervor. Pero esas oscuridades del alma no deben hacernos olvidar que los Cure empezaron con una especie de pop-punk minimalista (temas como Boys Dont Cry o Fire In Cairo no permitían pronosticar las tinieblas que se avecinaban), ni tampoco que nos encontramos ante auténticos orfebres de la canción comercial, autores de algunos de los éxitos más bellos de una época (Inbetween Days, Just Like Heaven, Lovesong) y creadores de un estilo propio de música juguetona para el que resulta difícil hallar referentes (¿a qué se parecen Close To Me, The Lovecats o The Caterpillar?).
La formación. Robert Smith, que anda ya por los 53 años, es el evidente centro de atención. Seguirían siendo The Cure aunque apareciese en el escenario solo o acompañado por una banda de gaiteros, pero eso no significa que los seguidores no den importancia a sus acompañantes. En los corazones de los fans siempre habrá un hueco especial para Simon Gallup, el bajista: mano derecha y padrino de boda del líder, en el pasado llegó a rivalizar con él en cuanto a peluquería aparatosa. Se incorporó a The Cure en el segundo álbum y permanece en el grupo desde entonces, con una llamativa ausencia entre 1982 y 1984 motivada por discrepancias con Smith, que según las malas lenguas les llevaron a enfrentarse a puñetazos.
El teclista Roger ODonnell apareció en escena en 1987, aunque su presencia tampoco ha sido continua, y Jason Cooper se ocupa de la batería desde 1995. Los fans echarán de menos a Porl Thompson, otro de los miembros clásicos de la banda, un multiinstrumentista que llegó a tocar con Robert Plant y Jimmy Page y que protagonizó una de las evoluciones estéticas más radicales del planeta Cure, al pasar de la melena setentera y soñadora a un look de temible criatura gótica con el cráneo tatuado. Causó baja en la formación el año pasado y su puesto lo ocupa el virtuoso guitarrista estadounidense Reeves Gabrels, que fue miembro de Tin Machine y se mantuvo como hombre de confianza de David Bowie a lo largo de los 90.
El concierto. No parece que The Cure tengan mucho en común con Bruce Springsteen, pero sí comparten con él su idea de las actuaciones en directo como experiencia exhaustiva y saciante. Sus conciertos suelen extenderse en torno a las tres horas, y esa es la duración que se les ha reservado en el programa del Bilbao BBK Live. La banda británica es experta en utilizar las primeras canciones para crear un ambiente mágico e irreal que marca el resto de la actuación: las distintas manifestaciones de su estilo, desde las melodías más poperas hasta el guitarreo sufriente de raíz psicodélica, se van integrando sin fisuras en esa peculiar atmósfera densa.
Los conciertos de este verano se están planteando como homenajes al álbum Wish, que cumple veinte años, y eso les ha llevado a tocar hasta siete canciones de ese disco en sus últimas citas. De hecho, están alternando un arranque que ya se había hecho tradicional en sus setlists, con Plainsong y Pictures Of You, y otro tomado directamente del listado de aquel álbum, con Open y High. El repertorio baraja sabiamente sus clásicos populares (Lullaby, Friday Im In Love y compañía) y las canciones indispensables para los fans (A Forest, One Hundred Years...) sin despreciar ocasionales sorpresas: llama la atención la presencia abundante de material de The Top, un disco que nunca ha cotizado muy alto en la apreciación crítica, con apariciones de relativas rarezas como Bananafishbones o Dressing Up. El lunes, en Roma, tocaron veinticinco temas y después añadieron once más repartidos en tres bises. También se fueron hasta las treinta y seis canciones la semana pasada en el festival danés de Roskilde. ¡Algunos ya nos estamos relamiendo ante el banquete!