¿Quién teme a Bob Dylan?
El cantautor, que actúa en la explanada del Guggenheim, no es una vaca sagrada de otro tiempo: sus últimos discos son excelentes y... ¡entretenidos!
CARLOS BENITO
Miércoles, 11 de julio 2012, 10:30
Bob Dylan da bastante miedo. Es una figura tan colosal y tan venerada que el profano suele retirarse asustado, sin saber muy bien por dónde abordarla: como resume Jon Friedman, autor de uno de los incontables libros sobre el personaje, hablamos de un tipo que «revolucionó la música folk, cambió para siempre la forma de escribir y cantar el rock and roll, publicó tres o cuatro (o más) de los discos más grandes de la historia de la música popular y estableció un estándar asombroso para las actuaciones en directo». Además, están los dylanólogos, estudiosos capaces de disertar durante días sobre las minucias de su vasta producción, con una entrega y una erudición que asusta todavía más que la estatura del propio artista. Así que el pobre profano se echa atrás, murmurando excusas como que Dylan es aburrido, que no acaba de gustarle, que su voz resulta desagradable o incluso, ay, que Knockin On Heavens Door les quedó mucho mejor a los Guns N Roses. Ahí es donde al dylanólogo le da un síncope.
Una de las consecuencias de esa carrera abrumadora, de la que casi todo el mundo conoce los frutos más populares (Blowin In The Wind, Like A Rolling Stone, All Along The Watchtower, The Times They Are a-Changin', Mr. Tambourine Man...), es que a menudo se acaba olvidando que Bob Dylan es un creador en activo, un artista vigente e inquieto que no se limita a recorrer el mundo tocando sus viejos éxitos al estilo de los fogoneros de la nostalgia: de hecho, normalmente hay que esperar al final de los conciertos, sin aliños frívolos como la pantalla gigante, para escuchar alguno de esos clásicos monumentales. Lejos de exprimir su ya remota juventud, ocurre que el bueno de Robert Allen Zimmerman, a sus 71 años, se encuentra en una fase especialmente brillante de su vida y se ha instalado en una especie de fecundo clasicismo con el que parece sentirse más a gusto que nunca, cómodo y libre, como con una ropa holgada.
En este siglo XXI, aparte de empezar por fin a editar su autografía y sorprender al mundo apareciendo en un anuncio de la marca de lencería Victorias Secret, Bob Dylan ha publicado una serie de álbumes excelentes, que en ocasiones (parece una blasfemia) aguantan las comparaciones con lo mejor de su producción. Además, son muy entretenidos, un adjetivo que rara vez se aplica a nuestro hombre: en Love And Theft (2001), Modern Times (2006) y Together Through Life (2009), Dylan ha sabido traducir su profundísimo conocimiento de la tradición americana en canciones intemporales que beben sobre todo del blues, pero abarcan desde el folk y el swing al rock fibroso, interpretadas con la naturalidad y la urgencia de una banda acostumbrada al directo. No hace falta ningún máster en las metáforas de este candidato al Nobel de Literatura para disfrutar con el rock and roll de Thunder On The Mountain y Summer Days, el blues arrastrado de Cry A While o la hermosa balada Spirit On The Water, por citar cuatro canciones que ha interpretado en sus actuaciones de las últimas semanas. El concierto del miércoles en el Guggenheim se presenta como una excelente ocasión para perderle el miedo a Dylan.