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Rubén Amoretti se operó en 2012 de un tumor en la hipófisis. «Estoy perfectamente». VICENS GIMÉNEZ

El ‘Handia’ de la ópera, un caso de película

El bajo Rubén Amoretti tenía voz de tenor antes de sufrir acromegalia, que le afectó a las cuerdas vocales

Domingo, 25 de marzo 2018, 00:14

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Es un caso único en la Historia de la Ópera. Hasta que llegó Rubén Amoretti (Burgos, 1964), ningún cantante había pegado el salto de tenor ligero a bajo profundo. Algo teóricamente imposible, que se escapa a toda lógica. ¿Alguien se imagina a Michael Jackson con el vozarrón de Louis Armstrong? ¿O a Juan Diego Flórez sonando como Cesare Siepi? Las cuerdas vocales tienen un límite. A no ser que se haya padecido acromegalia, la misma enfermedad del ‘Gigante de Altzo’, que arrasó en la última gala de los Goya de la mano de ‘Handia’. La película consiguió 10 premios y más de 100.000 personas han disfrutado de la cinta en salas de toda España.

La adaptación a la gran pantalla de la vida de Amoretti también tendrá su público. El guionista Gregory Jordan y el productor Miguel Menéndez de Zubillaga -el mismo de ‘Escobar’, con Javier Bardem y Penélope Cruz- han echado mano de una historia de superación personal que parece rondar la medicina ficción. Pero no. El argumento se inspira en hechos reales. Todavía no ha trascendido el nombre del director y no se descarta que sea estadounidense.

A estas alturas, cabe preguntarse por las dimensiones del bajo burgalés. ¿Se acerca a los 2,50 metros del ‘Gigante de Altzo’? Ni de lejos. Mide 1,82 porque la dolencia hizo acto de presencia cuando ya se habían soldado los huesos, de ahí que los desajustes hormonales de la acromegalia no llegaran al gigantismo. Apenas pegó un estirón de cinco centímetros entre los 30 y 40 años, al tiempo que las manos y pies le crecían notoriamente, igual que la nariz, «todo ello de forma muy gradual, no sucedió de la noche a la mañana», explica Amoretti en conversación telefónica desde Barcelona, donde participa en las funciones de ‘Roméo et Juliette’ que acoge el Gran Teatre del Liceu hasta el 4 de marzo. Le toca interpretar a Capuleto, el padre de la protagonista, y se lo pasa bomba.

«Me encanta la actuación pero, je, je, me niego a hacer de mí mismo en una película. No me sentiría cómodo delante de la cámara, mejor que lo haga un actor profesional». Bastante ha tenido en las últimas décadas. De no haber pasado por el quirófano hace seis años, para que le extirparan el tumor que le oprimía la hipófisis -glándula que segrega la hormona del crecimiento-, ahora no le cabría el corazón en el pecho. Literalmente. Todo habría terminado con un infarto fulminante.

Mundo laboral despiadado

El agrandamiento anómalo de vísceras y órganos internos (músculo cardiaco, hígado, riñones, cuerdas vocales...) es uno de los muchos síntomas de la acromegalia. Una hipertrofia que no se percibe a simple vista pero es gravísima. «Yo no me daba cuenta de nada. Estaba obsesionado, muy preocupado. No podía cantar como antes y no sabía la razón. ¡Estaba perdiendo los agudos! Todo se tambaleaba. Mi carrera de tenor apenas duró unos 10 años, desde mi presentación como Almaviva en ‘El barbero de Sevilla’, allá por 1991, en Bloomington (Indiana), a mi despedida con ‘I Pagliacci’, en Santander. ¡Mi adiós fue terrible! Hacía de Silvio y todo salió rematadamente mal... Además, tuvo que pasar en el debut de mi amigo Roberto Alagna como Canio. No te puedes imaginar la frustración».

Desfiguración progresiva y lenta

Dada su incidencia, se calcula que hay unas 2.000 personas afectadas de acromegalia en España. Provoca una desfiguración progresiva de la cara, así como el agrandamiento de vísceras y tejidos blandos como cuerdas vocales y corazón. Se debe a la secreción excesiva de la hormona del crecimiento, la mayoría de las veces por un tumor benigno en la hipófisis. El deterioro es lento. Las cefaleas y dolores articulares son algunos de los síntomas.

El mercado de trabajo tampoco ayudaba. En el mundo de la ópera (y música clásica en general) no se perdonan las debilidades físicas, ya sean enfermedades, lesiones o achaques. Más vale disimular los dolores, «no vaya a ser que no te contraten en la siguiente temporada». Eso explica que Amoretti no hablara de sus dificultades, ni siquiera con la familia. Todo se lo guardaba para sí. «Estaba hundido en la mierda, con una angustia difícil de gestionar».

Divorciado y con un niño, se recicló como cantante de música popular y de tangos. «Hacía giras por Europa con un grupo que se adaptaba a mi tesitura vocal, cada vez más irregular... No era consciente del cambio brutal de mis cuerdas vocales, yo me limitaba a trabajar y trabajar». Hasta que una mañana de resaca, se sentó delante del piano de un hotel de Roma y empezó a tocar teclas al tuntún, cada vez más y más graves. Y por deformación profesional, claro, se le ocurrió entonar las notas. «Se me pusieron los pelos de punta. Aquello no era una simple ronquera de juerga. ¿En qué me había convertido? ¿Cómo era posible?» Su fiel amigo Roberto Alagna le aconsejó retomar la carrera operística en la cuerda de bajo. Así lo hizo y se preparó a conciencia durante tres años escuchando discos de Cesare Siepi. «No acudí a ningún maestro porque lo mío era muy, muy raro. Nadie me iba a creer».

Finalmente debutó en 2007 como bajo en Zúrich con ‘La Petite Messe Solennelle’ de Rossini. Y todavía más sorprendente: seguía sin saber que sufría acromegalia. Se lo descubrió un aficionado que lo había escuchado en sus tiempos de tenor. «Era médico y vino a mi camerino. Me dijo que lo mío era inconcebible a no ser que estuviera enfermo. Y que, además, yo tenía un tumor en la cabeza. ¡Vaya ojo clínico! En 2012, me operé y estoy curado. Basta con que me haga revisiones anuales».

- ¿Mentalmente es bajo o tenor?

- Nací tenor. Eso no cambia. Es una impronta, un estilo... Pero, ojo, los personajes de bajo me encantan y tienen la ventaja de que se pueden cantar hasta el final porque no son jóvenes galanes. Me siento afortunado.

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