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Los candidatos a las elecciones catalanas del 27-S.
Grandes en España, pequeños en Cataluña

Grandes en España, pequeños en Cataluña

PSOE y PP están condenados a jugar un papel secundario en la política catalana pese a su hegemonía en el resto del país

Ramón Gorriarán

Domingo, 20 de septiembre 2015, 07:30

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PP y PSOE, aunque desgastados, son y serán después de las próximas elecciones generales de diciembre los dos grandes partidos de la escena política española. En Cataluña, en cambio, están condenados a ser actores secundarios después de los comicios del 27-S. El proceso soberanista y las fuerzas políticas emergentes han acabado con el protagonismo que tenían en ese territorio, sobre todo los socialistas. El PSC va a pasar de ser un partido de gobierno a mero comparsa, mientras que el PP volverá a ser lo que era hace 20 años, el penúltimo de la fila.

La fortaleza del nacionalismo en Cataluña, al igual que en el País Vasco, siempre ha limitado el poderío de populares y socialistas. Su papel no tiene nada que ver con el que desempeñan en el resto de España, donde si no gobierna uno, lo hace el otro. Una situación que va a empeorar después de las elecciones del 27-S, ese día los dos grandes partidos españoles se van a tener que conformar con las migajas de las urnas. Ningún sondeo, ni siquiera los que manejan ellos mismos, les coloca en posiciones de disputar los comicios y a lo sumo que aspiran es a ser la cuarta fuerza.

Pero no siempre ha sido así, sobre todo en lo que al PSC se refiere. Desde las primeras elecciones autonómicas en 1980, los socialistas han sido la segunda fuerza política de Cataluña, e incluso en 1999 y 2003 con Pasqual Maragall al frente fueron la fuerza más votada y durante siete años hasta 2010 gobernaron en coalición con Esquerra e Iniciativa. De eso hace solo cinco años. Pero la sentencia del Constitucional en contra del Estatut y el estallido soberanista hicieron trizas los pilares del PSC.

El socialismo catalán siempre ha sido una olla a presión en la que convivían progresistas acomodados con veleidades nacionalistas, con inmigrantes de izquierda sin el menor espíritu identitario. Los primeros, con Narcís Serra o Maragall como estandartes, eran primos hermanos de Convergència; y los segundos, devotos de Felipe González, hijos del PSOE. Esta convivencia no siempre fue cordial y exigió un funambulismo político poco comprensible fuera de Cataluña.

La ola independentista que barre la política catalana desde hace tres años afloró todas las contradicciones y conflictos del PSC, hasta entonces ventilados de puertas para adentro. El sector nacionalista, expulsado o porque quiso, abandonó en masa el barco. La sentencia del Constitucional, que hizo añicos un Estatut en el que los socialistas se jugaron el todo por el todo, y la atracción del banderín de enganche soberanista quebraron las bisagras internas. El socialismo catalán, además, no fue ajeno a la profunda crisis del PSOE tras los mandatos de José Luis Rodríguez Zapatero ni a la irrupción de Podemos y Ciudadanos en el tablero político.

La consecuencia es que el partido que ahora lidera Miquel Iceta aspira a ser la cuarta fuerza más votada después de haber sido durante más de 30 años la segunda fuerza y la única alternativa de Gobierno al rodillo electoral de CiU y Jordi Pujol. Quedar por delante del PP el 27-S será un motivo de satisfacción cuando hasta hace nada se daba por descontado. Los socialistas se preparan para obtener el peor resultado de su historia en Cataluña.

Espejismo popular

El PP nunca tuvo el relieve del PSC, pero consiguió ser un partido a tener en cuenta, sobre todo desde 1999. Incluso fue el socio principal del Gobierno de Artur Mas en la primera legislatura. El debate independentista pareció en un primer momento favorable a sus intereses por aquello de que la polarización de las posturas beneficia a los extremos, de hecho en las últimas elecciones, las de 2012, logró su máxima representación en el Parlamento de Cataluña. Pero fue un espejismo.

La actitud, para unos inflexible y para otros tibia, de Mariano Rajoy en la consulta del 9-N del año pasado alimentó las deserciones en las filas del PP catalán. El desgaste de su presidenta, Alicia Sánchez Camacho, enredada en oscuros episodios de espionaje, tampoco contribuyó a mejorar la situación. Pero sobre todo la irrupción de Ciudadanos, con un discurso nuevo desde las mismas posiciones constitucionalistas y un líder creíble, dio la puntilla a las aspiraciones de crecimiento del PP, que vio como el partido de Albert Rivera se comía a bocados su porción de la tarta electoral.

La esperanza en que el cambio de candidato con Xavier García Albiol cambiará las tornas con un discurso de españolismo rotundo parece que ha tenido un éxito limitado. Los populares creen haber taponado la hemorragia electoral, pero están casi resignados a volver a ser la quinta fuerza política del próximo Parlamento de Cataluña, con el agravante de que dejarán de ser el referente de la unidad de España, un rol que corresponderá a partir del 27-S a Ciudadanos.

Los puestos de populares y socialistas en el Parlamento de Cataluña serán ocupados por el partido de Rivera y por Catalunya Sí que es Pot, una candidatura en la que Podemos e Iniciativa son sus motores principales.

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