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El fino estilista

En el día de su muerte, Adolfo Suárez González era una especie de fósil, pero hay fósiles muy valiosos y, en particular, los que no abundan

ENRIQUE VÁZQUEZ

Lunes, 24 de marzo 2014, 16:30

En el día de su muerte, Adolfo Suárez González era una especie de fósil, pero hay fósiles muy valiosos y, en particular, los que no abundan. En tanto que espécimen político él, protagonista del firme asentamiento del régimen democrático en España, y digan lo que digan sus pertinaces detractores, perdurará como una mezcla de táctico insuperable, intuitivo genial y estadista. Esas dotes estaban en la persona de Suárez, quien, tras mediocres estudios de derecho, había entrado en política por donde se podía en los sesenta: el sedicente Movimiento Nacional, del que llegaría a ser secretario general

Nadie habría dicho entonces que el simpático joven, crudamente descrito en mi presencia por un recalcitrante crítico suyo como carne de los billares de San Bernardo llegaría a ser duque, presidente del Gobierno (designado primero, pero libremente elegido después) y, menos aún, que ocuparía con todo merecimiento un lugar de honor en la historia de España. Sí, Adolfo Suárez, componedor y relaciones públicas por gusto personal, infatigable y un punto ligero fue, a fin de cuentas, un hombre de Estado.

Casi todo el mundo dice haberle tratado, o almorzado con él o haber recibido sus confidencias (incluido el abajo firmante) y eso se puede afirmar recordando su cordialidad natural, su sonrisa perpetua y de anuncio mezclada con una especie de necesidad de quedar bien y de estar siempre en campaña. Esa imagen ha permanecido mezclada con valoraciones menos justas y gente instruida el libro de Javier Cercas es el ejemplo ya clásico no duda en seguir presentándolo como liviano, advenedizo, oportunista y trepa. Nadador profesional en la piscina política del último franquismo a la que se tiró de la mano del falangista Herrero Tejedor (sin duda alguien que adivinó en él ciertas cualidades) estuvo a bien con el Movimiento azul del que formalmente procedía y mejor aún con el Opus: sus fotos jugando al tenis con López Rodó ahorran comentarios. Hasta de hipócrita fue tildado por los azules postergados, que no parecían al corriente del descubrimiento de La Rochefocault para quien la hipocresía solo es el homenaje que el vicio rinde a la virtud.

La cita con la historia

La ligereza del personaje, su juventud y su aparente falta de escrúpulos estaban, como supieron en seguida quienes le trataron por entonces (uno de ellos una fuente impagable para este artículo) se puso al servicio de su hallazgo capital: la fórmula de sucesión de Franco serviría, funcionaría y podría ser aplicada en lo esencial (el retorno de la monarquía en la persona del joven príncipe Juan Carlos) para instalarse y demoler el sistema desde dentro. Inútil gastar una línea más en decir hasta que punto, y con qué dificultades, llevó a cabo la hercúlea tarea Adolfo Suárez, cómo la instrumentó en el minuto de salida Torcuato Fernández Miranda (haciéndole presidente del gobierno aún bajo la ley franquista), el vacío clamoroso de los desencantados o preteridos y la obra maestra de recuperación del diálogo con la oposición proscrita incluida la exiliada. Gutiérrez Mellado, el cardenal Tarancón, que se fueron antes que él, lo supieron bien. Y también algo sabe Martín Villa

La misma fuente amigo personal de años, vecino y colaborador de alto nivel en la Dirección General de RTVE con Carrero en el gobierno me dijo entonces algo inolvidable: Suárez se disponía a firmar un gran acuerdo nacional con la gente y sin papeles. Intuitivo y castellano del interior, siempre creyó que el consenso no escrito del sentido común del ciudadano medio sería su baza, no la clase política instalada. El invento de UCD fue, en este orden, un récord histórico, el de un partido de aluvión creado de la noche a la mañana a partir de las asociaciones de Arias Navarro y los aparatos político-burocráticos del viejo régimen instalados en provincias. Ganó dos veces las elecciones legislativas y Suárez pudo decir tras la aprobación en 1978 de una hermosa y pactada Constitución de consenso nacional sin precedentes que su obra había concluido y dejarlo, pero siguió y su fuerza era para principios de 1981, más retórica que real: de hecho su ciclo, intenso hasta la extenuación, había concluido y el respaldo de Zarzuela no era ya el habitual: la sociedad Suárez-Juan Carlos, dos realistas cautelosos, tenía que disolverse

La historia le premiará

Duque con grandeza de España y caballero del Toisón de Oro pero perdedor poco proclive a aceptar los cambios de humor del público, que del mismo modo que le respaldó le jubiló, erró con un retorno tardío al ruedo político. Le sobran esos años a la biografía insigne del correveidile que veían en él ciertos observadores hostiles en su contumacia. Mi fuente predijo con una fórmula castiza arriesgada en las horas de su designación primera en 1976 que daría la sorpresa y que no le conocían bien quienes lo habían apostado todo a la presidencia de Areilza (dado por seguro escogido en la terna de rigor).

Cuando el Consejo del Reino bien trabajado por quien podía hacerlo en una atmósfera que mezcló el complot con el deber, le designó para formar el gobierno Suárez tenía el apoyo del Rey y el del público, tan intuitivo como él. El chico de los recados de Herrero Tejedor, boicoteado por el ejército de descontentos y sorprendidos, debió improvisar. Ya se le tildó entonces de aprendiz y de audaz en exceso. Este atrevido era lo que en el boxeo, no sé por qué, se llama fino estilista al aspirante sin título alguno frente al titular de la corona correspondiente. Y eso era, tal vez, pero después fue un estadista si por tal puede pasar quien evita una guerra civil, reconcilia a una nación y repone una democracia estable. Esta obra inmensa ya está en los manuales y el país agradecido haría bien en no olvidarla ahora, que pasamos algunas dificultades. Se puede recordar a Dominique de Villepin, quien hablando de otra cosa, lo dejó bien dicho: es verdad que como escribió Marx la historia nunca se repite, pero tiene memoria. Y esa historia, con mayúsculas, le recordará... un tal Suárez, el fino estilista.

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